sábado, 18 de septiembre de 2010

El extraño caso del jefe de departamento que trabajaba en agosto

Encontraron el cadáver al lado de la fuente de agua. Presentaba una herida en la parte posterior de la cabeza. Parecía que le habían dado un golpe con algo contundente. Un charco de sangre rodeaba el cuerpo, lo que hizo que la mujer que lo encontró se desmayase nada más verlo. La víctima era Morales, el jefe del departamento de Licencias de Actividades de la Vía Pública.

Rápidamente llamaron a los vigilantes que se encargaban de la seguridad del edificio. En cuanto acudieron y se vieron el percal, inmediatamente ordenaron que cerrasen las puertas de acceso y salida del edificio, no tenía que entrar y salir nadie. Estaban seguros de que nadie lo había hecho en los últimos quince minutos y según les dijeron, el cuerpo no llevaba allí más de diez, pues hacía unos doce que alguien había ido a llenarse algunas botellas de agua para llevárselas a casa. Por lo tanto, el asesino todavía se encontraba en el edificio. El guarda que ordenó todo eso, se sintió satisfecho de su rápida reacción. Había actuado tal como marcaba el protocolo y las normas de actuación y, lo más importante, como lo hacían en las películas de policías que tanto le gustaban.

El que desde un principio se hizo cargo de todo, fue el vigilante más joven. Durante ese mes, sólo había dos: uno en la puerta de entrada y otro haciendo una ronda por los departamentos de Atención al Público, que era en el que la gente más solía perder los nervios debido a que se quejaban de que la atención que recibía el público dejaba mucho que desear, básicamente porque cada dos por tres el sistema informático se colgaba y los técnicos no eran capaces de arreglar la incidencia hasta que venían los de la empresa suministradora del servicio de red y apretaban la tecla de reinicio del router. Menos mal que era el mes de agosto y el edificio presentaba una actividad casi nula. Normalmente, durante el resto el año, había más trabajadores fuera que dentro, pues muchos y muchas entre el salir a fumarse el cigarro, el comprar el periódico, que tenían que ir a arreglar unos asuntos personales, que el café de la máquina no les gustaba, etc. no paraban en su puesto de trabajo. Ý si eso era así normalmente, durante el mes de agosto más todavía, pues más de la mitad de oficinas estaban cerradas por vacaciones del personal y en las que permanecían abiertas, faltaba la mayor parte de la plantilla. Obviamente, de los que trabajaban, ninguno tenía un cargo de jefatura o responsabilidad, pues éstos aprovechaban ese mes para descansar de las duras jornadas de trabajo cotidianas. Tenían estrés, decían.

El guardia joven, enseguida se hizo cargo de la situación. Mandó a su compañero que no se moviera de la puerta y que no dejase salir a nadie. Seguro que quién hubiera hecho aquello todavía estaba allí. “Que nadie toque nada, no hay que contaminar el escenario”, dijo. Eso lo había visto en CSI. Examinó detenidamente la escena: el cuerpo estaba en la zona de descanso, en un pasillo donde había varias máquinas dispensadoras de alimentos y bebidas. Estaba tumbado justo al lado de la fuente de agua. Era una fuente Columbia modelo WP1800 de acero inoxidable. En el suelo había un charco de agua que presentaba unas pisadas que se perdían tras la puerta que daba acceso a las oficinas. Seguro que eran las del asesino o asesina. Justo al lado de cuerpo, había una pequeña mesa que se hacía servir de apoyo para los cafés y bebidas. Estaba tumbada, con la parte superior contra la pared y las patas hacia fuera. El cuerpo estaba de medio lado. El golpe lo había recibido justo por encima de la nuca, en el occipital, creía recordar que decían en las películas que se llamaba. Como no tenía guantes, hizo algo que hacía mucho tiempo tenía ganas de hacer: cogió un bolígrafo y lo usó para examinar la herida. No vio nada especial porque básicamente no tenía ni idea de qué tenía que ver. Pero dedujo que el golpe se podía haber producido con una grapadora de grueso.

Pensó que, tal como marcaban las normas de actuación, tenía que avisar a la Central y a la policía. Cogió el walkie y se puso en contacto con sus compañeros. "Atención, atención, aquí Águila Negra. Corto". Su compañero que estaba de guardia en la Central, ya estaba acostumbrado a las llamadas de Águila Negra. "Dime, qué pasa ahora", se esperaba cualquier cosa. "Tenemos un Código Rojo. Corto". "¿Un qué?" "Un Código Rojo. Corto". "¿Y eso qué leches es?" "Un asesinato. Corto" "¡¡Qué!!" "Si un asesinato. Pero tranquilos, que ya me he hecho cargo de la situación. Corto". Eso era justamente lo que preocupaba a su compañero. "Lo que tienes que hacer es avisar a la policía". "Ahora mismo. Cambio y Corto". No tenía pensado hacerlo, por lo menos de momento. Se iba a dar un tiempo, se veía capaz de resolver aquello y era la oportunidad que había esperado durante mucho tiempo. Le iba a demostrar a muchos que las cinco veces que lo catearon en las pruebas de acceso para otros tantos cuerpos de seguridad del Estado, Autonómica y Local, fue debido a pequeños fallos sin importancia. Si resolvía esto, le iba a ir de perlas para su currículo y seguro que hasta lo nombraban Empleado del Mes.

Lo primero que hizo fue calcular el tiempo que había transcurrido desde que encontraron el cadáver y preguntó que quién se encontraba en esa planta en ese momento. Contestaron cinco personas. Dos del departamento de Obras Menores, dos del Negociado de Asuntos Internos y un ordenanza que estaba allí de casualidad, pues sólo había ido a hacer unas fotocopias de unos apuntes de su tesis doctoral porque la máquina de la planta de abajo, a la que pertenecía él, no funcionaba ya que debido a las restricciones presupuestarias no le habían renovado el cartucho de tóner. El ordenanza, que a pesar de ser ordenanza no era tonto pues tenía la licenciatura de Biología, le hizo saber que el que ellos fueran los que estaban allí, no quería decir nada, pues la escalera de acceso a las otras plantas estaba justo al lado de la puerta y cualquiera podía haber salido por ella. "No me sea listo y no interfiera en la investigación", le contestó el vigilante. Interrogó a cada uno de ellos. La auxiliar administrativa, eventual desde hacía tres años, que encontró el cadáver, todavía se hallaba bajo los efectos de la impresión que le causó verlo allí tirado entre un charco de sangre. Esa, de momento, estaba descartada. "Usted ¿dónde se encontraba entre las 10'15 y las 10'30 horas?" le preguntó a la administrativa encargada de los asuntos de las Obras Menores, experta en poner sellos, dominaba la técnica de una manera asombrosa: todos los ponía equidistantes entre la fecha y el cargo del responsable que firmaba los permisos. "Pues estaba con Pili". Pili era la auxiliar administrativa eventual. "¿Y qué hacían?", el vigilante empezó a tomar notas. "Estábamos hablando". "¿Hablando de qué?" “¿Cómo que de qué? Qué tiene que ver de lo que estábamos hablando". La administrativa no entendía qué importancia tenía eso. "Se niega a responder" escribió el vigilante en su bloc de notas y puso una X al lado del nombre de la administrativa. Ésta se dio cuenta y le dijo que hablaban de las vacaciones en Mallorca. Bien, iba avanzando. Le pidió que le enseñase la suela de las sandalias. La administrativa lo hizo y las tenía secas. Aunque el vigilante pensó que debido al tiempo transcurrido, era natural. Luego se encaró con el ordenanza biólogo. Éste le dijo que si quería le imprimía el detalle de la ruta de trabajo de la fotocopiadora. Ahí podría comprobar que entre las 10'15 y las 10'30 horas, estaba haciendo fotocopias. "Vaya, este tiene una coartada sólida" pensó el vigilante. Lo tachó de su lista de sospechosos. Le quedaban los que pertenecían al Negociado de Asuntos Internos. Uno le dijo que estaba redactando un e-mail para su novia en el que le decía que la echaba mucho de menos y que en esos momentos estaba pensando en esa noche que pasaron en la habitación del hotel de París, sobre todo cuando ella se puso ese picardías que se compró en Pigalle. "Lo puedes comprobar en mi bandeja de 'mensajes enviados', Ahí consta la fecha y la hora de envío". Maldita tecnología. Eso puso nervioso al vigilante, tenía un sospechoso menos. Quedaba una de las cinco personas que había en esos momentos en la planta. Era un técnico medio amigo del Coordinador responsable de los asuntos del personal, por eso estaba allí. El Coordinador era un cargo de confianza del Regidor, que era el único que confiaba en él. El técnico, como tal, no hacía gran cosa: se encargaba de validar las peticiones de permisos de solicitudes de ausencia de los trabajadores. Sólo tenía que marcar una casilla en la pantalla del ordenador y clicar en “ok”. A veces se liaba y tenía que pedir ayuda al departamento de informática y estos a su vez llamaban a la empresa que había diseñado el software. Él técnico no tenía que estar allí, pero se había quitado un día de vacaciones a cambio de acumular un día más y sumarlo a los tres de asuntos propios sin justificar, lo que unido al puente del Pilar, le iba a permitir tomarse toda una semana libre. Lo tenía planificado desde principios de año cuando vio el calendario laboral. Le dijo al vigilante que entre las 10'15 y las 10'30 estaba en su mesa, justo al lado del que le enviaba el e-mail a su novia. Estaba escribiendo algunas entradas en su blog de Internet, lo que también podía comprobar por la hora de publicación de la entrada. El vigilante ya estaba harto de tantas fechas y horas que se podían comprobar. Él no solía usar ordenadores y los maldijo, esos aparatos eran un incordio.

Bueno, esa línea de investigación no estaba dando los frutos esperados, así que trató de averiguar si la víctima tenía algún enemigo entre los que en esos momentos estaban en el edificio. "Pues lo mismo sería buena idea preguntar a los de la planta de abajo. Ahí es donde tenía el puesto de trabajo Morales", le apuntó el ordenanza, que se conocía a casi todos los que trabajaban en el edificio, y de paso también le recordó que “lo mismo es mejor que avise cuanto antes a la policía”. Ese “es mejor” no le gustó nada al vigilante, parecía que dudase de sus dotes detectivescas. No le caía bien ese tipo. Le puso una X junto al nombre. El vigilante bajó a la planta donde el finado ejercía su jefatura en Licencias de Actividades en la Vía Pública. Le extrañó que en el mes de agosto hubiera un jefe trabajando. Sería el único, pues todos los cargos medios y altos, de nivel C para arriba, estaban de vacaciones. Quizás por ahí podía pillar algo. Interrogó al único empleado del departamento que se encontraba allí en esos momentos. Habían dos más que supuestamente tenían que trabajar ese mes, pero uno era enlace sindical y nunca se le veía el pelo por allí, casi nadie recordaba como era físicamente, tenía reuniones sindicales decía. El otro llegaba, marcaba y decía que se iba a inspeccionar unos puestos de venta ambulante para comprobar si tenían los permisos y sellos correspondientes. Aunque la mochila que llevaba, por la que sobresalía la punta de una toalla de playa, era algo sospechosa. Según le contó el empleado, Morales había cogido las vacaciones el mes de julio, pues se le había casado una prima del pueblo y aprovechó el viaje para pasar una temporada con su familia. A la pregunta de qué tal jefe era, el empleado contestó que era funcionario. Con eso quería decir que básicamente se dedicaba a firmar los que los contratados laborales, que eran los que hacían el grueso de la faena, le ponían delante. También le dijo que qué enemigos iba a tener, a no ser que fuera un quiosquero al que no le había renovado la licencia.

Aquello se estaba convirtiendo en un caso complicado, pero no le importaba, le gustaba los retos difíciles. Ese asunto requería que sacase a relucir todo su potencial. Pensó en volver a examinar la escena del crimen, lo mismo había algún detalle que se le había pasado por alto y sabía por experiencia, por los miles de episodios de CSI y películas policiacas que había visto, que en los pequeños detalles estaba la clave. Cuando llegó al lugar donde estaba el cadáver, vio asombrado que los Mossos d’Esquadra estaban tapando el cuerpo. Según le dijeron, les habían avisado desde la Central. Maldijo a su compañero, le había fastidiado la investigación. Estaba seguro de que le faltaba poco, sólo era cuestión de atar un par, o tres, de cabos. Resignado, sacó su bloc de notas y se dispuso a poner al corriente a los agentes. “Ok. Gracias, pero no hace falta, la cosa está clara”, le dijeron. “Se ha resbalado con el charco de agua y se ha golpeado con el pico de la mesa”. Él no lo tenía muy claro y así lo hizo saber y de paso les preguntó que cómo podían estar tan seguros. “Hombre, básicamente por la sangre que hay en el pico de la mesa”. Efectivamente, en una de las esquina de la mesa que quedó contra el suelo al caer ésta, había un coágulo de sangre. El vigilante no la movió para no alterar el escenario. “Y por la grabación de esa cámara”, apuntó el mosso. “¿Qué cámara?” preguntó el vigilante extrañado. “Esa de ahí”, le dijo el agente señalando hacia una esquina de la estancia.

A partir de septiembre, el joven vigilante de seguridad se dedicó con gran esmero y profesionalidad a vigilar el parking municipal de la plaza de la Constitución.

F. Antolín Hernández
Agosto 2010

1 comentario:

  1. Si tu supieras la de listos que hay en ese trabajo....

    Gracias Antolín, como siempre muy bueno

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