jueves, 5 de agosto de 2010

Relato de un verano aburrido (3ª Entrega)

LA CASA

Entraron al zaguán y la vieja les dijo, esperen aquí que dejo esto en la cocina y les enseño las habitaciones. Bueno, la cosa se iba calmando una vez pasado el shock inicial. Qué chulada, Esther y su entusiasmo. Todos miraron alrededor y lo que vieron no les tranquilizó mucho. Candelabros de vela, una cabeza de cabra disecada que los miraba fijamente con ojos vidriosos y de la que El Jefe no podía apartar la vista, un viejo baúl sobre el que reposaba un escapulario, una estampita de un santo masoca acribillado a flechazos con cara de felicidad y otra de una monja que miraba hacia arriba con cara de estar bajo los efectos de un tripi. Pero lo peor era ese daguerrotipo de dos niñas vestidas de blanco con un fondo negro que había colgado en la pared por encima del baúl. Por sus caras y edad parecían gemelas. Una miraba fijamente a la cámara con una sonrisa angelical, la otra miraba a la primera con una media sonrisa de aquellas que helaba la sangre. La mano derecha de la primera niña sujetaba un ramo de flores silvestres, la segunda tenía apretada, mejor dicho, estrujada contra su pecho una muñeca de porcelana que tenía dibujada una sonrisa idéntica a la de la primera. La mitad de la peluca de la muñeca había sido arrancada de cuajo, le quedaba cuatro pelos y su vestido estaba hecho jirones. Además le faltaba una mano. Ozú, seguro que el fotógrafo rompió la cámara después de hacer la foto, soltó Jorge. Si esto es sólo la entrada como será el resto de la casa, farfulló Tano. Jan a su bola, ahora trataba de alcanzar la cabeza de cabra para tocarle de los cuernos. El Pitufo notaba un leve frescor en la nuca, se giró y vio los ojos de Muerte clavados en él.

Madre Muerte regresó de la cocina, se había quitado la capa y su aspecto, aunque no mucho, había mejorado algo. Se desayuna a las 9 de la mañana, se come a las 2 del mediodía y se cena a las 8 de la tarde. No hay menú ni carta, lo que hay es lo que hay. Esta tarde mi hijo le cortará el pescuezo a una gallina parara hacer caldo. Hay dos habitaciones dobles con una cama de matrimonio cada una y cinco con dos camas sencillas. El baño está arriba, al lado de las habitaciones, a veces el calentador no funciona. Aquí abajo está el comedor y la sala de estar. No hay televisión. ¿Y la buhardilla?, preguntó El Pitufo inconscientemente. La mirada de la vieja se clavó en él. Éste se encogió varios centímetros al notar cómo era fulminado por esos ojos que, ahora sí, se abrieron de par en par. A la buhardilla no se acerquen, fue lo único que dijo.

Martín también a su bola, ahora trataba de buscar el punto de luz adecuado para plasmar el baúl. Lo miró desde el lado derecho, luego desde el izquierdo, luego desde enfrente. Al final decidió medir la luz reflejada en la pared y subexponer el flash un punto y rebotarlo en el techo enfocando el baúl de manera que también saliera el daguerrotipo de las niñas. Cuando miró el resultado comprobó asombrado que la niña de la sonrisa torva había salido sobreexpuesta.

De repente oyeron una especie de largo suspiro quejumbroso que venía de la parte superior de la casa. Todos se miraron. ¿Has oído eso?, le preguntó Marysun a Albertojendrix. ¿Que si qué?, perdona es que estaba pensando en que lo mismo le pongo un tono azul oscuro a la foto que le he hecho al nota ese, es que como ahora estoy con el rollo oscuro. Albertojendrix, como siempre, con la mente en otro sitio. Es la gata, que está en celo, dijo Madre Muerte.

Que alguno de ustedes me acompañe al despacho, tengo que tomar los datos para el registro y me tienen que dar un adelanto por lo que pueda pasar. ¿Cómo que para lo que pueda pasar? ¿Es que tiene que pasar algo? ¿Qué coño va a pasar?, apuntó nervioso el camionero bonachón. Ves tú, que para eso eres el jefe. El Pitufo siempre intentando joder. Y una leche, yo no fui quien tuvo la idea de venir aquí. Va, ya vamos Reyes y yo, se ofreció Esther, dadme vuestros carnés y algo de dinero. Eso, y los demás vamos sacando los equipajes, dijo Paca. Bueno, si hay que dar dinero también voy yo. Era el jefe, pero también muy desconfiado.

Las dos amigas siguieron a la vieja hasta un despacho que había al fondo, cruzando el comedor. La vieja abrió la puerta de una estancia a la que la palabra despacho le iba algo grande. En realidad era lo que antiguamente se había usado como despensa de alimentos secos, pues todavía conservaba el olor de todo lo que allí se había conservado: quesos, aceitunas, aceites, embutidos... Habían aprovechado el hueco de la escalera que subía al piso superior, por lo que el techo era inclinado y El Jefe tuvo que doblar el cuello para evitar darse un golpe en la cabeza. En la estancia sólo había un armario y una mesita. Del primero la vieja sacó un gran libro de registro y un lápiz y los puso encima de la mesita. Lo abrió por la última hoja escrita, les pidió los carnés y empezó a escribir lentamente el nombre de todos los huéspedes. Como el silencio se podía cortar con un cuchillo y eso a Reyes la ponía nerviosa, le dijo de una manera protocolaria que la masía era muy bonita. Si se lo hubiera dicho Esther no lo hubiera dicho por decir, pues realmente lo pensaba. La vieja no dijo nada. Más silencio. ¿Y viene mucha gente? No mucha. Pero tendrán una clientela fija. No, nadie repite. No me extraña, pensó El Jefe. ¿Es usted la dueña?, preguntó Esther. A Madre Muerte le parecía que a aquellas mujeres les gustaba mucho dar conversación, pero eran clientas y se vio obligada a responder, no, los dueños viven en Girona. Yo y mi hijo sólo somos los encargados de cuidar la casa y atender a los huéspedes. ¿Y cómo se llaman?, Esther y su manía de hacer amigos. El Jefe la miró con cara de decir, joder, ya estamos. La vieja empezaba a ponerse nerviosa con tanta cháchara y empezó a escribir más deprisa, tenía ganas de desembarazarse de aquella gente y sus preguntas. Yo me llamo Morticia y mi hijo se llama Mortimer. El Jefe no pudo reprimir un, ¡que ni pintado vamos! Oh, que nombres más chulos, pero suenan a extranjeros. A Esther todo le parecía chulo. Madre Muerte, perdón, Morticia pensó que mejor se lo contaba antes que oír otra pregunta más. Mis padres eran gallegos emigrados a Venezuela y allí nací yo, me pusieron el nombre del pueblo donde vivieron. Yo me casé con un americano que traficaba con ganado y a mi hijo le pusimos el nombre de su abuelo paterno. Ya he acabado, dijo aliviada Morticia, me tienen que dar un adelanto. Por lo que pueda pasar, ¿no?, dijo El Jefe. Sí, por lo que pueda pasar. ¿Ha pasado alguna vez algo? Sí, alguna vez, y la mirada de la vieja se clavó en los ojos de El Jefe, que no pudo decir nada más, acababa de perder el habla.

Mientras, el resto del grupo estaba descargando el equipaje de los coches. La mochila fotográfica de Jorge era el doble de grande que su maleta y eso que en ésta última llevaba su ropa y la de Paca. Albert empezó a sacar camisetas negras metidas en una bolsa y juguetes de Jan. Es para que se entretenga con algo, dijo. Pero si a ese niño le das un palo y se monta el asalto al barco pirata, dijo Reyes. Superjulio sacó un montón de carpetas, blocs y libros. Es que me he traído algo de trabajo y quiero adelantar la tesis. Joder tío, lo tuyo es para mirártelo, le dijo con sinceridad Tano. Pilar se trajo un neceser con sus piedras curativa, otro con sus aromas curativos, otro con sus flores curativas, otro con sus casetes de Chiquito de la Calzada para sus sesiones de risoterapia y otro con sus cuartillas de papel para practicar la papiroflexia, que la tenía muy olvidada. Marysun y Albertojendrix se trajeron cinco maletas de diferentes tamaños. ¿Es que vais a dar la vuelta al mundo?, les soltó guasón El Pitufo. Pues mío solo hay dos pantalones y cuatro camisetas nen. Albertojendrix no quería que lo involucrasen. Es que no sabía qué echar y en la montaña nunca se sabe, que lo mismo hace calor como que hacer frío y mejor venir preparada, se excusó Marysun ¡Hasta un anorak con forro polar llevaba! Una de las maletas estaba llena exclusivamente de cremas, líquidos y emulsiones hidratantes, reafirmantes, exfoliantes, de depilación, drenantes, reductoras, bronceadoras, antiarrugas. Para la cara, para las manos, para el culo, para las piernas. Maquillaje, desmaquillaje. Secador de pelo, plancha de pelo, etc. etc.

Subieron todo al piso de arriba y cuando llegaron Esther, Reyes y El Jefe, empezó el reparto de habitaciones. Como Madre Muerte, perdón Morticia, les había dicho, había dos de matrimonio con camas dobles. Esas, por supuesto, ya estaban adjudicadas: una para Paca y Jorge El Cacharros y la otra para Marysun y Albertojendrix.

Quedaban cinco habitaciones con dos camas sencillas cada una. Morticia les dijo que en una de ellas podía poner una pequeña cama plegable. Decidieron que sería para la habitación de Esther, Reyes y Pilar. A mí no me importa compartirla con un chico, soltó Pilar. Todos la miraron asombrados. ¡¡Pilaaaar!!, se le escapó a Esther. Bueno, ahora venía lo complicado, decidir quién tenía la suerte de dormir solo. Quién va a ser, el jefe, por supuesto. Y una leche, el que ha tenido la idea de venir aquí, o sea yo. Yo es que ronco mucho y mejor duermo solo, lo digo para no molestar. Yo es que si voy a trabajar por la noche necesito concentración. A Martín le daba igual, él lo que quería era la ventana con mejor vista para hacer una foto a la bóveda celeste.

Al final tuvieron que echar a suerte el reparto: El Jefe con El Pitufo, Superjulio con Tano y Martín solo. Vale, pero sólo por esta noche, mañana repartimos de nuevo. Todos estuvieron de acuerdo. Bueno, a Martín para no discutir le daba igual. Y las parejas nada de follar, que aunque las paredes sean de piedra lo mismo algo se oye y a ver si éste se me va a poner cachondo, dijo muy serio El Jefe señalando a El Pitufo. El aludido soltó una risita aviesamente sátira.

Cada grupo se fue a su cuarto a dejar los equipajes. Las habitaciones dobles conservaban su estructura original, pero las sencillas habían sido modificadas para aprovechar el espacio y poder alojar más huéspedes. Una de ellas originalmente había sido el cuarto ropero donde guardaban todo el ajuar de la casa. No habían podido quitarle el olor a naftalina. Era la que le tocó a Martín y por ventana solo tenía un hueco en lo alto de la pared, casi tocando el techo. Adiós a la bóveda celeste, pero no le preocupó mucho, a cambio había visto un perchero que podía dar mucho juego.

La decoración de las habitaciones no desentonaba con el resto de la casa. En la que le tocó a El Jefe y a El Pitufo, una gran fotografía antigua presidía majestuosa la estancia. Y estaba colocada justo encima de la cabecera de las camas. Joder, yo con eso ahí no pego ojo, exclamó El Jefe. Quizás lo decía porque el retratado tenía pinta de ajusticiado después de haber pasado por la horca. Los ojos los tenía muy abiertos y como si fueran a salirse de las cuencas. El rostro era patibulario, curtido, de edad indeterminada, con barba rala y mal cortada. El pelo le caía lacio hasta los hombros. Tenía una mezcla entre Charles Manson y Rasputín. Una de las habitaciones dobles conservaba una cómoda alta con un espejo que deformaba la imagen que recibía, como uno de esos espejos de los parques de atracciones, pero este de una manera más exagerada. Tanto que Albertojendrix no pudo reprimir un, ¡cojones nen!, cuando se vio reflejado en él. El que estaba encantado con la habitación era Jan, para él todo aquello era una gran aventura y más cuando descubrió que le había tocado dormir con un cuervo disecado. Su padre pensó si lo mismo no era mejor dormir juntos.

Al fondo del pasillo donde estaban alineadas las habitaciones, se encontraba el lavabo. Sólo había uno, lo que podía convertirse en un problema y cuando se le hizo un amago de queja a Morticia con un disculpe que le moleste por esa tontería, no sea que fulminase a alguien con la mirada, ésta simplemente contestó, hay orinales en todas las habitaciones.

Al lado del lavabo una pequeña escalera subía a lo que posiblemente era la buhardilla, pues nadie tuvo redaños de preguntarlo. Al final de la escalera había una pequeña pero gruesa puerta cerrada con dos aldabas. Una cadena unía la puerta y el marco y dos grandes goznes la sujetaba al quicio. La habitación que estaba más cerca de la escalera de la buhardilla era la que le tocó a Tano y Superjulio. Además, era la única que tenía una pata de conejo colgada de la pared. Fijo que mañana sorteamos otra vez, dijo Tano mientras encendía otro cigarro nerviosamente. Superjulio le pidió uno. Pero si tú no fumas. Eso era antes, contestó. Si hay mañana, dijo graciosa Reyes. Esther se rió de la ocurrencia, pero maldita la gracia que le hizo a algunos.

Entre una cosa y otra, ya era casi las dos del mediodía. Morticia les dijo que para comer tenía caldo de ayer de primero e hígado de cerdo, que si les iba bien vale y sí no, no había otra cosa. ¡Qué bien!, por mí vale. Esther de nuevo. Más de uno puso cara de no tener mucha gana, pero entraba en el precio del alojamiento y no estaban dispuestos a perdonar nada.

Mortimer estaba en la puerta de la casa afilando la guadaña. Mientras lo hacía, miraba fijamente a El Pitufo que había salido a fumar un cigarro con Tano y Superjulio. Por lo visto, El Pitufo tenía un sexto sentido para esas cosas, por lo que no pudo reprimir volverse hacia Mortimer y mejor que no lo hubiera hecho, porque, a pesar de que acababa de arrojar la colilla al suelo, enseguida encendió otro cigarro, pero por la parte del filtro y se lo fumó enterito.

La comida estaba en la mesa y todos se fueron incorporando a la misma. El caldo era espeso, con sustancia, y a cada uno le había tocado un galet, menos a El Jefe, que tenía dos y se negó a repartir el segundo con nadie. En algo se tenía que notar la jerarquía.

Mientras comían, nadie dijo nada de las impresiones que les había causado la casa. Parecía que había un pacto para no nombrar la bicha. Se compenetraban tanto que todos pensaron, individualmente, que mejor no darle cancha a todo aquello, así quizás todo se iría difuminando y quedaría simplemente como el clásico choque de civilizaciones. Era normal, pensaban, venimos de la ciudad y el mundo rural es muy diferente, todo esto nos pilla de nuevo. Bueno, todos no pensaban así, Martín no había notado nada raro, pues sólo había estado pendiente de encuadres, luces y compensación de exposiciones y Albertojendrix no es que no quisiera pensar en la casa, en Morticia y en Mortimer, simplemente es que su mente le estaba dando vueltas a si seguir con el rollo oscuro o pasarse al rollo minimalista. Además, mientras trataba de explicarles a los demás que el punk empezó en Nueva York con los Ramones y que el máximo exponente del Glam habían sido David Bowie y Marc Bolan, no podía estar por otras cosas.

Después de comer, Jorge, como buen andaluz, propuso una siestecita. Nadie vio bien la idea. Unos porque querían posponer lo más posible el acostarse en aquellas habitaciones. Otro, Martín, porque mientras dormía no podía hacer fotos. Otro, Jan, porque eso iba contra sus principios, tan pequeño y ya los tenía. Decidieron pasar un rato en la sala de estar mientras planificaban los días que iban a estar allí. Pues esta tarde podemos salir a pasear por los alrededores para conocer un poco esto. ¡Eso y buscamos hierbas curativas! dijo entusiasmada Pilar. Y para mañana podemos montar una excursión y pasar el día en la montaña. A El Jefe la idea de ir a pasar el fin de semana en el monte ya no le gustó desde el principio, pero eso de pasar todo el día rodeado de bichos, flores y árboles le puso los pelos de punta, pero si todos iban él no estaba dispuesto a quedarse sólo con Muerte y su madre. Llamemos a Morticia para que nos diga dónde podemos ir, dijo alguien. Voy a buscarla. Esther siempre tan dispuesta.

Morticia se acercó con paso cansino y desganado. No podía disimular que el trato con otros humanos le fastidiaba y más si venían de la ciudad. No entendía tantos remilgos: que si hay una araña en el techo, que si el chorizo tiene bichos, que si el agua de la ducha está fría, que si te pones en la chimenea luego hueles a humo, que si he pisado una mierda de vaca, que si el olor a estiércol es insoportable. Cuando lo normal en una casa de campo es que hubiera arañas que se comían a los mosquitos, que si había bichos en los embutidos es porque estaba bien curado, que el agua fría tonifica y te curte el espíritu, que el olor a humo de chimenea no es nada comparado con el olor a humo de coche, que la mierda de vaca hace que los tomates crezcan sanos y nutritivos y que el olor a estiércol es embriagador. Le fastidiaba la manía de los huéspedes de preguntar si para desayunar había buffet libre, nunca había sabido de dónde leches salía el buffet ese. Café con pan tostado es lo que hay, contestaba siempre. No comprendía cómo la gente iba a ver las gallinas y las vacas como si fueran una atracción de feria. Mira, le decían los padres a los niños señalando las ubres de las vacas, por ahí sale la leche. De dónde va a salir si no, so palurdo. Le entraba ganas de darles una tunda de palos a los niños y a algunos adultos, cuando dejaban de comer huevos porque acababan de enterarse de que les salía por el culo a las gallinas. Se exasperaba cuando alguien en el huerto veía las tomateras trepar por un tutor de caña y ella explicaba para qué servía esa caña. Qué interesante, exclamaban algunos. Eso la ponía nerviosísima. ¿Interesante?, ¿eso es interesante? Interesante es comprender por qué un avión no se cae, lo de los tomates es lógica natural y se hace así desde hace siglos.

Le sacaba de quicio la gente que venía con unas motos ruidosas llenando de humo el monte y destrozando los caminos y más con esas que se habían puesto de moda con cuatro ruedas. Rompían brotes, destrozaban veredas, desviaban cursos de agua naturales, espantaban a todo bicho viviente a cinco quilómetros a la redonda, causaban estrés a las vacas, que cada vez daban menos leche. No, es que a nosotros nos gusta mucho la naturaleza, decían los motoristas. La madre que os parió, pensaba Morticia. Pero más le reventaba aún esas familias que venían con unos coches grandiosos con unas ruedas enormes que decían que eran cuatro por cuatro. Ella no sabía mucho de números, entendía algo de duros y pesetas y la fastidiaron con el cambio a los billetes nuevos, pero cuatro veces cuatro le daba dieciséis y no entendía la relación de ese número con esos coches. Con el tiempo empezó a crear estereotipos de la gente que iba a la masía. Los que llevaban esos coches la mayoría eran hombres con barba y con un pequeño problema de autoestima: contra menos personalidad más grande era el coche. Era de campo pero no tonta y había pasado algunas épocas en la ciudad. Sabía que la mayoría de gente que visitaba los albergues rurales, eran los que en los años setenta vestían parkas y pantalones de pana y llevaban una bolsa de tela verde colgada al hombro con un dibujo de un sol en el que ponía algo así como “nucleares no” y que iban a acampar a la montaña con una guitarra y se ponían a cantar canciones de libertad y pueblos unidos que no serán vencidos alrededor de una hoguera. Ella había visto a algunos por aquellos parajes hace tiempo. Ahora, esos que iban a dar el coñazo con la guitarra, tenían esos coches que, como las motos, destrozaban los caminos. Entendía que para la gente de campo esos vehículos iban bien, pues los necesitaban para trabajar, pero no entendía que mucha gente de ciudad los tuviera simplemente para sacarlos de vez en cuando y que cuando los metían por caminos de tierra se ponían nerviosos si una piedra chocaba con los bajos o una rama rozaba la carrocería. Según deducía de algunas conversaciones que oía, a su pesar, es que lo más que hacían con esos coches era llevar y recoger a los niños del colegio. Es que se ponía negra.

Y ahora le había caído encima ese grupo, la que le esperaba. Tendría que armarse de paciencia y desear que el tiempo pasase rápido. Cuando la llamaron para ir a la sala de estar y vio que todos tenían una máquina de hacer fotos en la mano y uno estaba tirado en el suelo fotografiando una silla, otra estaba puesta en la ventana entre los visillos y tres la apuntaban con la cámara, otro estaba montando la máquina en un palo con tres patas, otra estaba intentando entender lo que otro le decía de luz de relleno, no pudo reprimir un hondo suspiro y pensar, qué gente más rara hay por el mundo.

10 comentarios:

  1. Os advierto que la historia es larga y lo mismo os cansáis, pero igualmente gracias a todos los que os habéis interesado por ella.

    Un saludo a todos.

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  2. Pues ya tiene que bajar el interés para cansarnos, yo me he llevado una desilusión de la leche, según iba leyendo y bajando el cursor al ver que aún quedaba, pensé que había más.... pero me he quedado con el palo de tres patas :-))))

    Cojonudo Antolín, muy muy buena esta tercera entrega

    El Pitu ya se le van bajando los humos ¿eh? es que la guadaña acongoja

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  3. ¡¡Ah!! se me olvidó, como buen Andaluz, he tenido que buscar en google que era eso de "galet" :-))))

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  4. Jejejeje, si sale alguna más ya pondré la traducción.

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  5. Dejate de leches y la cuarta marchando!!

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  6. Por cierto, los dos últimos párafos son brillantes

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  7. Ayer estuve leyendo tus relatos, y hoy he vuelto para ver si habías subido algo nuevo, sólo os conozco a 2 de vosotros pero me hago mi película particular y sonrío con vosotros, pero también ayer recordé un relato que subiste hace ya tiempo referente a tus vivencias en el pueblo y que volví a releer y volví a emocionarme , me gustan tus relatos y concretamente el del pueblo hace que se me pongan los pelos de punta.
    Un saludo a todos

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  8. Has conseguido que me enganche, cosa que ningún libro ha conseguido desde La Catedral del Mar.
    Como dice Ricard: " No pares, sigue, sigue.. "

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  9. Me gusta la diversidad de personajes, conociendo a la gran majoria y me lo estoy pasando de maravilla. " Es todo un Universo, con muchos planetas diferentes " GENIAL ;-)

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