miércoles, 1 de septiembre de 2010

Vuelta a la normalidad

Vuelta a la normalidad. Se había acabado las vacaciones y tocaba volver a casa. No había estado mal: tres semanas de relax y tranquilidad en el campo. Menos mal que tenían eso, siempre iba bien tener a la “familia del pueblo”, eso significaba alojamiento y comida gratis. No todo el mundo se podía permitir pagarse unas vacaciones en un hotel, alquilar una casa o tener una segunda residencia en la costa o en la montaña. Además, a él le gustaba su pueblo, el contacto con la naturaleza, la comida sana, el aire puro, y ver a la familia que tenía allí, por supuesto. Eso sí, lo malo era el calor agobiante, pero bueno, peor era quedarse en la ciudad. Y a su mujer y sus hijos, tampoco les desagradaba.

Ya lo tenían todo preparado. Habían cargado el equipaje y él había planificado metódicamente la ruta que iban a seguir. No quería ir por la autovía, sabía que iban a encontrarse mucho tráfico y tenían que atravesar Madrid, lo que se podía convertir en una ratonera. Además, los viajes por carreteras secundarias les permitían ver cosas nuevas, diferentes, sitios que si no era por el viaje no iban a ver nunca. Harían un trayecto relajado, sin prisas por llegar. Cierto que iban a ir por carreteras secundarias que no sabía muy bien el estado en que se encontraban, pero tampoco tenían por qué ser malas. Con la ayuda del navegador todo iba a ir bien.

Se despidieron de la familia y salieron bien temprano antes de que amaneciera, quería aprovechar al máximo las horas previas al calor. Al mediodía pararían a comer en un pequeño pueblo que les pillaba de camino y allí pasarían las horas de máximo agobio. Estaba todo planificado.

Todo iba bien. Ya habían recorrido unos trescientos kilómetros y apenas habían tenido problemas, sólo una pequeña caravana a la entrada de un pueblo que tenía un semáforo de disuasión, de esos que se ponían en rojo según la velocidad de los vehículos. Ya habían circulado por cuatro carreteras diferentes: una nacional, dos comarcales y una local. Algunas de ellas no eran muy buenas, apenas tenían arcén, estaban algo bacheadas y una fue una sucesión interminable de curvas. Eso sí, para recorrer esa distancia habían invertido casi cinco horas. Iban algo retrasados según sus cálculos previos, pero si hubieran ido por la autovía, ahora estarían atascados en alguna de las innumerables retenciones que seguro que se estaban produciendo.

Estaban llegando al pueblo desde donde tenían que coger la siguiente carretera comarcal, se llamaba Elfin. El navegador le indicaba que en el cruce que había a la salida de la localidad, tenían que girar a la izquierda, pero había un problema: esa carretera estaba cortada por mantenimiento. Según ponía en un cartel, la Consellería de Obras Públicas de la Comunidad Autónoma, gracias a una subvención de la Comunidad Europea y el Gobierno Central, estaba adecuando el ancho de calzada en algunos tramos.

Bueno, no pasa nada, seguro que hay una ruta alternativa. Su mujer le aconsejó que volviera al pueblo y le preguntara a alguien o si no, que fuera hasta la gasolinera que habían visto a la entrada del mismo y de paso echaba gasolina por si acaso. Él se negó, teniendo el navegador no había problema, seguro que era más fiable que la gente de ese pueblo y en cuanto a la gasolinera, tenía todavía medio depósito lleno y había de sobra hasta la próxima. Además, no recordaba haber visto a nadie por las calles. Introdujo la incidencia en el aparato electrónico y éste programó la nueva ruta. Era una maravilla, alucinaba con los adelantos de la técnica. Según le indicaba, en el cruce tenía que seguir recto y a unos veinte kilómetros, desviarse a la izquierda por una pequeña carretera local que enlazaba con otra que le llevaba hasta el lugar donde tenían que haber llegado por la carretera que ahora estaba en obras. Así lo hizo, enfiló recto haciéndole caso al aparato cuando le dijo “en el siguiente cruce, siga recto”. No le dio importancia al hecho de que el navegador no le dijera la nomenclatura de la carretera.

Conforme circulaba, el paisaje se volvía más árido, los campos de árboles frutales, terrenos de cultivo y explotaciones ganaderas iban desapareciendo. Cada vez había menos presencia de actividad humana. Se estaban introduciendo en una especie de desierto. Estaban llegando al punto en que el navegador le indicaba que tenía que girar a la izquierda, le faltaba un par de kilómetros. El calor ya empezaba a ser agobiante. Encima notaba que el aire acondicionado del vehículo apenas emitía aire frío.

La voz del navegador le dijo, “en el próximo cruce gire a la izquierda… si se atreve”. Se quedó pasmado, esa voz no era la que normalmente le daba las instrucciones. Tenía otra entonación, como más pétrea, era más grave, más fría, aún, que la que normalmente emitía el aparato, era más parecida a la de los robots de las películas, sonaba menos humana. Su mujer se había dormido, entre lo temprano que se había levantado y que ella era meterse en el coche y entrarle la modorra, ya no aguantó más. Él pensó que lo mismo el aparato había tenido una pequeña pérdida de suministro energético. Pero para ese “si se atreve” no encontró explicación. Sus hijos, en el asiento de atrás, no se habían enterado de nada. Uno estaba enganchado a la Play portátil y la otra al Ipod.

Llegó al cruce y paró el vehículo, pues la carretera por donde tenía que circular se parecía poco a eso: apenas tenía asfalto, no había arcén ni señalización horizontal ni vertical de ningún tipo. Pensó que lo mismo su mujer tenía razón cuando le dijo lo de preguntar a alguien del pueblo y que era buena idea dar media vuelta y hacerle caso. Pero él era un hombre y antes muerto que preguntar a nadie. Además, si el navegado decía que era por ahí, es que era por ahí. Así que nada, se decidió y enfiló la carretera. No sabía si había sido imaginación suya, pero le pareció que el navegador emitió una especie de risita siniestra. Su mujer estaba roque y no se enteró de nada y sus hijos también empezaban a adormilarse.

El paisaje era una vasta extensión plana, sin un árbol, sin un arbusto, sin una elevación. El sol caía a plomo y no se veía nada que tuviera que ver con actividad humana. Trató de divisar si a lo lejos cambiaba algo, pero no había señales de eso. Procuró no ponerse nervioso, el navegador no se podía equivocar, era de última generación y lo había actualizado con el software 2.1 antes de irse de vacaciones. “Ha hecho bien, sigua adelante”. Pegó un respingo que le hizo dar un volantazo y perder un poco la dirección. No era posible que eso se lo hubiera dicho el navegador, seguro que se lo había imaginado. Entre el madrugón, las horas al volante y el calor, pues el aire acondicionado ya apenas funcionaba, pensó que eran cosas de su mente. Trató de controlar la situación. Ya había llegado a ese punto en que volver atrás era tan malo como seguir adelante. El último pueblo estaba a casi cincuenta kilómetros y según el navegador no faltaba mucho para la próxima carretera que le llevaría hasta el punto al que tenían que haber llegado por la carretera que ahora estaba en obras. En total era poco más de veinte kilómetros. Sin duda era mejor seguir adelante. Miró el panel del vehículo y vio asombrado como el indicador de nivel de gasolina le marcaba que estaba a punto de entrar en reserva. No era posible, en tan pocos kilómetros no podía haber gastado casi medio depósito. Seguro que el coche tenía algún problema electrónico que hacía que todos los controles fallasen. Se empecinó en comprarse un coche con todos los adelantos técnicos y electrónicos, que le facilitase la conducción y fuese cómodo y acogedor, un coche que estuviese preparado para viajes largos. Lo había llevado al concesionario antes de hacer el viaje, lo habían chequeado y todo estaba perfecto.

Empezaba a agobiarse, el calor era insoportable, pero si abría la ventanilla entraba un chorro de aire caliente que le golpeaba en la cara y le impedía respirar. El marcador de gasolina ya le indicaba que estaba en reserva. Su mujer y sus hijos estaban completamente dormidos. No los quiso despertar, mejor que siguieran así, de lo contrario iban a empezar con las quejas y los reproches y sólo le faltaba eso. Según el navegador, faltaba muy poco para acceder a la carretera comarcal. Suponía que a partir de ahí la cosa cambiaría y seguro que encontraba alguna gasolinera o lugar donde poder parar. Pero por más que miraba hacia el horizonte, no veía nada que hiciera suponer que eso iba a ser así. Pero, en ese sentido, procuraba mantenerse tranquilo, la reserva le permitiría circular, sin apurar mucho el motor, más de 50 kilómetros y seguro que para entonces ya habría encontrado algo. Aunque no podía evitar pensar que el coche había consumido mucha gasolina en poco tiempo.

La línea roja que marcaba el itinerario en el navegador dejó de verse, había desaparecido. Seguía estando el plano de situación, pero no marcaba ningún itinerario. Eso lo desconcertó, pero supuso que era porque el GPS no tenía cobertura en aquella zona. Sabía que no faltaba mucho para llegar a la carretera comarcal, tarde o temprano tenía que dar con ella. La última vez que miró el aparato, le indicaba que el camino por donde circulaba ahora daba directamente a ella, por lo que no había pérdida. Pero no le dio tiempo a llegar: el motor del coche dejó de funcionar, se había quedado sin gasolina. Pensó que no era posible, que seguro que tenía que haber alguna pérdida. En poco más de cincuenta kilómetros había gastado medio depósito y la reserva. “Te has quedado sin gasolina” dijo la voz fría y robotizada del navegador. Se asustó, no podía ser posible, pero lo había oído, estaba seguro. No sabía si se había asustado más por oírla, porque el navegador pudiera saber que se había quedado sin gasolina o porque le tutease. Pensó en despertar a su mujer y a sus hijos, pero recapacitó y creyó mejor no hacerlo, no había por qué preocuparlos. Seguro que resolvía aquello antes de que se despertasen, eran de sueño profundo. Tenía que hacer algo, no podía quedarse allí parado, no se había cruzado con nadie en todo el trayecto y no parecía que fuera un sitio muy transitado. Cogió el móvil, con la esperanza de poder llamar al servicio de emergencia, pero tampoco daba señal de cobertura. Escribió una nota avisando a su mujer de que volvía enseguida y se dispuso a caminar hasta la carretera comarcal, seguro que estaba cerca y que allí se encontraría con algún vehículo que lo auxiliase.

Empezó a caminar bajo un sol abrasador. El cielo estaba completamente despejado, no corría ni una pequeña brisa, no se veía rastro de vida: ni humana ni animal ni vegetal. Como tenían pensado parar a comer, ni siquiera había tenido la precaución de proveerse de alimentos y la botella de agua que llevaban ya hacía tiempo que se la habían bebido. Apenas había andado cinco kilómetros y ya estaba exhausto, deshidratado. Empezaba a marearse y a ver borroso. Hasta que ya no pudo más. Se sentó en el borde de la carretera y entre el calor y el cansancio, poco a poco fue dejándose vencer por una terrible somnolencia contra la que no podía luchar. De pronto recordó el nombre del último pueblo que habían dejado atrás: Elfin. “El Fin”, no era posible, aquello no podía ser posible. Sus últimos pensamientos fueron para su familia, que la había dejado dentro del vehículo con los cristales subidos bajo un sol criminal. Profundamente dormidos como estaban, se iban a cocer sin darse cuenta.

De pronto, en un último momento de lucidez, oyó como una especie de ruido parecido a un claxon. Era rítmico, de sonido cada vez más fuerte e insistente, pero perdió completamente la consciencia y dejó de oírlo.

EPILOGO:

“¡Hey! Despierta, que ya hace rato que está sonando el despertador”. Era la voz de su mujer. Abrió los ojos a la vez que gritaba “¡El Fin!”. Su mujer lo miró extrañada. “¿Qué fin? Anda espabila que se nos va a hacer tarde”. Estaba empapado en sudor. Miró a su alrededor y en vez de estar en medio de un desierto abrasador, se vio en la habitación de la casa del pueblo. Respiró aliviado.

Se prepararon para el viaje y decidió irse por la autovía. Antes de partir miró que el depósito de gasolina estuviera lleno y desconectó el navegador. Qué bueno estar de vuelta a la normalidad.

F. Antolín Hernández

Agosto de 2010

2 comentarios:

  1. Pues bien hecho, que el gps a veces te lleva por donde no es, y puede que en "ElFin" del viaje te desplaces varios kms.
    Escalofriante relato, menos mla que era un sueño

    Salu2, Jefe.

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  2. Si, menos mal que era un sueño, :-)))
    Por cierto re bienvenido, magandito tu vacaciones bien? seguro que si.

    Hace tiempo estuve en Asturias y el Navegador me metió por una carretera, tipo a esta en la que pase por un cementerio y si llego a seguir por el camino por donde me decía que siguiese me tienen que bajar en helicóptero jajajajaja que mal lo pasé ese día.

    Buen relato Antolín, como siempre manteniendo la atención hasta el final y el final es fantástico... como siempre

    Un abrazo amigo mio

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