viernes, 6 de agosto de 2010

Relato de un verano aburrido (4ª Entrega)

EL ENTORNO

Qué quieren, dijo Morticia secamente mientras miraba extrañada como uno de aquellos raros había acercado la cámara a una mosca que había posada encima del mantel de la mesa. Están locos, pensó. No, es que habíamos pensado salir a dar un paseo por los alrededores y le agradeceríamos que nos explicara si hay algo interesante para visitar. ¿Algo interesante?, preguntó Morticia. No entendía qué significaba para aquella gente algo interesante. Aquí sólo hay montaña y bosques. Sí, no sé, algún paraje peculiar, alguna montaña chula o un río bonito. ¿Paraje peculiar, montaña chula, río bonito?, definitivamente la gente de ciudad era muy rara. Normalmente les doy a los huéspedes un mapa de la comarca donde hay algunos sitios con nombres, lo mismo eso es lo que quieren. Ahora traigo uno. Fue al “despacho” y volvió con un mapa editado por la Diputación para los excursionistas y los esplais de colegio que visitaban la zona. Lo desplegó encima de la mesa. Nosotros estamos aquí, dijo señalando un punto del mapa. Can la Penjada, ponía en ese punto. Todos se miraron. A medida que iban leyendo los demás nombres escritos en el mapa, sus rostros iban palideciendo. Menos Albertojendrix, que miraba el mapa pero no lo veía. Estaba dándole vueltas a dónde leches había puesto la tarjeta de memoria que traía de repuesto, estaba seguro de que la puso en la bolsa de la cámara, pero allí no estaba, quizás se la había metido en el bolsillo del pantalón, pero si tampoco estaba allí quizás es que se la dio a Marysun para que la guardase junto al cargador de la batería. Aunque ahora no le haría ascos a un güisqui y se pensó si subir a la habitación a por una de las botellas que había traído. Pero mejor seguir con el rollo oscuro, aquella casa le podía dar mucho juego. ¡Ah!, y no se le tenía que olvidar preguntarle a Albert El Artista como hacía él para sacar esas texturas, le molaban un montón. Así de dispersos tenía los pensamientos.

Los demás nombres del mapa no eran muy tranquilizadores: Coll del Mort, Font del Ofegat, Vall de les Ànimes, Riera Matahomes, Cova del Captallat, Ermita del Sant Suplici. Y todos esos nombres ¿porqué se los pusieron a esos sitios? Preguntó Reyes. Que por qué, qué, dijo extrañada Morticia. Sí, que si se los han puesto por poner o por algo especial. Todos los nombres se ponen por algo ¿no? Morticia no acababa de entender a esa gente. El Coll del Mort porque encontraron a un pastor que hacía semanas no se sabía nada de él. Estaba tieso como un palo, pero tieso literalmente. Lo encontraron de pie, apoyado en el cayado, por donde entró el rayo que lo fulminó. Font del Ofegat porque un huésped de la masía se ahogó en una poza que no hacía más de un metro de profundidad, nadie se explicó cómo pudo ser tan torpe. El Vall de les Ànimes, porque todavía hay quien cuenta que la Santa Compaña de las almas en pena, sale en procesión las noches de luna llena a visitar aquellas masías donde va a haber una defunción. Riera Matahomes porque, a pesar de no tener más de tres metros de ancho, en época de crecida, se convierte en un torrente que ya se ha llevado a varios payeses por delante. Cova del Captallat porque no hace mucho unos excursionistas encontraron la cabeza cortada de un vecino del pueblo. Ermita de Sant Suplici porque se edificó donde, según la leyenda, los romanos martirizaron a los cristianos que se negaron a renunciar a Jesús y en esa misma ermita, mucho después, a un monje le dio por perseguir a las campesinas mozas. Evidentemente sólo podía ser obra de Satanás, por lo que lo tuvieron encerrado durante años y a base de exorcismos intentaron quitarle esa manía, pero no hubo manera. Los gritos de desesperación del poseso retronaron durante mucho tiempo por todo el valle. Morticia no dio tantos detalles, pero más o menos era eso. ¡¡Quién leches ha escogido este sitio!!, El Jefe no pudo reprimirse. Todos se giraron hacia El Pitufo, que trataba de excusarse, y yo qué sabía, a mi me lo recomendó un compañero de trabajo. Pues vaya compañeros que tienes colega.

¿Y usted que nos recomienda visitar?, preguntó Paca. ¿Yo?, para mí todo es monte, ustedes sabrán, contestó Morticia. Vamos a ver, ahora podemos pasear por aquí cerca y ver los alrededores y mañana podemos ir al río y acampar por allí y luego subir a la Ermita. ¿Está abierta?, preguntó Jorge a Morticia. Está deshabitada, pero se puede entrar. Aún conserva la campana y algunas veces todavía se oye por las noches. ¿Cómo que se oye por las noches? ¿No dice que está deshabitada?, dijo extrañado Tano. No lo sé, pero tengan cuidado con el cementerio. ¿Con el cementerio?, ¿qué cementerio?, dijo casi sin voz El Pitufo. El cementerio donde enterraban a los monjes que se cuidaban de la ermita. ¡Güai!, exclamó entusiasmado e inconsciente Albertojendrix, eso para su rollo oscuro le iba de fábula. El Jefe estaba por hacer las maletas y volverse a casa. Ya no le entusiasmó lo del monte, pero todo aquello empezaba a superarlo. Encima que nadie le hacía caso, tenía que cargar con toda aquella panda opinando. Él, que no soportaba que le llevasen la contraria. Si él decidía o proponía algo, era evidente que era lo mejor y no entendía que los demás no lo vieran así. Siempre había actuado por su cuenta, su verdadero nombre tenía que ser Juan Palomo, el de “yo me lo guiso yo me lo como”. Muchas veces se arrepentía de haber creado El Grupo y nombrar a aquellos inconscientes como colaboradores. Para él, lo ideal era que él decidía y los demás acataban, pero a ellos les daba por opinar y normalmente era lo contrario a lo que él opinaba. ¡Pero si incluso votaban las decisiones!, maldita democracia. Bueno había una excepción: Marysun era la única que decía amén a todo lo que él proponía. Según ella, sentía devoción por El Jefe y algunos eso no acababan de entenderlo del todo. Querían pensar que era simple peloteo.

Bueno va, vamos a dar una vuelta por aquí cerca y mañana nos vamos a la ermita. Al menos podremos fotografiar algo en condiciones, zanjó El Jefe. Pues yo no estoy de acuerdo, El Pitufo y su manía de tocarle las pelotas. Creo que mejor podríamos dar una vuelta a lo largo del río, por lo visto en el mapa hay un camino que lo sigue hasta bastante arriba. Además, no sabemos cómo está de alta la ermita y llegar allí puede ser mortal. Empezó una acalorada discusión y cómo ya se conocían la situación, decidieron votar. El Jefe maldijo de nuevo la puta democracia. A favor de la ermita: El Jefe, Albertojendrix, Tano, Marysun, Esther, Jorge y Paca. A favor del río: El Pitufo, Pilar, Reyes, Albert y Superjulio. Martín se abstuvo y Jan no tenía ni voz ni voto y además le importaba un carajo.

El Pitufo había perdido, lo que para El Jefe supuso una gran satisfacción. Tenían una guerra de egos encubierta. No es que El Pitufo no estuviera de acuerdo con algunas de las decisiones de El Jefe, es que le reventaba darle la razón. Tenía ancestros gallegos, por lo tanto era muy cabezón y pensaba que sus argumentos eran inapelables y no entendía que los demás no lo vieran igual. Lo malo es que El Jefe pensaba lo mismo. Además, había otro motivo: le gustaba chincharle, disfrutaba un huevo. El Pitufo estaba acostumbrado a negociar con gente dura de mollera y tomar decisiones. Eso de acatar las de otros no iba con su forma de ser. Era un lumbreras en lo suyo y tenía una mente privilegiada para las cosas de las moléculas y la ingeniera nuclear. Era miembro del Comité de Estrategia Científica del CINCP (Centro de Investigación Nuclear y Cosas Parecidas). Era experto en radiaciones ionizantes y desarrollos de técnicas dosimétricas. Quería transformar las universidades a través de algo llamado TIC, que nadie sabía muy bien qué era. Tenía varios libros publicados que quizás alguien compró alguna vez. Había publicado varios artículos en revistas especializadas y dirigido tesis doctorales. Siempre que le hacían alguna entrevista para un medio de comunicación, explicaba algo sobre un martillo que nadie entendía qué quería decir. Pero luego, para otras cosas, mejor dicho, para todo lo demás, era un desastre. Tardó diez años en montar el cubo de Rubik, se empeñó en acabarlo y terminó en una clínica de rehabilitación, pues cuando consiguió resolverlo se sintió muy vacío. Hacía un sudoku de nivel sencillo a la semana, pero no es que hiciera uno en un momento y ya no hacía más, es que se tiraba toda la semana con el mismo, una media de tres cuartos de hora al día. Por más que le explicaran el movimiento del caballo de ajedrez: dos para adelante y una hacia un lado, o una hacia un lado y dos para adelante, no había manera. Lo tuvo que dejar por imposible, decía que lo suyo era las damas. Pero si había algo que a El Pitufo le gustaba era el Tom Tom, le fascinaba ese aparato y sentía algo muy especial cuando La Voz le decía "en la próxima rotonda, tome la segunda salida”. A veces cogía el coche sólo para conectarlo y relajarse con La Voz. Incluso creía que se estaba enamorando de ella (de La Voz). Eso a pesar de que a veces le jugaba malas pasadas. Como aquella vez que fue a una reunión en casa de un colega que vivía en las afueras de Cerdanyola. Estaba oscuro, la zona a medio urbanizar y todavía no funcionaba todo el alumbrado público. La Voz le dijo que en el siguiente cruce girase a la derecha y él, como lo que le decía La Voz iba a misa, giró sin pensárselo. Bajó con el coche 50 escalones recién colocados para que los peatones salvaran un desnivel. Tampoco estaba muy puesto en las cosas del bricolaje. Le tenía que poner etiquetas a todas las herramientas con una referencia. Luego, en una base de datos que creó, buscaba esa referencia y miraba para qué leches servía la herramienta en cuestión. Estaba cansado de intentar atornillar un tornillo con la barrena.

El caso es que, según el escrutinio, ganó la opción de El Jefe, que esa noche iba a dormir algo mejor.

Bueno, entonces mañana vamos a la ermita y esta tarde qué hacemos, preguntó Jorge. Ya hemos dicho que vamos a dar un paseo por aquí cerca ¿no?, apuntó Esther. Todos estuvieron de acuerdo, a ella nadie le decía que no.

EL PASEO

Cogieron las cámaras y salieron de la masía. Fuera, sentado en un tocón, estaba Mortimer afilando la guadaña. Lo hacía con esmero, con cariño. Piedra arriba, piedra abajo. Primero por un lado, luego por otro. La hoja relucía y no tenía una sola mella, se notaba que la cuidaba. Eso y que era un experto, nunca le daba a nada que no fuera algo susceptible de ser cortado. En cuanto vio salir al grupo, le dirigió una oscura mirada a El Pitufo, que trató de disimular, pero no pudo evitar tropezar con una pequeña losa que sobresalía del suelo del porche.

Se dirigieron hacia el camino por donde habían venido con los coches, poco antes habían visto un gran prado de hierba verde y una pequeña caseta de pastor. Pilar quería aprovechar para recoger algunas plantas para hacerse infusiones naturales y también quería buscar muérdago, por aquello de que la consideraban la planta de la buena suerte. Para que nos vaya bien el fin de semana, decía.

El paseo hasta el prado duró poco más de media hora, lo que, al ser llano, no supuso un gran problema para la mayoría. Estaban acostumbrados a patearse la ciudad en las múltiples salidas fotográficas que hacían. Solían quedar de vez en cuando para verse, hacer fotos y tomarse unas cañas con patatas bravas. Se lo pasaban bien a pesar de las diferencias de carácteres y las reuniones solían ser divertidas y, menos el pique Jefe-Pitufo, no solían tener roces ni discusiones. Pero una cosa era verse un rato y otro convivir juntos durante un fin de semana.

Todos iban a lo suyo, algunos, sobre todo las mujeres, iban charlando animadamente. Martín siempre se quedaba atrás porque no paraba de hacer fotos. Veía una flor y le daba mil vueltas hasta que quedaba satisfecho. Jan corría por todos lados, su padre le dejaba hacer mientras estuviera a la vista. Tano y Superjulio, con eso de que les había tocado compartir habitación, no se separaban. Albertojendrix y El Jefe miraban alrededor y no veían un solo motivo para hacer una foto, sólo había árboles y montañas por los cuatro costados. En la ciudad no paraban, lo fotografiaban todo, pero aquí como que no se sentían en su elemento. El Pitufo y Jorge hablaban sobre aparatos electrónicos. Jorge era un auténtico experto. Ya de joven se hizo con una de las primeras guitarras eléctricas que se vendieron en el país, ante la desilusión de su padre, que no entendía que le gustase más aquel aparato infernal que una auténtica guitarra española para tocar fandangos. También había sido de las primeras personas en tener ordenador personal: Un Comodore Pet y unMark-8 Altair, para él el MS-Dos supuso todo un descubrimiento. Con la llegada del video se decantó por el sistema Beta, ahí no tuvo muy buen ojo. Fue uno de los primeros en jugar con los Atari. Tuvo uno de los primeros teléfonos móviles que salieron al mercado, aquellos que pesaban casi un kilo. Le fascinaba todo lo que empezaba por I- Tenía un Ipad, un Ipod, un Imac, un IPhone. Además era el que más entendía de programas de retoque fotográfico. Tenía todos los plugins y filtros que existían para Photoshop. Ahora le estaba explicando a El Pitufo algo sobre capas inteligentes y niveles de contraste, junto con máscaras de capas con desenfoque gaussiano al 5% de radio, mezclado con el canal RGB, añadiéndole otra capa para conseguir un efecto suave sólo en el fondo con la herramienta varita mágica. El Pitufo se había perdido en la segunda frase, pero por no quedar como más torpe decía que sí a todo.

Llegaron al sitio y se dirigieron a un montón de piedras que algunos usaron como asientos. El cielo no acababa de despejarse, pero la tarde era agradable. Corría una pequeña brisa que traía los olores a hierba fresca de la montaña. Esther estaba encantada, aquello era majísimo y además se encontraba en compañía de sus amigos, qué más podía pedir. Marysun se había untado, mejor dicho, embadurnado, de crema para protegerse del aire y de los mosquitos. Su piel era muy sensible y luego le salía ronchas, decía. Paca era más campestre, más hecha al monte. No tenía problemas, aquello, en cierta manera, le era familiar. No paraba de buscar hinojos para comérselo, como si fuera una cabra. Ay hija, así sin lavar ni nada te va a dar algo en el estómago, le decía Pilar. Quita xiquilla, que bicho malo nunca muere, le contestó. El Jefe seguía buscando algo interesante. Qué rollo, soltó. El Pitufo, a causa del tamaño de su órgano olfativo, percibió un leve y desagradable olor que era trasportado por la brisa. ¿No notáis un olor raro?, preguntó. Los demás olfatearon. Pues sí, yo también noto algo, dijo Superjulio que tampoco andaba mal de nariz. Parece que viene de esa cabaña de piedra. Tano se acercó, asomó la cabeza dentro de ella y, dando un respingo, soltó un ¡¡mecagoendiós!! Aparte de un montón de mierda humana, había una cabeza de vaca a la que le salía unos gusanos asquerosos de las cuencas de los ojos mientras unas pequeñas moscas verdes se daban un festín con ella. Salió corriendo y no paró hasta llegar de nuevo al camino de tierra. Los demás se quedaron perplejos, indecisos entre ir a ver qué había o imitarlo. La mayoría hizo lo segundo, otros se asomaron. El Jefe echó toda la sopa de de ayer espesa, los dos galets y el hígado de cerdo que había comido. De paso se deshizo del café con leche y las tostadas con ajo y aceite que se había tomado esa mañana.

A la mayoría se les quitó las ganas de campo y decidieron volver a la masía. Además, el aire empezaba a ser un poco fresco y las nubes no dejaban pasar ni un rayo de sol. Muchos iban vestidos como si se fueran a dar un paseo a la orilla del mar: con sandalias, camisetas de tirantes y bermudas. Se notaba que no estaban muy puestos en eso de “ir al monte”. Deshicieron el camino de regreso y encontraron a Mortimer en la misma posición y con la misma tarea que lo habían dejado. Volvió a dirigir la misma mirada oscura a El Pitufo. Éste hizo todo el trayecto, desde que lo vio, mirando hacia el lado contrario.

La primera experiencia campestre no había sido muy agradable, pero tenían más días por delante y esperaban mejorarla. Algunos pensaban que sólo se trataba de aclimatación. Llevaban allí pocas horas y era cuestión de cogerle en punto a todo eso. Seguro que mañana hace un sol esplendido y nos va de maravilla, ya veréis, dijo optimista Esther.


4 comentarios:

  1. Antonio:

    Can la Penjada: Casa de la Colgada
    Coll del Mort: Monte del Muerto
    Font del Ofegat: Fuente del Ahogado
    Vall de les Ànimes: Valle de las Ánimas (esta es fácil)
    Riera Matahomes: Riera Matahombres
    Cova del Captallat: Cueva de la cabeza cortada
    Ermita del Sant Suplici: esta también es fácil

    :-)))

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  2. Pues yo le hubiera hecho una foto a la cabeza de la vaca, un tétrico bodegón de naturaleza muerta.
    Hala, a por la 5ª entrega.
    Saludos, Antolín.

    Magandito ( Juan Pedro )

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  3. Me la bebí de un tirón ayer en la playa y mira que quería dejar esta entrada para leerla tranquilamente en casa, pero era superior a mis fuerzas el MobileRSS, me avisaba siempre que abría el móvil diciéndome... tienes una entrada sin leer, así que fue superior a mis fuerzas.

    Y hasta ahora no he podido comentar.... me tienes enganchaito jejejejejeje

    Ya me he leido tambien la 5ª y me tienes en ascuas a ver que le pasa al ca..n del pitufo :-)))

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  4. Que lástima de la foto (a la cabeza de la vaca), de verdad que hubiera sido una pasada ;-)

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