domingo, 15 de agosto de 2010

Relato de un verano aburrido (13ª Entrega)

LA ERMITA

Corrieron hacia la ermita en busca de refugio. Por suerte la puerta principal estaba entreabierta y pudieron entrar. La primera impresión que tuvieron es que estaba bastante bien conservada. Dedujeron que había estado en servicio hasta no hacía mucho tiempo. Conservaba todos los bancos y reclinatorios, el mármol del altar estaba en perfecto estado y detrás una pequeña figura de un santo vestido con túnica presidía la nave. A los lados, entre las columnas, había algunas figuras bastante bien conservadas. No entendían que aún estuvieran en su sitio, parecían antiguas y seguro que tenían algún valor. La puerta estaba abierta y cualquiera podía entrar y llevárselas. De hecho, según les había dicho Morticia, hasta allí subía algunos excursionistas.

¡Cómo mola nen!, dijo maravillado Albertojendrix. De repente lo vio claro, definitivamente se quedaba con el rollo oscuro, al menos mientras estuviera allí. Aquellos santos, aquellas columnas, aquella luz que se filtraba entre las rendijas laterales, daban un juego increíble. Las mujeres fuero a lo práctico, tenemos que secarnos, no vayamos a coger una pulmonía. La distancia entre la puerta de la ermita y el borde de la montaña, no era muy grande, pero la cantidad de agua que cayó de repente fue suficiente para que se empapasen. A Reyes no le importó mucho, ya estaba acostumbrada, Al menos el chapuzón en el río le había servido de algo, pues había tenido la precaución de coger ropa de recambio por si acaso.

¿Y si miramos a ver qué hay arriba?, dijo Albert. Había visto que en la pared de la derecha, según se miraba hacia el altar, había una abertura de donde partía una escalera de piedra que construyeron aprovechando la estructura del campanario. Jan fue el primero que se lanzó hacia ella, pero su padre lo detuvo antes de que pusiera el pie en el primer escalón. Como ningún hombre se atrevía a ser el primero en subir, fueron Reyes seguida de Esther y Paca las que se adentraron en la abertura. Los demás las siguieron. Cuando llegaron al primer nivel salieron a una gran sala rectangular. Justo enfrente de la abertura por donde salieron, había una puerta. Entraron y se encontraron en una estancia con chimenea y un poyete de piedra que había justo al lado. Aquello parecía que era la antigua cocina. En la pared de la derecha había otra puerta que daba a otra estancia un poco más grande que la cocina. Por la gran mesa que había en el centro, tuvo que ser el comedor. Contra la pared del fondo de la gran sala rectangular había dos habitaciones pequeñas y alargada con una ventana cada una. Una se veía desde la gran sala, la otra estaba escondida en un pasillo que giraba a la izquierda. En esta última, en la pared de la izquierda, había dos argollas de hierro. Alguno pensó en el monje que habían encerrado para quitarle los demonios del cuerpo. A más de uno un escalofrío le recorrió el cuerpo. Durante el día, a la luz del sol y en el monte, se habían olvidado de todas las historias que habían oído, de las gemelas, de los conjuros, de cabezas cortadas, de Santas Compañas, de monjes poseídos, de campanas que tocan solas. Además, se habían acostumbrado algo a Morticia y a Mortimer. Pero ahora todo eso les vino de nuevo a la cabeza. Estaban allí, en la ermita, bajo una lluvia torrencial, el cielo se había oscurecido y no pudieron evitar sentir un estremecimiento. ¡Esto es alucinante!, Albertojendrix, en su inconsciencia, no cabía en sí de gozo. Jan no paraba de corretear de una estancia a otra. Ese niño era inagotable.

Pero a pesar de los pensamientos que les vinieron a la cabeza, todos se pusieron a fotografiar cada rincón de aquella planta. Abrieron los postigos de las ventanas para que entrara más luz. El agua seguía cayendo con más intensidad, no parecía que la cosa fuera a amainar de momento. Seguro que esto es una tormenta de verano y enseguida escampa, dijo con seguridad y algo de pedantería El Jefe. Acabó de decirlo y un rayo iluminó la estancia, segundos después un fuerte trueno retumbó entre las montañas. Chaval, cada vez que abres la boca aprieta más. El Pitufo no se podía callar. Al menos se reconfortaron al pensar que a la familia de la barbacoa se le había jodido la cosa.

En un rincón de la cocina tuvieron la suerte de encontrar un poco de leña seca. No era mucha pero la suficiente para encender un pequeño fuego que les permitiera secarse. Pero algunos no estaban para cosas prácticas, aquello superaba sus expectativas y no iban a perder el tiempo con menudencias. Yo voy al campanario nen, Albertojendrix no podía aguantarse. Jan se lanzó tras él, era el que mejor le caía, le gustaba casi las mismas cosas que a él. Su padre, que tampoco quería perderse aquello, le obligó a que le diera la mano.

A Superjulio empezaba a dolerle la cabeza y aprovechó un momento para pedirle un cigarro de los suyos a Tano. Vamos abajo a fumar, dijo éste, y bajaron a fumarse un peta. Jorge y El Jefe juntaron leña, la apilaron en la chimenea y pusieron debajo varios papeles de la basura que habían guardado cuando se comieron los bocatas. Después de varios intentos consiguieron que la lumbre prendiera. No era gran cosa, pero algo era algo. ¡Qué bien, que chulo, con chimenea y todo!, esta vez fue Pilar quién se entusiasmó. Este sitio es ideal para hacer unas invocaciones. Lo dijo de verdad, convencida, ni por asomo lo soltó en plan de broma. ¡Aquí no se invoca a nadie!, bramó El Jefe. Esta vez hasta El Pitufo le dio la razón.

Los que estaban en la cocina se agruparon alrededor del fuego tratando de secarse. Desde ahí oían a Tano y Superjulio reírse. Estaban los dos delante de la figura de un santo escuálido que se cubría solamente con un taparrabos. Los brazos los tenía delante de las piernas con las manos entrelazadas. Una pierna la tenía más atrás que la otra y la apoyaba en la punta del pie. Tano le decía a Superjulio que ese era San Sarasa.

Mientras, Albertojendrix, Jan y Albert El Artista, habían llegado a la parte superior del campanario. La vista, bueno, lo poco que dejaba ver la tormenta, era impresionante. Se divisaba parte del valle y a lo lejos podía distinguirse lo que parecía la masía. Una pequeña campana que conservaba el badajo, colgaba de una cruceta de madera. Jan quería tocarla y su padre lo aupó, apenas sonó. Con las nubes tormentosas y la lluvia cayendo con fuerza sobre el bosque, el lugar era un paraíso del rollo oscuro. Albertojendrix no paraba de hacer fotos y enseñársela a Albert El Artista. En eso que un gran rayo seguido de un estampido, cayó con fuerza cerca de allí. Asustados bajaron corriendo a la cocina no fuera que acabaran chamuscados.

La tarde avanzaba y la tormenta no cesaba, al contrario, parecía que cada vez arreciaba más. A casi nadie se le pasó por la cabeza la idea de no poder volver a la masía y tener que pasar la noche allí. La historia del monje endemoniado, la campana que se oía algunas noches, el cementerio contiguo que, por cierto, nadie había reparado en él, les ponían los pelos de punta. Así que mejor que escampara pronto para poder irse de allí. Pues esta noche hay luna llena, dijo casi sin querer Pilar. ¡Qué! Sí, que esta noche hay luna llena. ¡¡La Santa Compaña!!, pensaron. Venga va, no me digáis que vais a creer en esas gilipolleces, dijo sin mucho convencimiento El Jefe. Pero sólo acabó de decirlo y ya estaba deseando que la noche no les pillase atravesando el valle.

La tormenta no cesaba, a pesar de ser el mes de julio y las cinco de la tarde, afuera no se veía casi nada. Empezaban a preocuparse. Quedarse allí no les hacía mucha gracia, pero era imposible salir con aquella tormenta. Aparte de que se iban a poner como sopas, apenas se veía nada y podían perderse. Al venir habían visto varios caminos que se cruzaba con el que ellos habían seguido. Además, con tanta agua, seguro que era imposible vadear el río.

Aunque no a todos les afectaba igual. Superjulio se lo estaba pasando de puta madre con San Sarasa, Santo Mate, Santo Cino, Santa Padera. Otro que tampoco era muy consciente de la situación, mejor dicho, no era nada consciente pues ni se lo había planteado, era Albertojendrix, estaba encantado con el escenario y trataba de convencer a Marysun para que posase al lado de una ventana con la luz dándole en un lado para hacer un juego de luces y sombras, decía. Marysun le advirtió que no le sacase las piernas, que las tenía completamente rojas de arañazos y picotazos. No me digáis que no es chulo, todos aquí, en medio de la montaña y al fuego de una chimenea. Esther y su positivismo. Yo estoy entusiasmadísimo, dijo El Jefe.

Jorge, como el más veterano, se tomaba la cosa con calma. Se había visto metido en más de una situación comprometida. Como cuando participaba en aquellas operaciones clandestinas del PPP (Partido del Pueblo Popular) Comité Federal. Esto último no tenían ni idea de qué quería decir, pero quedaba bien. Eran cinco miembros y muy jóvenes, quizás por eso no se dieron cuenta de que Pueblo y Popular eran sinónimos. Se dedicaban a repartir octavillas en el puerto de Cádiz llamando a los estibadores a la lucha. La mala pata para ellos, es que siempre que lo hacían soplaba Levante y los papeles iban a parar al agua. Hasta que un día, la Guardia Civil portuaria, montó un dispositivo para detenerlos, más que nada porque ponían el puerto hecho un asco. Una noche se vieron acorralados y no tuvieron más remedio que esconderse en un contenedor procedente de Turquía lleno de pescado fresco. Lo malo es que ese contenedor llevaba allí tres días a pleno sol. Los perros olisquearon todos los contenedores menos aquel. Ese episodio tuvo dos consecuencias: Jorge se retiró definitivamente de la lucha clandestina y jamás volvió a probar el pescado.

El tiempo pasaba y aquello no parecía que iba a parar. Empezaron a plantearse la posibilidad de que alguien fuera a pedir ayuda, pero ninguno estaba por la labor. Ya era la siete de la tarde y seguro que cuando pudieran volver ya era de noche. Sopesaron los pros y los contras. Es decir, quedarse allí con el monje poseído, la campana que sonaba por propia iniciativa y el cementerio o enfrentarse a la lluvia, la oscuridad, el río desbordado y la Santa Compaña y decidieron por unanimidad quedarse allí. Al menos estaban bajo techo, secos, calientes y juntos.

Superjulio y Tano ya se habían reunido con el resto alrededor del fuego. Superjulio que venía eufórico y se había perdido el debate sobre la posibilidad de ir a pedir ayuda, se ofreció voluntario para bajar la montaña, cruzar como pudiera el río atravesar el bosque, salir al valle y buscar el camino del pueblo para ir a pedir ayuda a los bomberos, estaba dispuesto a sacrificarse por salvar a sus amigos y además lo haría con todo el cariño del mundo, pues los quería mucho. Otro peliculero. Anda, calla y siéntate ahí, casi le ordenó Paca. Del fuego apenas quedaban unas brasas, por lo que decidieron sacar madera de donde fuera. Abajo habían visto un par de bancos rotos. Jorge y Paca, los más decididos, bajaron y subieron con algunos trozos de madera que utilizaron para avivar la lumbre y algunos cirios que habían cogido de la pared que había detrás del altar. También encontraron un par de plásticos que no eran muy grandes pero podían servir para ponerlos en el suelo y sentarse. Les quedaban dos o tres bocadillos y alguna pieza de fruta. Resignados a pasar la noche allí, intentaron acomodarse lo mejor que pudieran. Limpiaron la zona más cercana a la chimenea y se sentaron todos alrededor de ella. Albertojendrix se había traído el reproductor de cedés y puso a Van der Graf Generator. Una música muy apropiada.

Ya había anochecido y estaban cansados, pero ninguno tenía sueño. Se contaban historias para entretenerse mientras afuera los rayos y truenos no cesaban, al contrario, cada vez estaban más cerca. Entre aquellas montañas parecía que el ruido se amplificaba y cada vez que sonaba uno se estremecían y se juntaban más unos a otros. Para saber la distancia de la tormenta hay que contar el tiempo desde que se produce el rayo hasta que suena el trueno, dijo El Pitufo que para eso era científico. Un rayo iluminó la estancia. Empezó a contar, un... ¡¡¡Catacrash!!!! El trueno sonó a la misma vez que se produjo el destello. Todo se estremeció, la campana tintineó, ellos dieron un respingo y un grito unánime retumbó en la sala. Se juntaron más, estaban realmente acojonados y un desagradable olor inundo la estancia. ¡Quién se ha tirado un cuesco!, preguntó alguien. Todos disimularon.

2 comentarios:

  1. Jajajajaja. más que un cuesco, parece que alguien se haya hecho otra cosa. A menos que morticia aparezca, la cosa promete otra noche movidita !!! :-)

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  2. jejejeje, lo estaba viendo que les cogía la tormenta y se quedaban en la ermita.

    Y encima acojonaos :-)))))))

    Y el valiente del Pitufo?

    Muy buena esta entrada Antolín

    Gracias

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