domingo, 12 de diciembre de 2010

CIUDADANO EJEMPLAR

El siguiente relato ha sido publicado en el nº 64 de la revista de literatura ALGA

Lo primero que hizo José Cazorla en cuanto se despertó fue ir al baño. Meó, se duchó y acabó con un afeitado bien rasurado. Se vistió con la ropa de los martes: camisa blanca de rayas azules, pantalón beige de pinzas y zapatos náuticos marrones. Tenía un conjunto para cada día de la semana, ordenados por día.
El desayuno fue el de siempre: café con leche y una pieza de fruta. Era un hombre de costumbres, todo reglado, todo controlado, no había lugar para la improvisación.
Se subió en el coche para dirigirse al trabajo. Primero se colocó el cinturón de seguridad, luego miró que ambos retrovisores y el espejo interior estuvieran justo en la posición deseada, ni un milímetro más arriba ni más abajo ni a los lados, siempre se podían mover por causa del roce del viento.
Arrancó el vehículo y se incorporó a la calzada, no sin antes comprobar que había vía libre y poner el intermitente correspondiente. Sabía que no iba a cruzarse nadie, era el mes de agosto y la urbanización estaba completamente deshabitada, todos los vecinos se habían ido de vacaciones. Eran ejecutivos, empresarios, banqueros y profesionales liberales y se lo podían permitir. Llevaba siete días que no veía a nadie por las calles de aquella zona. Sólo cuando llegaba a los barrios obreros que tenía que cruzar para llegar al centro empezaba a ver a gente, casi todos desocupados o asalariados que no tenían medios para poder ir a ningún sitio. Entendía que era ley de vida: unos tenían que sacrificarse para que otros pudieran vivir bien. Ese año él no había podido ir con su familia a Marina D’Or, el gerente de la empresa le dijo que tenían pendiente de cerrar un negocio muy importante con unos inversores chinos que no entendían de vacaciones ni descanso y él, responsable como siempre, se ofreció para quedarse por si acaso.
En el coche llevaba un ejemplar del BOE y otro del BOP que se había descargado de Internet para echarles un vistazo en el trabajo. Quería saber si habían aprobado alguna nueva normativa. Le gustaba estar al día de esas cosas. También tenía en su casa y en la oficina la última versión de la Normativa Cívica Municipal. Cumplía todos y cada unos de los artículos de la misma.
Nunca le habían puesto una multa de circulación, excepto una vez que se la puso él mismo. Fue cuando se despistó un segundo al mirar por el retrovisor y no se percató de que circulaba a 54 km por hora en una zona que el límite estaba estipulado en 50. Buscó a un guardia municipal para explicárselo y éste no le hizo caso. Ante su insistencia, el guardia, para quitárselo de encima, le multó con 50 euros que él pagó al instante. Su conciencia se sintió más tranquila. El agente pensó que cuando le contase a sus compañeros que había puesto una multa porque el infractor le había insistido para que lo hiciera, no se lo iban a creer.
Llegó a la rotonda que le llevaba a la carretera de acceso a la ciudad. Estaba situada en medio de la urbanización. Era una rotonda con tres vías de incorporación, pero sólo una de salida.
Un día antes, el técnico municipal de Transporte y Circulación, había tramitado el expediente que su jefe le dejó preparado para el cambio de sentido de circulación de algunas calzadas de aquella zona. Se lo pasó a la Brigada Municipal de Vía Pública para que lo ejecutase. Una de aquellas calles era la de Felipe II. El operario municipal, que cubría una vacante por baja del titular de la plaza, estuvo toda la mañana cambiando las señales.
Cuando José Cazorla se incorporó a la rotonda, descubrió con sorpresa que en todas las vías de la misma había una señal de dirección prohibida, incluso en la única por la que habitualmente se podía salir. Desconcertado, dio una vuelta completa mirando alrededor por si se había equivocado, pero no era así.
La vía por donde tenía que salir se llamaba Felipe III, pero la pintura del último palo estaba medio borrada y apenas se veía, parecía más bien una manchita. Eso confundió al operario que, al ser un sustituto, no conocía bien las calles de aquella zona.
Cuando lo vecinos empezaron a llegar al finalizar las vacaciones, tres semanas después, encontraron a José Cazorla dentro de su vehículo muerto de inanición. El depósito de gasolina del coche estaba seco.