sábado, 28 de agosto de 2010

El profesional

EL PROFESIONAL


Este trabajo no era como los demás, era especial. Nunca le habían encargado algo así. Normalmente se trataba de liquidar a miembros de bandas rivales a las de sus clientes: Ajustes de cuentas entre mafiosos o grupos de poder.

Era un profesional, se había formado en los cuerpos de élite del ejército soviético. Su primer fusil fue un SVD Dragunov de 7,62 mm., el estándar en aquella época. Con la disolución de la URSS y su posterior desmovilización, no sabía a qué dedicarse. Su formación militar le impedía ejercer cualquier actividad civil, no estaba preparado para nada, por lo que se dedicó a hacer aquello que mejor se le daba : matar. No sentía nada especial, sólo era un trabajo, seguro y muy bien pagado además. En los Balcanes cogió oficio. Empezó a hacerse un nombre entre los profesionales. Después fue reclutado por un grupo guerrillero chechen. Tenía que disparar y matar a miembros del ejército en el que se había formado, pero eso no le preocupaba, sabía separar muy bien el trabajo de los sentimientos.

Su primer trabajo civil se lo encargó un grupo mafioso georgiano. Se trataba de liquidar al jefe de una banda con la que tenían ciertas desavenencias sobre la distribución de heroína en la zona que controlaban. Fue un trabajo de una ejecución perfecta: blanco mortal con el primer disparo a una distancia de 700 metros. Aquello lo catapultó. Su nombre circuló entre las bandas mafiosas como uno de los mejores en su oficio. Muy pocos lo conocían personalmente, no era bueno tener amistades, nunca sabía en quién confiar. Lo mismo trabajaba para una banda que para otra y a ninguna le interesaba ir a por él, nunca sabían cuando podían precisar de sus servicios. Él simplemente era el ejecutor. A las bandas les interesaban los que mandaban, los que tomaban decisiones.

Pero ahora era diferente, ya no se trataba de liquidar a un mafioso cualquiera por el que la policía o los servicios secretos iban a perder ni un segundo en averiguar quién era el asesino. Un presidente de una República ya eran palabras mayores. Al principio dudó si aceptar el trabajo. Era arriesgado, pero lo que le ofrecieron le podía permitir estar fuera de la circulación por una buena temporada. Se podía retirar a un país lejano con una nueva identidad y una nueva vida. Se lo pensó mucho pero al final aceptó. Estuvo varios meses estudiando el objetivo: sus costumbres, sus desplazamientos, sus medidas de seguridad, sus discursos. Hasta que un día supo que el mandatario iba a presidir un acto inaugural de un gran complejo comercial en el centro de una ciudad. Era el sitio y el momento perfecto: un gran espacio abierto rodeado de edificios y grandes multitudes con la que mezclarse después del disparo.

Tenía una semana para preparar el golpe. Por medio de contactos se enteró dónde iba a estar la tribuna desde la que el presidente iba a dar el discurso. Estudió la zona y los edificios colindantes. Tenía que asegurar el disparo, no iba a disponer de una segunda oportunidad, por lo que no podía estar a más de 300 ó 400 metros del objetivo. Encontró el sitio perfecto: un quinto piso de un edificio de oficinas. Seguro que ese día estaría cerrado, por lo que tuvo que idear un plan para poder acceder a él y luego poder salir con seguridad. Una vez en la calle se mezclaría con la multitud para poder escabullirse.

Pero la banda mafiosa que lo había contratado se encargó de facilitarle las cosas: Casualmente esa banda era la que tenía contratado el servicio de seguridad de ese edificio. A través de su contacto en la banda, logró ser uno de los agentes que ese día iban a estar de guardia. Su compañero de vigilancia ya estaba avisado de los planes. Aunque los servicios de seguridad del Gobierno lograran averiguar desde dónde se hizo el disparo, les iba a ser muy difícil demostrar que esa empresa estaba implicada. Además, había por medio muchos intereses políticos y económicos. Sabía que el encargo procedía de la banda mafiosa, pero los instigadores principales ocupaban altos cargos políticos y empresariales. El actual mandatario era un escollo para sus planes y tenían que acabar con su poder de alguna manera poco democrática, pues era un presidente populista y sus votantes no lo iban a abandonar. Todo era perfecto, parecía imposible que nada pudiera fallar.

Un par de días antes de que los servicios de seguridad del presidente inspeccionaran todos los edificios colindantes a la plaza donde se iba a celebrar el acto, logró que la banda introdujera el fusil que iba a utilizar: Un SVD Dragunov Tiger calibre 7,62 mm. y un visor óptico de día SVD con la iluminación de retícula y telémetro de 1.300 metros. El proyectil sería un Sierra de alta precisión de 13 g, mortal de necesidad. Era el equipo que venía utilizando de un tiempo a esta parte. Ya se había encargado de calibrarlo haciendo pruebas durante una semana en un terreno privado que la banda le facilitó.

Un día antes del golpe, había quedado para cenar en un restaurante japonés con su contacto en la banda, tenían que ultimar los preparativos y asegurarse de que todo estaba planificado para no dejar ningún cabo suelto. Además, tenían que entregarle su nueva documentación y facilitarle una nueva dirección de correo electrónico con la que se pondrían en contacto. Ya se había asegurado de que la primera parte del pago estaba ingresada en una cuenta de la isla de Granada. Después del trabajo recibiría el resto dividido en varios ingresos en otras tantas cuentas en diferentes paraísos fiscales.

Llegó el momento señalado. Se vistió con la ropa de vigilante de seguridad y se dirigió bien temprano al edificio desde donde iba a perpetrar el magnicidio. Cuando llegó, la calle ya estaba vigilada por numerosos efectivos policiales. En todas las terrazas de los edificios que rodeaban la plaza, había tiradores de élite de las fuerzas especiales. Al entrar en el edificio lo registraron y le pidieron la documentación. Todo estaba en regla, la banda había hecho un gran trabajo previo.

Su compañero apenas cruzó la mirada con él. Era el único, aparte de su contacto, que lo conocía personalmente, pero suponía que la banda ya se encargaría de procurar que ese tipo no pudiera identificarlo nunca. Subió a la planta donde estaba escondido el fusil.

Poco a poco la plaza se iba llenando de gente. La multitud no quería perderse la oportunidad de ver al presidente de cerca. Era popular y lo admiraban por su lucha contra las mafias y los grupos de poder económico. Bajo su mandato se había detenido a importantes capos y desarticulado varias redes de corrupción urbanística. Estaba dispuesto a limpiar la República de mafiosos y vividores que se lucraban a costa del sufrimiento de la gente.

Faltaba una hora para el discurso y él ya lo tenía todo preparado. Ocupó el lugar que había elegido para efectuar el disparo. Era perfecto. Desde allí divisaba toda la tribuna sin nada que se interpusiera entre él y el objetivo: ningún árbol, ningún cable eléctrico, ningún elemento urbano. Era una trayectoria limpia. El sol estaba detrás del edificio donde él se encontraba y proyectaba sombra sobre la tribuna. Hubiera preferido un disparo frontal, pero para eso tenía que haber buscado una posición muy lejana y no podía arriesgarse. El ángulo de 45 grados desde donde iba a disparar no estaba mal. No era un blanco pleno, pero tampoco un perfil, donde el movimiento hacia delante y atrás del objetivo podía dificultar la acción. Se dedicó a enfocar la mira telescópica sobre los micrófonos de la tarima para tenerla calibrada correctamente.

Llegó el momento, el presidente ya había llegado y subido a la tribuna. La multitud vociferaba y agitaba las banderas y las fuerzas de seguridad entraron en acción. Los guardaespaldas personales del presidente no perdían detalle de las primeras filas. Los tiradores de élite apostados en los terrados, apoyados por compañeros con prismáticos, vigilaban todos los edificios de la plaza. Los agentes de policía controlaban todas las esquinas y calles adyacentes. La plaza estaba literalmente tomada.

Él, como buen profesional, ya había previsto que ese edificio iba a ser uno de los más vigilados. Un par de horas antes, unos agentes habían recorrido y registrado todas las oficinas cuyas ventanas daban a la plaza. Él, en su papel de guardia de seguridad, se había encargado de facilitarles el acceso. Los tiradores vigilaban especialmente esas ventanas, por lo que procuró buscar una posición adecuada para no ser visto. La ventana era corredera hacia la derecha y la dejó abierta apenas diez centímetros, lo suficiente para tener el ángulo de visión adecuado sobre el objetivo. Situó el cañón del fusil a un metro de la misma, apoyado con su bípode sobre una mesa y procuró que hubiera la máxima oscuridad en la estancia, de esa manera se aseguraba no se visto desde fuera.

El presidente se disponía a empezar el discurso. Él ya estaba preparado, su ojo derecho pegado a la mirilla; su dedo índice acariciando el gatillo; la respiración pausada, rítmica. Tenía enfilado el objetivo, era un blanco claro, diáfano, que además le facilitaba la puntería al no moverse apenas mientras hablaba. Previamente había estudiado sus discursos públicos y sabía que en las largas frases estaba totalmente estático, luego se echaba hacia atrás para coger aire, esperar el aplauso del público y continuar hablando. Sus peroratas tenían cierto ritmo: frases de dos a tres minutos, aplausos, coger aire, beber, frase larga de cinco minutos, más aplausos. Ya había decidido el momento. El presidente acababa de beber, por lo que sabía que a continuación iba a pronunciar una frase de cinco minutos. Había llegado el momento. Su dedo empezó a presionar suavemente el gatillo, sabía cual era el grado de presión exacto para que la bala saliera proyectada. Estaba llegando a él, un poco más y adiós al presidente de la República y hola a una nueva vida rodeada de lujos. En décimas de segundo esperaba oír la detonación. A la de tres: uno, dos…. Y en ese momento sintió como su barriga emitía un gruñido sordo y profundo y un agudo dolor se apoderó de su bajo vientre. No se podía concentrar en el disparo, necesitaba ir urgentemente al baño o se lo iba a hacer allí mismo. Intentó aguantar como pudo y concentrarse en su objetivo, pero no podía: el dolor se lo impedía, le obligaba a retorcerse. En ese momento, un apestoso líquido marrón se escurrió entre sus pantalones en medio de un intenso dolor de barriga. El dolor repentino y la mierda que le salió por la parte baja de lo pantalones, hizo que perdiera de vista el blanco. Se sintió un poco aliviado y relajado, tanto que durante unos segundos se olvidó completamente de su misión. Cuando recobró la entereza, volvió a mirar a través de la mirilla telescópica y ¡¡el objetivo ya no estaba!! ¡¡Me cago en todo lo que se menea!! exclamó. El presidente esta vez había hecho un discurso más corto de lo normal. Él no sabía que los servicios secretos estaban al tanto de que se podía producir algún tipo de atentado y procuraron que el acto fuera lo más corto posible.

A ver cómo le explicaba ahora a la banda que el presidente no estaba muerto porque él se había cagado encima. Adiós a su reputación. Sabía que el pescado crudo no le sentaba bien.

F. Antolín Hernández
Agosto de 2010

5 comentarios:

  1. Es que es... es "pa cagarse", jajaja
    Eres bueno, Jefe, muy bueno.
    ¿Te lo había dicho alguna vez?

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  2. Muy bueno, Antolín, mucho. Brillante el desenlace. Es lo que tiene el sushi

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  3. Impresionante este desenlace ........ :-) !!! Hay que Jo....e Jajajajajajaja

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  4. LMQTP jajajajajaja
    me has tenido en ascuas desde el principio al final y eso que me estaba "oliendo" lo que iba a pasar jajajaja

    Tu, tu, eres muy bueno Antolín, Jefe

    Un abrazo

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  5. He modificado el relato. Me he dado cuenta de que se daban demasiadas pistas sobre cómo iba a acabar la cosa y he cambiado algo el final.

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