lunes, 16 de agosto de 2010

Relato de un verano aburrido (14ª Entrega)

LA CAMPANA

Entre el cansancio, el calor del fuego y Van der Graf, algunos empezaron a adormilarse. El primero en dormirse fue Jan, a él todo aquello de la tormenta, rayos, truenos, campanas, monjes y cementerios, no le afectaba nada. Más de uno lo envidiaba. Otros, como El Jefe, preferían mantenerse despiertos, querían estar preparados para lo que se pudiera presentar. Martín le propuso subir al campanario, aunque fuera ya de noche tenía que ser chulo estar allí arriba. El Jefe accedió, lo que fuera con tal de no dormirse, Subieron y arriba, aparte de mucho aire, agua y frío, no había nada ni se veía nada. Los rodeaba una oscuridad total, las nubes no permitían mostrarse a la luna llena. Un poco decepcionado, El Jefe decidió irse y empezó a bajar los escalones de madera. Apenas veía donde ponía el pie, porque si lo hubiera visto no habría perdido el equilibro y caído rodando hasta el piso de abajo. El último golpe se lo dio en la cabeza.

Al oír los golpes y el grito que lanzó, todos fueron corriendo a ver qué había pasado. Se lo encontraron en la escalera con los pies hacia arriba y la cabeza en el primer escalón. ¡Joder chaval! El Pitufo fue el primero que llegó a él, se agachó y vio que tenía los ojos cerrados. ¡¡No te vayas!!, le gritó ¡¡Quédate conmigo, no vayas hacia la luz!! Los demás estaban paralizados. El Pitufo, que en el fondo, muy en el fondo, lo apreciaba, trató de reanimar a El Jefe. Le apretó varias veces el pecho y le arrimó la boca para hacerle la respiración artificial. El Pitufo también había visto muchas películas. Cuando ya tenía su boca casi pegada a la de El Jefe, éste despertó. ¡¡Pero qué coño haces, quita de ahí!! El Pitufo lo soltó en el acto y dio un respingo hacia atrás. ¡¡¡Ayyyyy, mi tobillo!!!, se quejó El Jefe. Se lo había torcido. Fue la única consecuencia de la caída, el golpe en la cabeza sólo le había producido un leve desmayo. Alguno aprovechó para hacer algunas fotos con flash. Le ayudaron a levantarse e ir hacia la chimenea. ¡Me cago en Satanás!, soltó. Tío, que estamos en una ermita, le dijo alguien. ¡Pues me cago en Satanás y en su puta madre! A El Jefe todo aquello ya empezaba a superarle, estaba hasta los cojones del monte y de aventuras.

Pilar trató de darle unos masajes que había aprendido en una clase de Masajes Relajantes Orientales, por si le servía de algo, pero en vez de relajarlo cada vez que le tocaba el tobillo le entraba ganas de cogerla del cuello y estrangularla, encima que ella lo hacía con toda la buena intención. Reyes sacó una de sus camisetas de repuesto por una ventana y la mojó con el agua fría de la lluvia, aquello pareció relajarlo un poco. Jan ni se había enterado, ya estaba en la fase REM.

Ya tenía que ser cerca de la medianoche y el agua no cesaba. La mayoría se habían quedado medio dormidos. En eso que oyeron tan, tan, tan. ¡La campana! El grito de Reyes los despertó. Marysun apretó el brazo de Albertojendrix. Jorge apretó el de Paca, Esther y Reyes se abrazaron, Pilar dijo, ¡anda!, la campana. Martín siguió durmiendo. El Pitufo y El Jefe estaban mudos. ¿Estáis seguros que era la campana?, dijo Esther y de nuevo, tan, tan, tan, tres toques más. Se arremolinaron en un rincón y todos miraban hacía la abertura de la escalera que subía al campanario. Oyeron pasos. La respiración y el latido del corazón de algunos, no dejaba oír la lluvia. Más pasos. Alguien descendía por la escalera. Estaban todos abrazados, menos Albertojendrix que había cogido la cámara para estar preparado, aquello podía ser la hostia. Una sombra que se hacía cada vez más grande se iba vislumbrando en el hueco de la escalera. ¿Tenemos ajo?, preguntó Pilar. ¿Ajo?, para qué quieres ajo, le preguntó tembloroso El Pitufo. Pues para ahuyentar a los espíritus. Eso es para los vampiros, le espetó El Jefe, que en esos momentos se acordaba de la queimada y el conjuro de Morticia.

La sombra cada vez era más grande y los pasos se oían más fuerte. ¡Ya sé!, dijo Jorge, cojamos los flashes y cuando el espectro entre los empezamos a disparar, lo mismo lo ahuyentamos. Por supuesto todos daban por hecho que lo que iba a entrar sería un espectro. ¡Cómo mola, nen!, Albertojendrix y su inconsciencia. Algunos lo tenían montados en la cámara, otros lo cogieron en la mano y pusieron el dedo en el botón de destello. Esperaron apuntando todos hacía la abertura de la escalera. Temblorosos, sudando y no de calor, rezando. Despertaron a Martín, su flash era profesional y necesitaban todo el arsenal disponible.

La sombra ya no era etérea, una figura se recortó en el hueco y todos dispararon la cámara y los flashes, lo hicieron compulsivamente mientras algunos gritaban, esperaban que el espectro de las tinieblas reaccionara a la luz de día que el destello de los flashes les arrojaba. Cuando dejaron de disparar y de gritar, vieron que el espectro había adoptado la forma de Tano y Superjulio que se estaban descojonando. Todos se quedaron boquiabiertos y sorprendidos. Hasta que se dieron cuenta. ¡Me cago en vuestra estampa! ¡Sois unos capullos! ¡Gilipollas! ¡La madre que os parió! Ellos ahora estaban llorando de la risa, no podían hablar. Habían subido a fumarse un canuto y de paso se les ocurrió lo de la campana. A los demás no les hizo puta gracia. Más de uno ya se veía acompañando a las tinieblas al espectro que había venido a reclamarlos.

Una vez recobrados del susto unos y del descojone otros, se calmaron y decidieron que nadie saldría de allí sin decírselo a los demás, ya estaba bien de bromas que sólo hacía gracia a quien las hacía pero que a quienes las recibía podían producirle un ataque de funestas consecuencias.

Se acababa la madera que habían traído para el fuego. Alguien tenía que bajar a por más. Albert El Artista se ofreció voluntario si alguien le acompañaba. Reyes y Esther fueron con él.

Albert estaba acostumbrado a vivir en el campo, pasaba largas temporadas en una casa en un pueblo de Lérida. Su aspecto era de un ex-hippie campestre. Era un creativo, su mente era una máquina para el diseño gráfico, pero le había declarado la guerra al tipo de letra Arial, no la soportaba, le daba grima, la detestaba incluso más que a la Comic Sans MS. Se negaba a utilizarla. Si algún cliente le pedía un diseño que incluyera ese tipo de letra, se negaba en redondo a hacer el trabajo, incluso prefería perderlo. Antes eso que renegar de sus principios. Él, que había estado en Ibiza, que había viajado en una furgoneta Volkswagen amarilla adornada con flores por toda Europa, que había tocado la guitarra en una playa a la luz de la luna y alrededor de una hoguera, que había fomentado el amor libre y la paz entre las personas, que se había declarado insumiso, no estaba dispuesto a utilizar la letra Arial por nada del mundo.

Bajaron a por más madera alumbrados por uno de los cirios que habían cogido Paca y Jorge. La planta de abajo, con las columnas el altar y las figuras de San Sarasa y sus colegas, tenía un aspecto sobrecogedor. Fueron directamente a donde Jorge les había dicho que estaba el banco roto. Como pudieron cogieron varios trozos de madera y subieron echando leches a la seguridad, relativa, del grupo.

La hoguera se reavivó y eso los animó un poco, cuando otro gran trueno los volvió a sobresaltar. Aquella noche no ganaban para sustos y eso que sólo era la una de la madrugada. Qué noche más larga se les estaba haciendo.

Pasó una hora y todo parecía que volvía a estar en calma, excepto la tormenta. Albertojendrix, como no se había traído otro cedé porque se los había olvidado, volvió a poner a Van der Graf Generator, para coger el sueño, dijo. Se fueron relajando y se dejaron vencer por Morfeo, incluso El Jefe, al que cada vez le dolía más el tobillo. Los ronquidos empezaron a dejarse oír.

Pasaba la noche, la tormenta ya se había convertido en llovizna, la lumbre era apenas unas ascuas. Había pasado un par de horas más. Tan, tan, tan, la campana volvió a repiquetear. Nadie reaccionó. Tan, tan, tan. Ahora sonó algo más fuerte. Jorge, que era el que tenía el sueño menos profundo, abrió los ojos y aguzó el oído. Tan, tan, tan. Al principio no sabía si estaba soñando, pero ahora estaba seguro. Tan, tan, tan, despertó a los que tenía más cerca. Me cago en la puta, ya están otra vez estos dos gilipollas con la broma, dijo El Jefe, que se había despertado. ¿Quiénes?, preguntó Tano. Superjulio también se despertó. ¡Hostias!, entonces quién hay arriba. El Jefe despertó a todos para comprobar si faltaba alguien. Estaban todos ahí abajo. Entonces quien…. no acabó la frase. Ninguno volvió a dormirse. Se pasaron el resto de la noche con los flashes apuntando hacia el hueco de la escalera.

El búho que solía rondar por allí, hacía tiempo que consideró que aquel campanario era un buen punto de observación para acechar a sus presas. Lo malo era el ruido que hacía aquella cosa cuando la tocaba o rozaba con las alas o cuando se posaba en la cruceta que la aguantaba. Aquella noche, al escampar un poco la tormenta, decidió salir a ver qué pillaba por allí.

El grupo se pasó el resto de la noche en vela, con las manos puesta en los disparadores de las cámaras o del flash. Había dejado de llover y por las ventanas empezaba a filtrarse una tímida luz. La lumbre estaba consumida, nadie más se atrevió a bajar a por más madera. Estaban hambrientos, ateridos de frío, de los nervios, acojonados, muertos de sueño. Tano estornudaba, su aventura nocturna le había hecho coger frío y a El Jefe el tobillo le dolía horrores. Estaban agrupados, abrazados unos a otros, deseando que fuera totalmente de día para poder salir de allí.

4 comentarios:

  1. Toda una aventura, esta visita a la ermita.
    Habra que ver como acaba esta situación con grandes dotes de misterio nocturno !!!

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  2. Me los tienes acojonaditos joer Antolín :-)))))))))))

    Que buena esta entrada, la iba a dejar para mañana pero no he podido esperarme.

    Muy buena amigo mio.

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  3. ohh, ya no me quedan entradas para leer... ¿para cuando la siguiente entrega?...

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  4. Si tengo tiempo esta noche pongo la próxima entrega.

    Gracias por el interés.

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