martes, 10 de agosto de 2010

Relato de un verano aburrido (8ª Entrega)

EL CONJURO

La estancia apenas estaba iluminada por un par de velas. La mesa del centro había sido retirada y en su lugar había una pequeña candela que apenas echaba humo. Sobre ella y apoyada en una estructura de hierro, había una perola de tamaño mediano y alrededor de ella dos figuras vestidas de negro. Una era pequeña, con la espalda curvada. Tenía puesto un pañuelo que le cubría la cabeza y con un cazo removía lo que había dentro del recipiente de barro cocido. Era Morticia. La otra figura era alta y delgada y miraba fijamente lo que hacía la primera. A Morticia no le veían el rostro, estaba de espaldas, pero a Mortimer sí. Les recordó de inmediato a Muerte. Si su rostro ya daba pavor, ahora, con las sombras que producía las velas y la candela del fuego, era totalmente espeluznante. Morticia levantó el cazo lleno del líquido de la perola. Ese líquido estaba en llamas y lo dejó caer de nuevo poco a poco en el recipiente mientras recitaba algo. Aguzaron los oídos:

“Mouchos, coruxas, sapos e bruxas.

Demos, trasnos e dianhos, espritos das nevoadas veigas.

Corvos, pintigas e meigas, feitizos das mencinheiras.

Pobres canhotas furadas, fogar dos vermes e alimanhas.

Lume das Santas Companhas, mal de ollo, negros meigallos, cheiro dos mortos, tronos e raios.

Oubeo do can, pregon da morte, foucinho do satiro e pe do coello.

Pecadora lingua da mala muller casada cun home vello.

Averno de Satan e Belcebu, lume dos cadavres ardentes, corpos mutilados dos indecentes, peidos dos infernales cus, muxido da mar embravescida.

Barriga inutil da muller solteira, falar dos gatos que andan a xaneira, guedella porra da cabra mal parida.

Con este fol levantarei as chamas deste lume que asemella ao do inferno, e fuxiran as bruxas acabalo das sas escobas, indose bañar na praia das areas gordas.

¡Oide, oide! os ruxidos que dan as que non poden deixar de queimarse no agoardente, quedando asi purificadas.

E cando este brebaxe baixe polas nosas gorxas, quedaremos libres dos males da nosa ialma e de todo embruxamento.

Forzas do ar, terra, mar e lume, a vos fago esta chamada: si e verdade que tendes mais poder que a humana xente, eiqui e agora, facede cos espritos dos amigos que estan fora, participen con nos desta queimada”.

El Pitufo, que tenía ascendencia gallega, entendió lo que dijo, los demás no del todo pero, por lo poco que habían entendido, sobre todo lo de la Santa Compaña y Belcebú y por el tono de voz de Morticia, se quedaron de piedra. Tíos, vayámonos de aquí antes de que se den cuenta, dijo El Jefe en un susurro. Sí, vamos al salón, contestó El Pitufo. No, yo me refiero a que nos vayamos de esta casa, que cojamos los coches y nos larguemos echando leches. ¡Venga ya!, que no es para tanto, vamos y os explico qué están haciendo.

Se retiraron con mucho cuidado de no hacer ruido, cosa difícil, pues el latido del corazón de alguno se tenía que oír en toda la casa. Llegaron a la chimenea y se sentaron en los colchones. El Pitufo les dijo que estaban preparando una queimada, que como era 25 de julio, día de Galicia, estarían celebrándolo. Como buen científico, tampoco se paró a pensar que lo mismo había algo más.

Pero en realidad estaban haciendo otra cosa. Es cierto que era 25 de julio, día de Santiago Apóstol, patrón de Galicia, pero eso a Morticia le traía sin cuidado. También era el aniversario de la muerte de las gemelas. Morticia estaba preparando una queimada en un ritual que servía para evocar a los seres extraordinarios de los bosques y las fuerzas ocultas de la naturaleza. Las personas que bebían se protegían de maleficios, de espíritus y seres malvados. Sobre todo de las meigas que acechaban a las personas para maldecirlas. Morticia, aunque nació en Venezuela, lo aprendió de sus padres y durante la época que vivió en Galicia. Además, había heredado la superstición de sus antepasados y trataba de protegerse, a ella y Mortimer, de los espíritus de las gemelas.Por lo menos trataba de quitarles el rastro de maldad que pudieran tener. Simplemente se estaba asegurando.

Morticia estaba segura de que aquel valle tenía una conexión mágica con las fuerzas del más allá. A ella no le causaba ninguna impresión, simplemente era algo con lo que se acostumbró a convivir y bastaba con estar preparado para ello. Todo eso lo hacía por pura rutina, era algo cotidiano, entraba dentro de su forma de vida y no le daba mayor importancia, lo hacía y ya está. Era como la gente que celebraban las Navidades “porque toca”: ni creen ni dejan de creer, simplemente no se plantean nada más.

A ninguno le convenció la explicación de El Pitufo. Superjulio, por aquello de que era más espabilado y de que además sabía que la queimada era un ritual contra los malos espíritus, empezó a atar cabos. Vamos a ver, hoy es 25 de julio, día de Santiago, pero también cuando pasó lo de las gemelas. Morticia está preparando un conjuro para alejar los malos espíritus y protegerse ella y Mortimer. Dos y dos son cuatro. El Jefe palideció, mejor dicho, se quedó completamente sin color. Él no creía en esas cosas, sólo en lo que veía y lo que había visto y oído lo puso muy nervioso. Yo voy ahora mismo a tomar un trago de ese brebaje, dijo Tano. ¡¡Qué!!, exclamó El Jefe. Tío, es verdad, la queimada también se usa como protección contra los espítitus. El Pitufo se dio cuenta en ese momento, estaba tan claro que hasta él lo entendió.

Tano se levantó decidido y se dirigió a la cocina. Superjulio y El Pitufo detrás. A El Jefe no le convencía nada la idea, pero de nuevo se negaba a quedarse solo, donde fueran los demás iba él.

Abrieron con cuidado la puerta de la cocina, más para evitar que Morticia los fulminase que por no molestar. Cuando entraron, ella y Mortimer se giraron hacia ellos. Su expresión, entre asombrada y molesta, no podía ser más aterradora. En realidad Morticia estaba molesta por la interrupción, pero todavía estaba más asombrada por la pinta con la que se presentaron los cuatros amigos: Superjulio con pijama a rallas, El Jefe con camiseta y slip. Tano sólo con el calzoncillo blancos clásico y El Pitufo con el calzoncillo largo de franela también si camiseta. Nadie se decidió a hablar, no podían. ¿Qué hacen aquí, qué quieren?, les preguntó la vieja. Estooo, que si no les importa, nos gustaría probar un poco de esa queimada. ¿Qué? El miedo era patente en sus rostros, pero ya se sabe que en circunstancias extremas, las personas se vuelven osadas. Sí, que si son tan amables de darnos un poco de ese brebaje. Morticia estaba sorprendida y muy mosqueada.

Definitivamente nunca había tenido unos huéspedes como estos. No sólo parecían tontos, sino que también se empeñaban en demostrarlo. Estaban allí, en la puerta de la cocina, en calzoncillos y pijama en vez de estar durmiendo, pálidos, con una expresión indefinible y pidiéndole un poco de queimada. No supo bien qué hacer, si mandarlos a paseo o darles un poco y quitárselos de encima lo antes posible. Al final accedió, al fin y al cabo, los dueños de la casa siempre le decían que tenía que intentar tratar bien a los clientes. Como si no fuera suficiente el tener que ponerles la comida, encima tenía que aguantar sus tonterías, en fin. Está bien, pasen y cierren la puerta. Eso de pasar, cerrar la puerta y encerrarse en compañía de aquellos dos personajes, no le gustó nada a El Jefe, pero si los demás lo hacían él también.

Se pusieron alrededor del recipiente y Morticia les acercó unas tazas. Mortimer tenía la vista clavada en El Pitufo, que no podía olvidar la visión de la guadaña cortando el aire en la oscuridad del garaje. Les sirvió un poco de queimada y los cuatro bebieron el caliente líquido. No estaba mal. El Jefe, que no estaba acostumbrado, con un sorbo tuvo suficiente. Sería sugestión o que le alegró el espíritu, pero se sintió más audaz, aunque la cabeza parecía que le iba a estallar y el estómago le ardía. Los demás repitieron varias veces. El Pitufo fue lo suficientemente lanzado como para preguntarle a Morticia si lo del conjuro lo hacían para protegerse de las gemelas. Puede ser, le contestó. Pero, ¿ha pasado alguna vez algo? No, que yo sepa. Entonces ¿por qué lo hacen? Porque hay que hacerlo. Fue lo único que dijo. El Pitufo entendió que no tenía muchas ganas de hablar del tema, así que no hizo más preguntas por si las moscas.

Morticia esperó pacientemente a que acabasen de beberse el brebaje. Esperaba que les hiciera efecto lo antes posible y se fueran de una vez a dormir. A uno ya le había hecho y eso que sólo se bebió un trago: El Jefe se estaba poniendo malo. Tuvo que aguantarse a la mesa para mantener la vertical y en el estómago parecía que se estaba librando la batalla por la Tierra Media y por lo visto, los orcos de Mordor estaban ganando. La ventana de la cocina estaba entreabierta para que saliera el poco humo de la hoguera. Necesito un poco de aire, dijo y se acercó a ella. Nada más asomar un poco la cabeza, vomitó toda la cena y menos mal que en el paseo de esa tarde ya se había deshecho de la comida y el desayuno. Morticia y Mortimer lo miraban con cara de no poderse creer lo que veían. Madre de Dios, de dónde ha salido esta gente, parecía pensar la vieja. Tío, como sigas así vas a echar hasta la primera papilla, dijo con un poco de cachondeo El Pitufo. Maldita la gracia que le hizo a El Jefe.

Por fin y para alivio de Morticia, se despidieron, cogieron a El Jefe y se fueron a dormir. Bien porque al tomarse la queimada se sugestionaron, bien porque el licor les hizo efecto y reavivó los de la fiesta, se sentían más aliviados e inmunes a espíritus y otros seres malignos. Como los colchones ya estaban en el salón y no les apetecía cargar con ellos a las habitaciones, decidieron quedarse allí. Tiraron, literalmente, a El Jefe en uno de ellos y Tano y Superjulio se tumbaron en los otros dos. El Pitufo se recostó en el sofá. Se habían olvidado de las gemelas, de la buhardilla, de los ruidos, de Morticia, de Mortimer, de la guadaña, de la cabeza de vaca. Habían pasado un día de lo más ajetreado, estaban rendidos, en cuanto se acostaron se quedaron fritos. Pero antes de dormirse, Superjulio le dijo a los demás, seguro que mañana nos reímos de todo esto.

4 comentarios:

  1. Claro, lo mejor es dormir todos juntos, aunque sea en el salón.
    ¡Qué duro es este asunto de vivir
    con el alma en vilo!
    pendiente de que pueda devenir
    algo sombrío. (Alberto Cortez - Poema: Con el alma en vilo.)
    Un abrazo

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  2. Interesante,la historia de la queimada,que era un ritual contra los malos espíritus !!!
    Bien, buenas noches y a esperar a mañana, para la siguiente entrega ;-)

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  3. jejejejeje, esta frase me ha encantado:

    "No sólo parecían tontos, sino que también se empeñaban en demostrarlo"

    ya siento llegar tan tarde a esta octava entrega.

    Muy buena, al hilo de las anteriores.

    Sigue así Antolín.... Jefe :-))

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