lunes, 2 de agosto de 2010

Relato de un verano aburrido (1ª Entrega)

DÍA UNO

LA LLEGADA

El día auguraba buenas sensaciones a pesar de amanecer gris.

Era un fin de semana que prometía compañerismo y buen rollo. A todos les unía una afición común y estaban dispuestos a pasar esos días de la mejor manera posible. Las expectativas eran buenas, muy buenas: amigos y fotos. Qué más se puede pedir.

Cuando llegó El Jefe, Jorge El Cacharros y Paca ya estaban allí. Primero besó a Paca y luego lo abrazó a él. Era el ritual de costumbre, una prueba de amistad que iba más allá del simple gesto de compromiso. Lo hacían de corazón. Jorge vestía su atuendo veraniego: camiseta color ocre, pantalones bermudas de cuadros por las rodillas y gorra de visera. Aparentaba un aspecto juvenil acorde con su manera de entender la vida: son cuatro días y dos durmiendo.

Paca mostraba más seriedad, pero sólo era aparente. Ella también tenía un espíritu juvenil, por aquello de que todo se pega menos la hermosura. Y para demostrarlo no se le había ocurrido otra cosa que matricularse para terminar los estudios que en su momento dejó inacabados. Su atuendo de estudiante no podía ser más acorde: falda a cuadros rojos y negros, blusa blanca a juego con los calcetines y zapatos de charol negros. Apretada contra el pecho, la carpeta oficial del club de fans de los Jonas Brothers, aunque, entre medias, se había colado alguna pegatina de Lady Gaga. No soportaba el lenguaje sexista y traía de cabeza a sus compañeros y compañeras de clase. Para hablar con ella con propiedad, había que repetir dos veces todos los sustantivos cambiándole el género: pues ayer mi padre y mi madre fueron a la reunión con los profesores y profesoras y les dijeron que mis compañeros y compañeras eran mejores estudiantes y estudiantas que yo. Total, a mí me da igual, mientras me compren un perro o una perra.

El siguiente en llegar fue El Pitufo. Alto, espigado, narigudo, con los pantalones por encima del ombligo y camisa blanca Levis, tenía que demostrar estatus.

Cumplió el protocolo de rigor: beso a Paca, abrazo a Jorge y otro de compromiso a El Jefe. Éste le saludó con un semigruñido que demostraba que su relación era de aquellas que vale, que sí pero no y cuidado conmigo colega. El Pitufo nunca estaría dispuesto a reconocer la autoridad del que todos habían nombrado como capo oficial de El Grupo. Verdaderamente era más una autoridad protocolaria que real. El Jefe quería creerse que todos la acataban, pero sabía, porque así se lo habían demostrado, que el título era más bien honorífico, que no tenía ningún poder real sobre El Grupo. Lo toreaban cómo y cuando querían, pero a él le engrandecía el ego que lo llamasen así. No eran pocas las muestras que le habían dado, pero trataban de esconderlas detrás de un sí vale, lo que El Jefe diga. El único que lo mostraba abiertamente era El Pitufo, no dejaba pasar la más mínima oportunidad para mostrar su desacuerdo con lo que El Jefe proponía o decidía, aún sabiendo que era sensato. No estaba dispuesto a someterse, costase lo que costase. Ante cualquier propuesta de El Jefe, su frase preferida siempre era: pues yo no estoy de acuerdo. Pero si había algo que sacaba de quicio a El Jefe, era que, cuando tenían que redactar un texto para dar explicaciones sobre algo o hacer un comunicado común sobre algún tema, siempre era él el encargado de hacerlo, simplemente porque los demás se inhibían o confiaban en sus dotes literarias y una vez redactado el texto, El Pitufo lo corregía y proponía otro que decía exactamente lo mismo pero con otras palabras. Era su manera de tocar las narices.

Jorge El Cacharros, para hacer tiempo, sacó la cámara de su supermochila. Era increíble la cantidad de cosas que podía llevar ese hombre. Si tendiera una manta enfrente del FNAC y colocase allí todos los artilugios, seguro que los responsables del establecimiento lo demandaban por competencia desleal. Todo cacharro susceptible de poder usarse como complemento fotográfico estaba en aquella mochila.

El Pitufo, como era de aquellos de culo veo culo deseo, le preguntó dónde había conseguido el trípode con mando a distancia que se subía y bajaba simplemente apretando un botón. En el Chino José, dónde va ser, contestó Jorge. El Chino José tenía a éste como cliente preferencial. Con cada compra le enviaba un juego de gamuzas para limpiar los objetivos, lo que Jorge recibía con alborozo, era fácil de contentar el hombre.

Las siguientes en llegar fueron Esther y Pilar. La primera risueña, alegre. Como siempre, se le iluminaba la cara cuando veía a sus amigos. Protocolo: beso a Paca, beso a Jorge, beso a El Pitufo y beso a El Jefe. ¿Os he dicho que os quiero mucho? Siiiiii, contestaron al unísono y con tono cansino. Esther era de aquellas personas que se hacían querer, pero tanto, tanto, que tampoco hacía falta demostrarlo tanto. Pero ella era feliz así y los demás lo sabían. Qué se le iba a hacer. Su país de las maravillas pasaba por ser feliz y hacer feliz a los demás y si veía algo que se salía un pelín de su ideario, ya estaba comiéndose el tarro con qué habré dicho o hecho. Era la antítesis de El Jefe, pero los dos compartían responsabilidades en el “liderazgo” de El Grupo. Quizás el que fueran tan distintos es lo que hacía que se compenetrasen tan bien. Lo que uno veía de una manera la otra lo veía totalmente distinto y en el término medio encontraban siempre la mejor alternativa. A El Jefe, cabezón como él solo, a veces le costaba entenderla y no comprendía cómo se podía tener esa filosofía de vida, pero tiene que haber gente para todo, pensaba.

Pilar era más comedida, aunque también era un poco happy flowers. Lo suyo era más místico, más zen. Terapias naturales y esas cosas. Se apuntaba a todas: risoterapia, abrazoterapia, aromaterapia, bailoterapia, barroterapia, frutoterapia, musicoterapia, geoterapia, helioterapia y todo lo susceptible de acabar por "...rapia". Pero lo que más le molaba era el Tai Chi, daba clases y había ido dispuesta a ofrecerle a los demás unas sesiones matutinas en plena naturaleza. Según ella, eso debía compenetrarles con el cosmos una barbaridad. En cuanto lo dijo, El Jefe la miró estupefacto ¿Tú me has visto a mí cara de chino?, le soltó.

Martín El Desaparecido llegó poco tiempo después. Protocolo: beso a Paca, beso a Esther, beso a Pilar, abrazo a Jorge El Cacharros, abrazo a El Pitufo, abrazo a El Jefe. ¡Hombre!, creía que te habías convertido en una leyenda urbana, de aquellas de las que todo el mundo oye hablar pero nadie ha visto, le soltó El Pitufo. No, es que estoy muy liado. Tengo que preparar una conferencia sobre fotos en movimiento, o sea, de esas fotos que nos salen movidas y luego decimos que es “arte conceptual”. Luego tengo que dar un curso de “posados espontáneos” que, aunque sea una contradicción, la gente se lo cree y se apunta. También tengo que montar una expo en Tàrrega, otra en Palafrugell y otra en la asociación de vecinos de mi barrio. Aunque no sé, cada vez estoy más cansado de todo esto. Pues menos mal, le contestaron. Martín era considerado por todos como el maestro, el guía, el único que verdaderamente sabía qué había que hacer para conseguir la foto que veía antes de enfocar y, sobretodo, el único que sabía para qué servía todos y cada uno de los botones de la cámara. ¡Si hasta se leía enterito el manual de instrucciones y todo!

Albert El Artista apareció con su gesto característico: echándose el flequillo hacia un lado con un movimiento de cabeza y su purito entre los labios. Protocolo: beso a Paca, beso a Esther, beso a Pilar, abrazo a Jorge, abrazo a El Pitufo, abrazo a El Jefe, abrazo a Martín. No llevaba mochila fotográfica, era el único. En su bolsa hippie de tela negra colgada en bandolera, llevaba una pequeña Canon compacta. Los demás, olimpistas de pro, le perdonaban la herejía. Era un buen fichaje para el grupo: hacía unos carteles para las expos de puta madre. Se presentó con Jan, su hijo pequeño. ¡Jan!, no te subas a esa valla, ¡Jan, deja en paz a esa hormiga! Su aspecto era el de siempre: pantalones tejanos y camiseta negra. Él decía que las compraba por docenas, como los huevos y todos esperaban que fuera cierto, pues más de uno sospechaba que siempre era la misma. Aunque para esos tres días no parecía traer mucho equipaje. Solía estar de acuerdo en todo lo que decidían los demás. No soportaba la mediocridad, era un creativo con mucho talento. No en vano había creado un estilo propio: la "duarjafotografía". Los demás lo envidiaban, y no siempre la envidia era de la sana, porque no entendían cómo con aquella cámara tan poca cosa podía hacer aquellas fotos.

¿Habéis hablado con los masoveros?, preguntó Albert. Que va, estábamos esperando a estar todos, le contestó Jorge. Pues de aquí hasta que aparezcan Albertojendrix, Tano y Marysun lo tenemos claro y eso que les dijimos una hora antes, apuntó El Jefe.

Habían alquilado entre todos una masía para pasar el fin de semana que tenían por delante. Estaba en medio de la montaña, perdida entre bosques de encinas, alcornoques y pinos. No era difícil llegar, el camino estaba bien señalizado, pero el listo de El Pitufo, que había recorrido medio mundo, ya no sabía conducir sin el Tom Tom. Suerte que se paró a preguntar, cosa que le reventaba, a un pastor que se encontró de casualidad, de lo contrario todavía estaría dando vueltas por aquellos parajes.

La masía estaba en medio de un pequeño valle que antiguamente había servido de terreno de labranza y pastoreo para las vacas. Sus dueños la habían reconvertido en un albergue rural para los urbanitas que se querían sentir en armonía con la naturaleza, "desconectados de todo". Sin móvil, sin Internet, sin GPS, sin televisión. Los más aventureros duraban dos días, la mayoría salían corriendo desesperados cuando comprobaban que no podían mandar un SMS. Eso por no contar con el espanto que les causaba a los críos el ver a esos animales blancos y negros con cuatro patas, cuernos y eso que les colgaba entre las piernas y de donde salía leche. ¡Leche fuera de un tetrabrik!, inaudito. Les causaba pánico, pero peor era cuando al pájaro que no volaba y que les despertaba de buena mañana, le daba por correr detrás de los críos. Ese era su corral y no estaba dispuesto a que nadie se lo arrebatase. Anda nene, ve a por huevos recién puestos para desayunar. ¡¡Noooooooo, que el pájaro que no vuela me quiere comer!! Por no hablar de los bichos que se subían por las piernas y picaban, de las ramas de los arbustos que rozaban la piel, del silencio ensordecedor, del agua del pozo sin cloro, de ese olor tan raro a tierra húmeda, de la cama con el colchón de lana, de la encimera de leña (todos buscaban el botón para encenderla) del molinillo de café que nadie sabía cómo funcionaba, del hacha para cortar leña que más de uno quiso usar para suicidarse. Para la mayoría era una experiencia traumática que no estaban dispuestos a repetir. Una y no más Santo Tomás, era la frase que más se oía cuando abandonaban el lugar.

La casa era la típica masía catalana. Estaba orientada al sur y construida con piedra. Era de dos pisos y buhardilla. El inferior había sido el dedicado a las tareas típicas del campo y para guardar los aperos y carros, también estaba la cocina. Al fondo estaba la habitación de los masoveros. El piso superior se hacía servir, como antiguamente, como aposentos, siete habitaciones en total. La buhardilla ahora no tenía ninguna utilidad aparente, o eso parecía a simple vista. Adosada tenía la antigua cuadra que ahora se usaba como garaje. De planta rectangular y tejado a dos aguas con un gran porche enlosado en la puerta de entrada. En la parte de atrás había un gran corral con los pájaros que no volaban y ponían huevos y los animales blancos y negros con cuernos que daban leche. Parecía en muy buen estado de conservación y disponía de luz y agua corriente procedente de cisterna. Poco más podían pedir.

Estaban hablando de sus cosas, que si objetivos, que si cámaras, que si Photoshop, que si filtros, que si capas, etc. etc. (la verdad es que eran bastante monotemáticos) cuando se presenta Superjulio o, por lo menos, alguien que se parecía mucho a él. Los demás, como lo veían tan de vez en cuando, no estaban muy seguros si era él o no, pero claro, quién iba a ser si no. ¡¡Hombre!!, Superjulio, cuánto tiempo chaval, le saludó El Jefe. Esta cara me suena de algo. El Pitufo, con su mente metódica y acostumbrada a las ecuaciones de más de tres grados, tan despistado como siempre.

Superjulio cumplió el protocolo de rigor: beso a Paca, beso a Esther, beso a Pilar abrazo a Jorge, abrazo a El Pitufo, abrazo a El Jefe, abrazo a Martín, abrazo a Albert e intento de beso a Jan, que se escabulló hábilmente entre las piernas de su padre y cogió una piedra para hacer puntería con el faro delantero izquierdo del coche de El Pitufo. Hola, abrazo de oso a todos, saludó efusivamente el recién llegado. Su aspecto de profesor de física cuántica no había cambiado mucho desde la última vez que lo vieron hace meses. Tranquilo, sereno, nadie diría que esa persona era la encargada de hacer el trabajo de todo un turno de asistentes sociales a la vez. Trabajaba todos los días laborables de la semana más los sábados y domingos, tanto por la mañana, por la tarde, como por la noche en jornada ininterrumpida. También estaba preparando su tesis doctoral que trataba sobre la forma de optimizar el trabajo de los asistentes sociales. De eso sabía un montón. Además, aunque pareciera increíble, en sus pocos ratos libres estaba montando una torre Eiffel de metro y medio con palillos redondos, que son más complicados que los planos pues, debido a su forma geométrica, tienen menos superficie de agarre.

La reunión de amigos se iba completando, pues aún se estaban saludando cuando llegó Reyes. Nada más bajar del coche a punto estuvo de caerse a un charco de poco menos de medio metro de diámetro. Es lo que tenía esta mujer: era ver un poco de agua y una fuerza irresistible la empujaba a tirarse o caerse en ella. Le daba igual que fuera verano, que aún, porque lo mismo apetecía, que fuese el invierno más crudo con un viento de Levante de esos que te hiela el pensamiento, ella a lo suyo, ¡al agua! Su aspecto engañaba, pues a simple vista parecía la vendedora de embutidos de la tienda de la esquina, ¡pero cuidado con ella que muerde! Era la presidenta de la asociación de vecinos de su barrio y la mujer más combativa que podía alguien echarse a la cara. Lo mismo te reivindicaba un polideportivo que luchaba porque pintasen de verde las aceras. Y no paraba hasta que lo conseguía de cansina que era. Su barrio era el más multicolor de la ciudad y no precisamente porque viviera en él gente de diferentes razas y etnias. Por supuesto cumplió con el protocolo: beso a Paca, beso a Esther, beso a Pilar beso a Jorge, beso a El Pitufo, beso a El Jefe, beso a Martín, beso a Albert, beso a Superjulio e intento de beso a Jan que continuaba a lo suyo: ahora se había propuesto subirse al techo del coche de El Pitufo. Parecía que, con buen criterio, le había cogido manía a ese vehículo, le daba malas vibraciones.

Sólo faltaban Marysun, Albertojendrix y Tano, aunque no contaban con que llegasen poco antes del mediodía. Conocían de sobras sus costumbres y que nunca se presentaban antes de pasada, por lo menos, una hora después de la que habían quedado y más si el que conducía era Albertojendrix, que se ponía a hablar y se olvidaba de todo, incluso de a dónde iban y empezaba a dar vueltas por las autopistas y carreteras comarcales hasta que, aprovechando un momento de respiro, Marysun lo hacía volver al mundo real. Su faro y su guía decía él que era ella. Menos mal que la tenía a su lado, de lo contrario ahora estaría perdido en la Patagonia convenciendo a un gaucho de que la culpa de todo la tiene Ramoncín y los empresarios y políticos sin escrúpulos.

Bueno qué, habrá que ir haciendo un pensamiento, no vamos a quedarnos aquí toda la mañana, apuntó El Jefe con buen criterio. Pues se está de puta madre. Evidentemente el que habló fue El Pitufo, siempre dispuesto a llevarle la contraria. Por suerte, Jorge y Albert pensaban como El Jefe. Martín no, bueno no que no pensase como él, en realidad es que no pensaba. Su mente estaba trabajando constantemente en un único fin: encontrar el encuadre adecuado y las mejores condiciones de luz para fotografiar ese roble que le había llamado la atención nada más llegar y hasta que no lo consiguiera su cerebro no podía procesar nada más.

Voy a mirar si los masoveros están por aquí, es raro que no se hayan asomao ni siquiera para ver quien ha llegao, dijo Jorge con ese acento tan característico suyo. Esther se apresuró a mejorar la propuesta, mejor vamos todos y así ya dejamos las cosas en las habitaciones. Si eso, y voy al baño que estoy que no me aguanto, dijo Pilar. Xiquilla, pues no será que no hay campo, le iluminó Paca. Vale, vamos, Albert conforme con todo.

El Pitufo, viendo que estaba en minoría, no tuvo más remedio que claudicar. Se dirigieron a la puerta de entrada de la masía y empujaron varias veces el picaporte. Nadie contestó. Lo volvieron a empujar y nada. Joé, no nos habremos equivocao de masía, Jorge y sus ocurrencias. ¡Pues qué bien, dormimos en el campo!, Esther y su positivismo. Pues yo me vuelvo a mi casa, El Jefe y su pragmatismo. Llámalo con el móvil, El Pitufo y su despiste. Aquí no hay cobertura, Superjulio y su mente lúcida. Pues ese roble tiene un punto, Martín y su foto. ¡Jan!, que vas a romper la ventana, Albert y su hijo. Pues yo tengo que orinar, Pilar y su vejiga. Xiquilla, mea ahí mismo, Paca y su naturalidad.

13 comentarios:

  1. Cómo me alegra que lo hagas público.
    Ahora ya lo puedo "enseñar", jejeje.
    Besos Jefe

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  2. Y al enseñarlo, muchos querremos leerlo ;)

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  3. Guay, jefe. Esperando ansioso la segunda entrega

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  4. Vaya relato guapo te has currado. Tu faceta literaria al igual que la fotográfica. también es enriquecedora.
    Me ha gustado mucho, es divertida y basada en hechos reales, creo.
    Un abrazo
    Magandito

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  5. Que bueno.... ya estoy esperando la segunda entrega. Me he reido de lo lindo podiendo identificar a cada personaje con uno real...

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  6. Veo que tus dotes literarias tiene parangón con las fotográficas, te desenvuelves de coj...
    Creo que este relato está basado en hechos reales, ¿ No es así ?
    Un abrazo Jefe.

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  7. pues me has hecho pasar un buen rato! a ver como sigue jjajaa Cantabron

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  8. Gracias a todos, la verdad es que no esperaba que algo que empecé para pasar el rato tuviera esta aceptación.

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  9. genial Antolín,.... desde luego que satisface totalmente las espectativas generadas a quienes solo podíamos, con cara de bobos (por lo de esa sonrisa que se pone a uno cuando escucha algo que se cree gracioso pero que se desconoce) escuchar los comentarios de "sólo unos cuantos" acerca de esta (tu) iniciativa....
    pues eso,... que seguiré al tanto de los sucesivos capítulos
    un abrazo

    Albert

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  10. Juan Pedro, los personajes están basados en personas reales, los hechos no. Bueno, a lo largo del relato hay algunas cosas basadas en experiencias personales, sólo eso.

    Gracias por tu visita.

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  11. Vaya vaya, que calladito te tenias esta faceta tuya Jefe. Me alegra mucho que Esther haya abierto un hilo para admirarte por otra cosa mas

    un abrazo y voy a por el segundo capitulo

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  12. Sigo diciendo que El Pitufo es un mamon con pintas

    Un abrazo Antolin

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