viernes, 27 de agosto de 2010

¡¡A LA PLAYA!!

Llevaba esperando ese momento todo el año. Después de estar once meses hecho un esclavo de los horarios, de su jefe, de la familia, se había ganado su dosis anual de descanso y relax. Bueno, de la familia no había podido desembarazarse, pero seguro que le daban menos el coñazo que estando en casa.

Iban a la costa, habían alquilado un apartamento en una céntrica zona turística llena de posibilidades: playa, parque acuático, zona de ocio, restaurantes, lugares para visitar. Se lo iban a pasar en grande.

Salió temprano para no coger caravana, pensó que a esa hora no habría mucho tráfico, pero seguramente pensaron lo mismo unas cuantas decenas de miles de conductores. Eran sólo 324 kilómetros y tardaron cinco horas en llegar. Deshidratados y de los nervios pero llegaron.

Se dirigieron al apartamento que estaba situado en pleno Paseo Marítimo. En primera línea de mar, le dijo el agente turístico al que se lo alquiló, pero lo que no le dijo es que el suyo daba a la parte de atrás del edificio, en plena zona de bares. En el folleto ponía que tenía salón, tres habitaciones exteriores, balcón y cocina y baño totalmente equipados. 3.500 €. por veinte días. Pensó que valía la pena y que había hecho bien reservándolo con cinco meses de antelación, seguro que ahora costaba mucho más.

Lo que tampoco le dijo, ni lo ponía en el folleto, es que era un cuarto piso y no había ascensor. Llegaron arriba reventados y además tuvo que hacer más de un viaje para subir todo el equipaje y las bicicletas. En el folleto, el apartamento, parecía más grande. En la habitación de matrimonio había una cama un armario de una puerta y una silla, no cabía nada más. En las otras dos habitaciones, una cama sencilla en cada una y un sinfonier de cinco cajones. El balcón media poco más de medio metro de ancho. En la cocina, si alguien quería entrar, tenía que esperar a que saliera la persona que había dentro y la “equipación” consistía en dos sartenes una olla y una cafetera. El fogón era de camping gas y la nevera medía un metro de alta. En el baño había que entrar pasando primero una pierna entre el lavabo y el water y la ducha era de plato de 1x1. Él dormiría en el sofá del salón, de skay, pues su suegra se acostaría en la cama con su mujer. Pues no está mal, pensó, por ese precio…

Dejaron las cosas y bajaron a comer algo, en el viaje no lo pudieron hacer y tenían hambre. Como no conocían nada, entraron en el primer restaurante que encontraron. El menú era ensalada verde, paella, pan, agua y postre. Cafés y otras bebidas aparte. Dieciocho euros por barba. Se sentaron y pidieron cinco menús. La ensalada consistía en cuatro hojas de lechuga, dos trozos de tomate y cuatro olivas. La paella llevaba horas hecha y el arroz estaba algo pasado, pero se podía comer. El agua de grifo, por supuesto. El pan eran trozos que por lo visto habían sobrado de otras mesas, pues había algunos que estaban mordidos. De postre plátanos, que seguro que eran de una variedad exótica, pues estaban todos negros, no había otra cosa.

Como se habían levantado temprano, decidieron dormir la siesta para estar frescos esa noche y poder recorrer el pueblo y hacerse una idea de cómo era el sitio. Cada uno se dirigió a su habitación. Hacía mucho calor y, como el apartamento daba sólo a una calle, no había corriente de aire y además no disponía de aire acondicionado, por lo que dejaron las ventanas abiertas. Entraron cinco familias enteras de mosquitos una para cada uno, estaban organizados, y cada familia constaba de varios miembros. Entre los mosquitos, el calor y el ruido de la calle, ninguno pudo dormir. Bueno, es cuestión de acostumbrarse, pensaron. Aquella noche cenaron en el mismo lugar pues, por lo visto, les había gustado y no era caro. Por ser clientes habituales, ya que nadie repetía, le pusieron cinco hojas de lechuga de las ensaladas que habían sobrado al mediodía, gentileza de la casa. Se acostaron pronto y no pudieron dormir mucho por los mosquitos, el calor y el ruido de la calle.

Ya llevaban una semana allí y estaban más acostumbrados. Quitando que apenas dormían; que la grúa se llevó el coche por aparcarlo en zona azul; que estaban acribillados por picaduras de mosquitos y tábanos; que no podía doblar la espalda a causa de dormir en el sofá; que se habían intoxicado por comer ensaladilla rusa en mal estado; que su suegra se quemó la espalda por dormirse de dos a cinco de la tarde en la playa; que tuvieron que hacerle la respiración boca a boca a su hijo porque le había dado por respirar debajo del agua; que su mujer ya llevaba tres picaduras de medusas; que le habían robado el móvil; que una masajista china que le iba a relajar la espalda se la dejó peor todavía; que un patín de pedales le había golpeado la cabeza; que un perro aprovechó que estaba tumbado boca abajo para mearse encima de él; que tenía que levantarse a las seis y media de la mañana para reservar sitio en la playa; que todas las mañanas le tenían que ayudar a despegarse del sofá; que había pisado un erizo de mar; que habían tenido un pequeño susto con el camping gas; que en el parque acuático, en el tobogán Kamikaze, le cayó encima el tipo que venía detrás pues al pesar 120 kilos bajó más deprisa que él, cuestión de física; que se había peleado con tres turistas ingleses borrachos que le dijeron “mi me voy a foullar a tu muggerr” y mientras los otros tres le daban palpelo, su mujer decía, “déjalos que son muy simpáticos”; que no tenían televisión ni Internet y se comían las uñas mirando el techo del apartamento; pues no les estaba yendo mal. Y lo bueno es que todavía les quedaban trece días. ¡¡Qué gozada!!

F. Antolín Hernández
Agosto de 2010

3 comentarios:

  1. jejejejejejejejejeje

    Cuantos pasarán así sus vacaciones,

    Un saludo Antolín

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  2. Que suerte hemos tenido los que no hemos podido salir de vacaciones, eh? jajajaja

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  3. Hay que ver, que ofertas se encuentran con tanto tiempo de antelación !!! PA MATARLOS ................ :-)

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