miércoles, 18 de agosto de 2010

Relato de un verano aburrido (15ª Entrega)

DÍA TRES

EL SÉPTIMO DE CABALLERÍA

Ahora oyeron ruido en la parte de abajo, parecía la puerta de entrada que se había abierto. ¿Qué leches será ahora?, pensaron. Enseguida les vino a la cabeza el cementerio contiguo. Oyeron pasos subir por la escalera y todos tenían los flashes preparados. Lo que vieron les impidió reaccionar. Ahora sí era un espectro con figura de hombre. Hombre sí, porque sin duda se trataba de eso, de un hombre. Alto, delgado, desgarbado, ligeramente encorvado hacia adelante. Su rostro huesudo, enjuto, con los pómulos, o lo que quedaba de ellos, tan metidos en su boca que casi se tocaban por la parte de dentro. Eso, junto con la capa con capucha con la que se cubría, le daba un aspecto verdaderamente siniestro. Aunque siniestro no era la palabra adecuada para definirlo. Era más bien irreal. Ese hombre, porque tenía apariencia de hombre, no parecía de este mundo ni del otro. ¡¡¡Mortimer!!! Gritaron todos. Nunca pensaron que se alegrarían tanto de verlo.

Mortimer había salido en su búsqueda antes de madrugada. Sabía que iban a la ermita y que no se moverían de allí. Les explicó que Morticia le había mandado a por ellos. El agua que había caído había desbordado el río y anegado el camino. A ellos solos les iba a ser imposible regresar. Llevaba una gran mochila sobre la espalda de la que sacó anoracs y ropa de abrigo para todos. Esa ropa era alguna de las cosas que los huéspedes se dejaban olvidadas, sobre todo los que salían corriendo debido al shock que les producía el contacto con la naturaleza y no volvían fuera lo que fuera lo olvidado. Mortimer también llevaba en la mochila algo de comida. Se quedaron perplejos, aquel hombre había caminado de noche él solo, cargado de aquel gran bulto sólo para ir a buscarlos y llevarlos de regreso a la masía.

Alguno estuvo a punto de abalanzarse sobre él para abrazarlo y besarle, pero su mirada avisó de que mejor no lo hiciera. Tienen que acompañarme, les dijo. Ellos no pusieron ninguna objeción, ahora mismo irían al final del mundo con él. Recogieron todas las cosas y salieron de la ermita. Martín y El Pitufo ayudaban a El Jefe. Mortimer le dio a Tano, que tenía algo de fiebre, su capa para que se abrigase. Tenemos que ir por otro camino, el que sigue el curso del río ya no existe. Todavía no acababa de clarear, se vislumbraba algo, pero había una media penumbra que era reforzada por la niebla que se había instalado en el bosque.

Mortimer abrió la verja que daba al cementerio y se adentró en él. Todos se quedaron parados. Le dio el cayado que llevaba a El Jefe para que lo usase de bastón y les dijo, síganme, tenemos que cruzar el cementerio. Todos obedecieron, con Mortimer a su lado no creían que ningún espectro ni espíritu se atreviera con ellos.

Iban en fila india detrás de su salvador. La tierra que pisaban estaba blanda, el agua había sido absorbida por completo. No pisen las tumbas, les advirtió Mortimer. Todos se quedaron parados. Cuando reanudaron la marcha parecía que estaban atravesando un campo de minas, ponían los pies exactamente en el mismo sitio que los ponía su predecesor. Albertojendrix, ante la vista de aquellas cruces y lápidas en medio de aquella bruma, no pudo evitar parar para hacer una foto. Se desvió unos pasos del grupo. Enfocó a sus amigos y buscó el mejor encuadre. La composición no podía ser más oscura: una fila de personas que se perdía en la niebla rodeada de cruces. Dio un par de pasos hacia atrás para encuadrar mejor y de pronto sintió que algo le agarraba el pie, dio un respigo y perdió el equilibrio. Cayo de bruces sobre el barro con su cara a dos centímetros de una calavera que lo miraba fijamente. ¡Aaah! El grito alarmó al grupo que se dio la vuelta y fueron hacia donde se encontraba Albertojendrix. Estaba tendido en el suelo, inmóvil, no se atrevía a moverse. Su pie derecho era agarrado por una esquelética mano. Todos se quedaron paralizados. Mortimer fue el único que se acercó y le ayudó a levantarse. Le soltó los huesos del pantalón donde se habían enganchado y les dijo, tengan cuidado, la lluvia ha removido la tierra. Hacía mucho tiempo que no llovía tanto. Efectivamente, el agua caída había hecho que algunas tumbas perdieran la tierra que había sobre ella. Los monjes no gastaban en ataúdes y eran enterrados simplemente con unas paladas de tierra por encima.

Hasta que no salieron del cementerio, todos fueron agarrados unos a otros como en una conga, sin desviarse un milímetro del camino que marcaba Mortimer.

Empezaron a descender la montaña por el lado opuesto por donde habían subido. Era menos empinado pero más largo. Se adentraban más en el bosque. Aunque estaba amaneciendo, la luz apenas se filtraba entre la niebla. Iban despacio, ninguno quería perder de vista al que tenía delante. La marcha era lenta, muy lenta. Atravesaremos el río por el puente que hay en el camino por el que llegaron ustedes con los coches, les dijo Mortimer, es mucho más largo pero es el único sitio por donde se puede pasar. Pararon varias veces a descansar y comer algo. Entre eso y que El Jefe apenas podía apoyar el pie, tardaron varias horas en llegar. Exhaustos, rendidos, mojados, derrotados. Cuando salieron del bosque y vieron el valle despejado de niebla y con una intensa luz que lo alumbraba, parecía que habían llegado al Paraíso y se hicieron una idea de lo que tuvieron que sentir los pasajeros del avión que se perdió en los Andes cuando los recataron. Ya se ha dicho que eran muy peliculeros.

Ante ellos, a lo lejos, estaba la masía y veían a Morticia en la puerta con las manos encima de los ojos en forma de visera. Estaba esperando a que llegaran. Se acercaron poco a poco y cuando por fin llegaron, la vieja les dijo, entren, en un tono entre apremiante y preocupado.

Entraron al salón y lo que vieron les dejó parados. En la chimenea un gran fuego calentaba la estancia. En medio, en la gran mesa, había preparado un gran banquete, había de todo: grandes rebanadas de pan, botellas de vino, embutido de toda clase, fruta, jarras con leche, café, zumos de fruta, agua. Siéntense y coman algo, les dijo mientras se dirigía a la cocina. Ellos no se lo pensaron dos veces. Se sentaron en la mesa y empezaron a comer, parecía que llevaban dos semanas perdidos en la montaña. Morticia regresó con una gran perola. Dentro había un caliente y oloroso cocido que acababa de hacer. Mi hijo mató un par de gallinas ayer. Coman, les sentará bien. Eran el mejor cocido que habían comido en su vida.

Una vez saciado el estómago y calentado el cuerpo, subieron a ducharse, no más de cinco minutos cada uno, y cambiarse de ropa. Morticia le preparó a Tano un brebaje de hierbas para que le bajase la fiebre y se le pasase el resfriado. Le preparó una botella llena y le dijo que se lo bebiera tres veces al día. Dentro de un par de días ya estaría bien. Al Jefe le puso una cataplasma en el tobillo, no se la tenía que quitar hasta que se fuera a dormir.

A medida que acababan de ducharse iban bajando al salón. Estaban relajados y contentos. Casi ninguno quería hablar de los acontecimientos de esa noche, era un episodio que preferían olvidar. Se pusieron a hablar sobre la partida. Tenían que preparar las cosas para regresar a casa. Según las normas del hostal, tenían que abandonarlo antes del mediodía, pero Morticia les dijo que no tuvieran prisa, que descansasen y ya se irían por la tarde. En sus planes iniciales ese último día se levantarían temprano y se prepararían para irse pronto y pasar la jornada en el pueblo. Comerían allí y luego partirían de vuelta. Pero prefirieron hacer lo que les propuso Morticia.

Es lo que hicieron, se reunieron todos en el salón y alguno se echó un sueñecito. Morticia les volvió a preparar algo de comer. Esta vez hizo una escalibada y chuletas de cerdo que había asado en la parrilla. Esta mujer era sorprendente.

LA PARTIDA

Ya habían descansado, comido y preparado todo para la marcha. Cargaron los equipajes en los coches. Morticia y Mortimer los observaban desde la puerta. Los amigos los miraron y todos, sin ponerse de acuerdo, se dirigieron hacia ellos. Uno a uno estrecharon la mano de Mortimer y abrazaron y besaron a Morticia, que se quedó un tanto desconcertada. Definitivamente esta gente era tonta y patética, pero sí, les caía bien.

Martín no podía irse sin antes hacer una última cosa. Les propuso a todos que se reunieran para una foto. Morticia y Mortimer no sabían muy bien para qué leches quería aquel una foto de ellos, pero accedieron. Mortimer dijo, espere un momento. Se fue y al poco regresó con la guadaña. Se juntaron todos con la masía de fondo. Martín montó la cámara en el trípode, puso el disparador automático y se reincorporó al grupo. La cámara disparó. Todos estaban sonrientes, menos Morticia y Mortimer, que salieron serios, muy serios. Ella bajita, de negro, encorvada. Él esta vez se había puesto tieso. Estaba detrás del grupo agarrando la guadañan con las dos manos. Ésta sobresalía amenazante por encima de la cabeza del grupo, pero ahora ninguno encogía el cuello.

Los amigos se besaron y se abrazaron. Quedaron en que ya prepararían una quedada para hablar sobre la experiencia. Esta no es que les hubiera dejado muy buen sabor de boca, el parte de guerra era desolador: una cabeza de vaca putrefacta, un desmayo de un susto, un estómago hecho polvo por un sorbo de queimada, una picadura de abeja en la picha, una caída en el río, un remojón general, unas piernas arañadas y acribilladas a picotazos, un tobillo torcido, un conato de pulmonía, una noche entera en vela muertos de hambre, frío y acojonados, una travesía de varias horas por un bosque húmedo y sombrío.

Pues no ha estado mal del todo, tenemos que repetir, dijo Esther. El Jefe no lo dijo, pero sí lo pensó. Una y no más Santo Tomás.

FIN

4 comentarios:

  1. Esto ha sido todo, gracias a los que os habéis pasado por aquí.

    Ah!!! se me olvidaba: falta el epílogo.

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  2. Una aclaración:

    En la entrada que titulé "Un Inciso" os dije que había cambiado una parte del relato para hacerla encajar con algo que se desvelaba al final del mismo.

    Eso que se desvelaba tenía que ver con los ruidos de la buhardilla. He dudado mucho, pero al final he optado por no desvelar nada y que cada cual se monte la película que quiera (si es que se monta alguna claro, que lo mismo es mucho presuponer)

    En el epílogo sí que se desvela algunas cosillas.

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  3. Bueno, al menos esto acabo bien. Espero que la siguiente salida (Una y no más Santo Tomás) jajajajaja,sea algo más tranquila !!!

    Pero esta nos ha hecho pasar un buen rato ;-)

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  4. Pero hombre, despues de lo bien que os han tratado no vais a volver? pero si ya sois amigos :-)))))

    Acojonaos que sois unos acojonaos :-))

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