sábado, 8 de junio de 2013

LOS CIEN HIJOS (ENTREGA I)





La noche era de una oscuridad abrumadora.
Las negras nubes de tormenta tapaban completamente cualquier resquicio por donde la luna llena pudiera introducir un efímero haz de su tenue luz. A la oscuridad se le sumaba la cortina de agua que descargaba con fuerza. El fuerte viento racheado levantaba violentas olas que golpeaban el casco del Estrella de Tánger. A bordo, cinco hombres enfundados en chubasqueros con capucha intentaban escudriñar la oscuridad. Dos a popa, uno en la amura de estribor y otro en la de babor. El quinto, el patrón, estaba dentro de la pequeña cabina del puente de mando. Era imposible distinguir nada que no fuera una repentina pared de agua,
Algo no iba bien.
A su lado, la silueta del Blancaluna apenas era una masa informe y oscura que aparecía y desaparecía a capricho del oleaje. Sin luces, sin señales, sin nada que pudiera delatar su presencia.
El patrón del Estrella de Tánger era Magek Ahmed, el del Blancaluna su hermano gemelo Omar. Los dos faluchos habían zarpado juntos y los dos debían llegar a puerto juntos.
Estaban en el punto de encuentro acordado, las coordenadas estaban claras: treinta y cincos grados cincuenta y tres minutos norte, seis grados cuatro minutos este. Pero no había ninguna embarcación esperando y no podían demorarse mucho, no cuando en las bodegas había almacenadas decenas de cajas con rifles, armas automáticas, granadas de mano y munición suficiente para armar a un pequeño ejército.
El plan acordado era que las dos embarcaciones se dirigieran al punto señalado. Allí las esperaría el Maris Splendor, un buque mercante que se dirigía a Argelia. Traspasarían las cajas de unas naves a otra y las dos pequeñas lanchas regresarían a Tánger antes del amanecer, tenían que estar en el puerto antes de que nadie se diera cuenta que habían zarpado.
Pero el Maris Splendor no estaba.
Omar Ahmed empezó a intranquilizarse cuando en el puerto, poco antes de zarpar, recibieron la noticia de que Alfredo Reijó había desaparecido. Él era el contacto con el capitán del buque mercante. El que lo sobornó y el que les dio todas las garantías de que era un hombre de fiar. El capitán del Maris Splendor, un albanés bajito, sucio, rechoncho y malencarado, ya había trabajado otras veces con Alfredo Reijó, y siempre había cumplido. Su misión era sencilla y bien renumerada para el poco riesgo que corría a pesar de la tenaz vigilancia costera francesa. Simplemente tenía que cargar las cajas en alta mar y dirigirse a Argel, pero antes haría una pequeña escala en Orán para cargar trigo argelino, de paso, un suculento soborno a los funcionarios de aduanas le permitiría descargar las armas.
Alfredo Reijó era el intermediario, el que tenía los contactos, el que les facilitaba la información, ellos sólo tenían que cargar las cajas y esperar en el lugar acordado.
Trabajaban con él desde hacía más de diez años. Al principio sólo se trataba de transportar cajetillas de tabaco, pequeños electrodomésticos, pasta de dientes, jabón y otros productos de consumo cotidiano, pero difíciles de conseguir. Los comerciantes hindúes afincados en Canarias pagaban muy bien por ellos. Alfredo Reijó les propuso a los Ahmed si les interesaba ser los transportistas. Era un trabajo sencillo y bien pagado, con poco riesgo, como mucho la aprehensión de parte del alijo, más que nada para que las autoridades pudieran justificarse de vez en cuando. Durante algunos años sólo se trató de  eso, pero el contrabando de armas para la guerrilla argelina era mucho más lucrativo. Al principio, algunos de los Ahmed eran reacios, pero los grandes beneficios y la facilidad con la que se desarrollaba el negocio, pronto los acabó de convencer.
Reijó tenía buenos contactos, tanto de un lado como del otro, y siempre lograban burlar la vigilancia costera francesa. Les facilitaba las cajas de armas, los nombres y características del contacto, el lugar de encuentro. Ellos no sabían de dónde procedían ni dónde eran descargadas una vez trasvasadas a otro buque. Sólo se tenían que preocupar de cargarlas en sus naves, ir a las coordenadas indicadas y descargarlas en el barco que los esperaba.
Ya no podía esperar más. Llevaban allí más de una hora y si no zarpaban llegarían a Tánger con las primeras luces del alba y, peor, con todo el cargamento. No podían volver con él, pero tampoco arrojarlo al mar. El Frente de Liberación Nacional argelino pagaba por cada fusil su peso en oro, y entre las dos naves había varios ciento de miles de dólares disfrazados de armas y municiones.
Pero algo empezó a emerger de la oscuridad. Una gran silueta que se acercaba a ellos lenta y silenciosamente, demasiado silenciosamente. Una silueta estilizada, no la típica de un buque mercante con casco redondo, y gris, muy gris. Ahmed sabía que el Maris Splendor tenía una sola chimenea, dos palos y un gran puente en popa. También sabía que un mercante no necesitaba cañones. Un mercante no es un buque de guerra, y lo que surgió de la oscuridad era una corbeta francesa con el gran cañón de proa apuntándoles directamente a ellos y las palabras HMS Aconite escritas en su casco. Varios reflectores violaron la negrura con sus potentes chorros de luz.  
Omar gritó varias órdenes a la misma vez que un gran fogonazo, seguido de un potente estruendo, rasgó la densa tiniebla. Una columna de agua se levantó a pocos metros de la proa del Blancaluna. La pequeña nave se balanceó salvajemente y un hombre a punto estuvo de caer al agua. Omar había encendido el motor y veía que la Estrella de Tánger ya estaba en marcha y virando rumbo al sur.
El motor del Blancaluna era un Hispano Suiza nuevo, pero apenas le permitía llegar a los ocho nudos, pocos para huir por velocidad. Para conseguirlo, la oscuridad y el oleaje tenían que aliarse con ellos.
Otro gran haz de luz se hizo dueño de la oscuridad y alumbró directamente al Estrella de Tánger. Pero éste no procedía de la corbeta, sino de una patrullera que se acercaba por el sur con los motores a plena potencia rompiendo casi con rabia las olas. Si el Estrella de Tánger no rectificaba el rumbo, se iba a dar de bruces con la nave de guerra. Pero antes de que eso ocurriera, el pequeño cañón de la patrullera disparó. El obús traspasó certeramente la quilla y alcanzó la bodega del Estrella de Tánger, que voló hecho pedazos. Algunos cayeron en la cubierta del Blancaluna. Omar vio como la nave que capitaneaba su hermano desaparecía tras la gran nube formada por la explosión. Con el buque también desapareció su hermano Magek y cuatro de sus primos. 
Omar rectificó el rumbo para intentar salir del asedio. Perdió de vista a la patrullera, pero la corbeta les seguía acosando, aunque era lenta en la maniobra. Tenía que lograr salir de su campo de visión directa y escabullirse en la oscuridad ayudado por el mar bravío. El mar en el que había nacido, el mar en que se había criado, el mar que le había dado de comer míseramente con la pesca, pero espléndidamente con el contrabando. El mar en el que no quería morir.
La corbeta volvía a escupir fuego y los géiseres de agua cada vez se acercaban más al Blancaluna. Hasta que un proyectil levantó la nave por la popa y le hizo girar el rumbo cuarenta y cinco grados. Cuando, tras el balanceo, Omar pudo dominar de nuevo el timón, otro obús destrozó la proa y a su hijo Ablal. La explosión alcanzó algunos bidones de combustible y la cubierta comenzó a arder mientras el agua penetraba a borbotones por la gran herida. Gritó al resto de sus marineros, que previsores ya se habían quitado los chubasqueros y puesto los chalecos salvavidas, que se arrojasen al agua antes de que el fuego alcanzase las municiones almacenadas en la bodega, o de que otro proyectil los alcanzase de nuevo. No les daba tiempo a botar la pequeña lancha salvavidas. Vio como dos marineros saltaron por babor, y otro por estribor. Él estaba saliendo del puente cuando otro disparo alcanzó de nuevo al Blancaluna. Omar no supo cómo, pero de repente se vio envuelto de oscuridad, de silencio... de agua. Se estaba hundiendo en las profundidades y sus pulmones llenando del mar que lo había visto nacer, crecer, vivir…

 Omar, durante un efímero segundo, fue consciente de que Alfredo Reijó los había traicionado.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Eso quisiera saber yo ¿alguna idea? Lo que está claro es que los Ahmed tienen un asunto pendiente con Alfredo Reijó

      Eliminar