sábado, 14 de agosto de 2010

Relato de un verano aburrido (12ª Entrega)

EL RÍO



Una familia dominguera al completo había tomado aquel paraje como sus dominios. Estaban acampados al otro lado del río. El padre con camisa blanca de rayas desabrochada, con una barriga prominente sobresaliendo de ella, bermudas de flores, calcetines negros y sandalias. En la cabeza llevaba una gorra de Talleres de Plancha y Pintura Manolo. Intentaba encender un fuego. La madre en biquini y con pareo sacaba cosas del todoterreno que estaba aparcado casi en el agua. Las tetas le llegaban al ombligo y calzaba unas chanclas playeras con dos flores rosas. Llevaba un collar de perlas, un nomeolvides de oro, una pulsera de plata y un anillo en cada dedo de su mano izquierda. Un niño regordete con bañador por las rodillas, intentaba hinchar una colchoneta de goma, cosa que no entendieron porque en aquel río iba a servir de muy poco. Una niña, también regordeta y con vestido de tirantes, estaba comiendo un Bollycao. En una tumbona una anciana en bata y con un bastón en la mano, no hacía más que darle indicaciones al hombre de cómo tenía que encender el fuego. No paraba de decirle que era un inútil. El arsenal que llevaban era considerable: tumbonas, mesa y sillas plegables, sombrilla de Coca Cola de la terraza de un bar, una nevera de hielo llena de bebida, otra llena de carne y otra llena de fruta, pelotas, un canario en una jaula, la colchoneta, el radiocasete. Parecía un camping. Por lo visto habían desayunado allí y entre los árboles había bastante basura y por su aspecto no era sólo de aquel día, incluso vieron un viejo frigorífico. Habían llegado por un camino forestal que estaba al otro lado y que, por lo visto, era practicable para aquellos vehículos. Empezaron a hacer fotos, esto ya les motivaba más.

Poco a poco fueron llegando los demás. Albert comentó que aquella gente eran unos irresponsables por intentar encender fuego en la montaña en pleno mes de julio. Y era cierto, hasta Morticia, para hacer la queimada, encendió el fuego dentro de la casa a pesar de que el ritual era más efectivo si se hacía al aire libre. No quiso arriesgarse a que una chispa prendiese donde no debía. Como el camino que ellos seguían discurría por la orilla del río, no tenían más remedio que salir de los árboles y pasar por delante de aquella gente.

Hola, buenos días, dijo Esther. La familia miró sorprendida, no esperaban encontrarse a nadie allí, aquellos eran sus dominios y no les hacía ninguna gracia compartirlos con nadie. Hola, dijeron secamente. Todos hubieran pasado de largo sin decir ni una palabra más, pero Albert no pudo reprimirse, ¿no sabe que es muy peligroso encender fuego aquí?. Se pué saber el porqué, dijo un poco mosca el hombre de los calcetines negros y las sandalias. Hombre, porque puede saltar una chispa y prender en los árboles. Albert, como siempre, hablaba con educación, pero el otro no estaba dispuesto que un hippie melenudo le dijera lo que podía y no podía hacer en “su parcela”. Yo me sé muy bien lo que me hago, que pa eso me llevo muchos años haciendo barbacoas en el monte y naide me va a decir a mí lo que tengo ca‘cer, que pa eso este sitio me lo descubrí yo, ¿estamos? Así que me sigan pa’lante y ma’cen el favor de dejarnos en paz. Así se habla Manolo, le susurró la mujer. Por lo visto él era el dueño de los Talleres de Plancha y Pintura. Pues es usted un irresponsable y al menos espero que limpien todo eso, vamos, digo yo. Albertojendrix no era tan educado. ¡Yo limpio lo que se me tercia a mí de mis santos cohones! ¡Será gilipollas!, soltó Tano con un tono bastante explícito. Huyyy, la cosa se estaba poniendo chunga, y no pintaba bien. Aquel gilipollas se merecía dos ostias por irresponsable, por hortera, por tonto y por chulo, pero eran mayoría los que pensaban que no valía la pena liarla y, además, el tontoculo sabía contar al menos hasta diez y se había dado cuenta de que estaba en clara desventaja a pesar de que el riachuelo estaba por medio, por lo que reculó un poco. Que yo ya controlo la lumbre y aquí al lao del río no va a pasar ná, en cuanto ase las costillas de cordero y las chuletas de puerco lo apago y antes de marcharnos ya recogeremos la basura. Cagao, murmuró la vieja.

El grupo convenció a Albertojendrix y a Tano de que lo dejasen correr, que no valía la pena, y sin despedirse se fueron sabiendo que no iba a apagar el fuego ni a recoger la basura. A mí me van a venir cuatro jipis a decirme lo que puedo hacer, oyeron que decía el tontopolla cuando se dieron la vuelta.

Reemprendieron la marcha. El camino ahora discurría entre los árboles y se adentraba cada vez más en la montaña. Según la orografía del terreno, a veces se acercaba al río y otras se alejaba. Ya no era llano, la cosa se complicaba y empezaban a notar el cansancio. Algunos ya empezaron a tener hambre y propusieron descansar un poco y comer algo. Habían andado poca más de media hora.

Algunos comieron algunas piezas de frutas y otros simplemente descansaron. A Esther le estaba encantando la excursión. A Marysun no tanto, sus piernas cada vez se parecían más los faros de un coche que se había pasado toda la noche en la carretera. Aprovechó para aligerar la carga y quitarse los bichos que pudo.

No tardaron mucho en volver a caminar, según el mapa les tenía que quedar poco, pero no querían llegar muy tarde a la ermita. Algunos recordaban la historia del monje poseído y la campana que sonaba por las noches.

Llegó un momento en que el camino atravesaba el río. No parecía difícil pasar por allí, en aquel lugar el agua corría tranquila y no muy profunda, además había piedras estratégicamente colocadas para permitir pasar al otro lado. Todos fueron atravesando con más o menos pericia. Hasta que le tocó a Reyes que, como ya se ha explicado, tenía un vínculo especial con el agua. La primera piedra la pasó sin dificultad y la segunda y la tercera. Estaba cogiendo confianza. Puso el pie en la cuarta y ahí ya el vínculo la reclamó, justo cuando estaba en medio del riachuelo. La piedra se ladeó y le hizo perder el equilibrio. Empezó a mover los brazos como si fuera un molinillo, luego se ladeó hacia la izquierda, luego hacia la derecha, luego inclinó el tronco hacia adelante y seguidamente hacia atrás. Sus amigos ya estaban con las cámaras preparadas. Parecía que había recuperado el equilibro, falsa alarma. Volvió a bracear y ladearse hacia la derecha, levantó casi perpendicular al cuerpo la pierna izquierda y se mantuvo en esa posición durante un par de segundos. Jorge, que iba detrás, se abalanzó rápidamente a sujetarla y lo logró. Le dio tiempo a coger la cámara que Reyes llevaba colgada al cuello un segundo antes de que ésta se cayese al agua. La suerte fue que cayó de culo y sólo se mojó de cintura para abajo. Esther, Pilar, Marysun y Paca lanzaron al unísono un grito y pusieron cara de susto. Jorge miraba la cámara a ver si se había salpicado. El Jefe y El Pitufo, después de hacer una cuantas fotos, se descojonaban. Tano y Superjulio dudaban entre correr a ayudarla o imitar a los otros dos, ganó lo segundo. Martín ponía cara de preocupado pero no paraba de hacer fotos. Jan tratando de cazar una mariposa y su padre corriendo detrás de él. Albertojendrix preocupado porque no recordaba si había cogido una tarjeta de recambio.

Reyes salió del agua con el orgullo herido y el culo mojado. Esther se ofreció para acompañarla a la masía a cambiarse, no podía estar con la ropa mojada, podía coger algo malo. Paca, Pilar y Marysun, por aquello de la solidaridad femenina, también se ofrecieron. Los hombres ni se lo plantearon. Os esperamos aquí, es lo que dijeron.

La masía estaba relativamente cerca, pero entre ida y vuelta había un buen paseo. Ellas se pusieron en camino con Reyes totalmente compungida porque sus amigas se pegasen esa caminata por su culpa. Incluso les planteó ir ella sola y quedarse en la masía, pero no le hicieron ningún caso. Seguro que si eso le pasa a un hombre, sus compañeros le hubieran dicho, ah vale, como quieras y lo hubieran dejado solo.

En cuanto se quedaron solos empezaron a mirar alrededor a sopesar las cualidades fotográficas de aquel lugar y se olvidaron del remojón de Reyes. Martín estaba encantado de las posibilidades de aquel sitio y se ofreció a darles una clase magistral de cómo hacer una buena foto macro de plantas, porque los bichos huyeron todos en cuanto oyeron el jaleo que el grupo había armado.

Jorge, al que la hinchazón se le había bajado bastante y el Pitufo, estaban encantados con la idea de Martín. Albertojendrix y el Jefe pensaron que tenían unos amigos muy raros porque, según ellos, había que ser raro de cojones para gustarte fotografiar flores y bichos. Tano y Superjulio se pusieron a fumar. Menos mal que el primero se había traído un cartón entero de tabaco, porque el segundo no paraba desde que vio la pata de conejo colgada en la pared de su habitación. Pero es que, además, Tano se había traído unas hierbas de cosecha propia, más concretamente marihuana. No le dijo nada a nadie porque no sabía cómo se lo tomarían. Superjulio no dijo que no. Albert suficiente tenía con procurar que Jan no acabase él solito con todo el ecosistema de la zona.

Martín se dispuso a empezar la clase. Buscó una minúscula ramita de una planta que le pareció adecuada y sacó el arsenal. Como un cirujano que se prepara para una operación a vida o muerte, fue disponiendo con sumo cuidado todos los aparatos. Primero montó el trípode al que dio una forma rarísima para poder estar lo suficientemente cerca de la ramita. Sacó la cámara y le acopló el flash, buscó entre los objetivos y puso el más adecuado. Luego montó el conjunto en el trípode. El Pitufo y Jorge no se perdían detalle. Albertojendrix y El Jefe ya empezaban a impacientarse. Cinco minutos y todavía no había hecho ni una foto. Martín quitó la tapa del objetivo, miró por el visor de la cámara y buscó el encuadre más apropiado. Todo ejecutado con mucha tranquilidad. Albertojendrix ya estaba mirando el riachuelo para ver si podía hacer algo con las piedras y los reflejos del agua. Tano y Superjulio estaban un poco apartados, sentados en unas rocas y se reían.

Martín seguía con el proceso. Ahora estaba apartando algunas otras ramitas que, según él, rompían la composición. Volvió a mirar por el visor. No le convencía. Jorge y El Pitufo ni pestañeaban, admiraban la forma de trabajar de Martín. El Jefe se sentó a fumar y se entretuvo tirando piedras al agua, sabía que había para rato. Miró a Tano y Superjulio que cada vez se reían más. Pensó que estaban recordando el desmayo de El Pitufo, la picadura en la picha de Jorge o la caída al agua de Reyes, porque claro, no se podían reír de cuando él echó las papillas después de ver la cabeza cortada de la vaca o beberse la queimada o cuando se quedó sin agua caliente, porque eso no tenía ninguna gracia, lo sabría él.

Ahora el profesor estaba colocando un trapo negro detrás de la plantita, pues decía que el fondo distraía. Volvió a mirar por el visor pero no acababa de estar convencido. Era un perfeccionista, las cosas o se hacían bien o no se hacían. Ahora colocó un reflector en la parte de atrás de la plantita pata rebotar la luz del flash en él, pues la luz natural le daba por la parte de delante. Llevaba ya quince minutos y ni una sola foto. Albertojendrix ya iba por la cincuenta. Tano y Superjulio se lo estaban pasando de puta madre.

Por fin pareció que Martín tenía todo a punto y apretó el disparador. Pero el resultado no le convenció, demasiada luz. Cambió de sitio todo el montaje cinco centímetro hacia la derecha. Volvió a mirar por el visor y otro disparo. La cosa mejoró un poco pero tampoco es lo que él quería. Un poco más de diafragma y otro disparo. Un poco menos de flash de relleno, otro disparo. El Jefe decidió echarse un sueñecito.

Jan tenía todas las piernas raspadas de los arañazos de los matorrales, pero él ni se enteraba, su padre estaba agotado. Superjulio se cayó hacia atrás a causa de una risotada que le dio por algo que le contó Tano. Albertojendrix aprovechó que Albert estaba exhausto para atacar sin compasión. Le enseñó las cincuenta fotos que hizo y empezó a explicarle que se estaba planteando usar todas aquellas imágenes de reflejos del agua y piedras de río para hacerse un archivo de texturas, porque lo mismo se pasaba al rollo texturas que le molaba un montón. Que ya se estaba cansando del rollo oscuro y eso de estar en contacto con la naturaleza le había hecho ver la luz, pero no por el rollo metafísico, sino la luz de verdad, la que se colaba entre aquellos árboles, una luz limpia y pura. Pues está nublado, dijo Albert. Efectivamente, se estaba poniendo muy nublado.

Mientras, Martín se acercaba cada vez más a lo que quería. Jorge y El Pitufo ni respiraban, no querían distraer al maestro. Martín vio la última foto que había hecho y la dio por buena. ¡Por fin! Se la enseñó a los demás y era exactamente igual que las diez anteriores: una ramita verde sobre fondo negro. El Jefe, que se había acercado a mirarla, más que nada por cortesía dijo que estaba muy bien.

El tiempo pasaba y seguían esperando. Algunos fumaban, otros charlaban y otros se lo pasaban de puta madre. Tano le estaba contando a Superjulio aquella vez que él y Albertojendrix, hace la tira de años, cuando los dos tenían una melena que les llegaba por los hombros, bajaron al moro a por costo. Eran unos inconscientes, era la época de la movida, del desmadre, cuando en España se estaba empezando a descubrir y disfrutar de las libertades que durante muchos años el enano hijoputa les había escamoteado. Hacía poco que habían descubierto el hachís y se gastaban la pasta en posturas de cien duros o de un talego. No les salían a cuenta y no se les ocurrió otra cosa que abastecerse ellos mismos. ¿Dónde podemos ir? Pues a la misma fuente de producción: a Ketama. Y para allá que se fueron con mucha ilusión, poco dinero y muy poca consciencia.

El viaje hasta Algeciras lo hicieron en tren. En su mismo compartimiento viajaba un magrebí que, como era costumbre en ellos, se descalzó, tuvieron que cambiarse de vagón. Hasta la frontera no hubo problemas y para cruzarla tampoco. Los policías de aduana, en cuanto los vieron ya sabían a qué iban y más cuando les preguntaron que cual era el motivo del viaje. Estoooo… eh… hum…. pues… vamos de turismo. De turismo, ya, y ¿a dónde concretamente? El policía era curioso. ¿A dónde? La pregunta les pilló de sorpresa, ni siquiera se habían preparado un plan de viaje o una excusa para el mismo y claro, no le iban a decir que se dirigían a Ketama, porque seguro que cantaría mucho. Pues… no lo tenemos claro, iremos de un sitio a otro. El policía no podía hacer nada más que dejarlos pasar, pero no sin antes advertirles que mucho cuidado con los “souvenirs” que se traían a la vuelta.

Cogieron el ferry que les llevaba a Tetuán y una vez que hubieron desembarcado y pasado la aduana, que allí los policías no ponían ningún impedimento y no porque no supieran también a qué iban sino que les daba igual, se dirigieron, después de mucho preguntar, a la estación de ferrocarril con la esperanza de que hubiera un tren directo a Ketama. Miraron en el panel donde indicaba los destinos y sólo salía un tren diario y ya había partido. Desconcertados, sin saber qué hacer y sin entender ni papa se dirigieron a un mostrador de información para que les dijeran si había autobuses o les indicaran un sitio para pasar allí la noche. A pesar de que muchos de los turistas que pasaban por allí eran españoles, el hombre que les atendió no hablaba español, como mucho francés. Les daba mucho corte decir dónde iban, pero el hombre les entendió y empezó a parlotear de una manera incomprensible, por lo que no se enteraron de nada. Detrás de ellos había un chaval de unos doce años que no les quitaba la vista de encima desde hacía rato. Él también sabía lo que iban a buscar. Paisa, paisa, dijo mientras le estiraba a Tano de la camisa. Los dos se giraron. El chaval, que tenía cara de listo, les preguntó, ¿hachís, costo, kifi? Ellos se miraron y no supieron qué decir. Se preguntaban cómo podía saber aquel mocoso lo que querían, sin percatarse de que daban el cante de una manera bestial. ¿Hachís, costo?, volvió a decir el muchacho. Ellos tímidamente dijeron que sí, sin saber muy bien por qué lo dijeron. Yo hachís, yo saber. Como en aquella época no es que fueran muy espabilados, hablaron entre ellos. Colega, pues si lo podemos trapichear aquí lo mismo nos va de abuten, así nos ahorramos pasta y podemos comprar más. Total, también es costo marroquí y nos evitamos el viaje, que vete a saber qué nos podemos encontrar por ahí, le dijo Albertojendrix a Tano. Éste se dio cuenta de que quizás tenía razón, que no tenían ni idea de a dónde iban y que no entendían ni papa ni de marroquí ni de francés. Eso, tan elemental, lo pensaron en ese momento, antes ni se lo habían planteado. Bueno va, de acuerdo chaval. Dónde está el costo. El chico abrió los ojos de par en par y les dijo conmigo, venir conmigo, cerca. Se puso a andar y los dos amigos lo siguieron.
Salieron de la estación y se adentraron en la ciudad. Cruzaron una gran avenida y anduvieron durante bastante tiempo. Cerca, cerca, no paraba de repetir el chaval. Ellos se fiaron, no pensaban que un mocoso como aquel fuera peligroso, ellos eran dos y más grandes, por lo que ni se plantearon que quizás los estaba liando. Después de andar un buen rato por la ciudad, se metieron en un barrio de calles estrechas y empinadas. Las calles estaban sin asfaltar y un pequeño riachuelo de agua sucia corría por el medio. Los chavales los miraban y se reían. Los burros atados a las puertas de las casas ni se giraban. Ellos pensaban, mira que bien, estamos viendo el Marruecos auténtico, no ese que sale en las guías de turismo y que la mayoría de turistas se pierden.

El muchacho los adentró por una red de callejuelas estrechas. A los cinco minutos había perdido totalmente el norte, es decir, no tenían ni idea de dónde estaban. Por fin se paró y les dijo, dinero, pasta. Ellos, que llevaban cincuenta mil pesetas para pillar todo lo que pudieran, en un momento de lucidez no quisieron arriesgarse. Cómo que pasta, primero tenemos que ver el costo, le dijeron. Eso es lo que habían visto en las películas de mafiosos y si Robert de Niro lo hacía sería por algo. Tú dinero y yo traigo costo, les contestó el chaval. Ni hablar, tú traes el costo y nosotros te damos la guita. Además, primero tenemos que probarlo. El chico ya se esperaba algo así, por lo que sacó una china de su bolsillo y lió un canuto. Se lo dio a fumar a los dos. Los amigos aspiraron hondo y Tano se puso a toser y poniendo cara de enterado dijo, joder, como pega. Se fumaron el porro entero y se convencieron que el material era de primera calidad, doble cero de Ketama por lo menos. El colocón les hizo bajar la guardia y confiarse. Estaban colocadísimos y eufóricos, por lo que no se lo pensaron y le dijeron al chaval que querían medio kilo de ese costo que acababan de fumar. Ok., treinta mil dijo el niño. ¡Joder tío!, está tirado, dale la pasta, soltó Albertojendrix. Tano sacó el dinero y se lo dio al chico. Éste, con los ojos como platos, lo cogió de un manotazo y dijo, esperar, yo vuelvo con costo, cinco minutos, toma y les dio otra china para que se hicieran otro porro por gentileza de la casa.

Los dos amigos estaban contentísimos, no se esperaban que la cosa fuera tan fácil. Se liaron el canuto y se lo fumaron. Esperaron un rato. Pasaron diez minutos y el chaval no volvía. Media hora. No tardará mucho, parecía buen chaval, decían. Una hora, empezaban a impacientarse. Cuando ya llevaban dos horas y se les pasó un poco el efecto del hachís, es cuando empezaron a darse cuenta de la situación. El chaval no volvería, les había engañado como a dos panolis. Se habían quedado sin pasta y sin costo y además no tenían ni puta idea de dónde estaban. Empezaba a anochecer y aquel sitio no parecía muy recomendable para andar por allí a aquellas horas. Se acojonaron. Me cago en la puta que parió al moro de los cojones. Como lo pille lo mato, se desahogó Tano. Sí colega, pero ahora tenemos que pirarnos de aquí. Habían sido engañados y humillados por un mocoso y encima estaban perdidos. Se pusieron a andar por aquellos callejones sin rumbo fijo. Les parecía que todos con los que se cruzaban quisieran vengar a sus antepasados expulsados de la Península Ibérica por los Reyes Católicos. Cualquiera de aquellos podía tener una cimitarra escondida en la túnica y cortarles el cuello para quedarse con todo lo que tenían, pero afortunadamente no les pasó nada. Sin saber cómo, salieron a una calle ancha y alumbrada, aquello ya era otra cosa. Preguntando y haciéndose entender cómo pudieron, lograron encontrar un sitio para dormir. Era un cuchitril lleno de humedad y cucarachas. Mañana nos volvemos colega, dijo Albertojendrix. Tano no puso ninguna objeción.

Al día siguiente fueron al puerto a coger el ferry de vuelta. Antes de salir del hostal el dueño, que había estado en Murcia recogiendo tomates, en un español más o menos entendible, les dijo que si querían llevarse algo de chocolate. Ellos, que a pesar de la experiencia no escarmentaban, preguntaron que por cuánto. Cincuenta gramos tres mil pesetas. Algo era algo, pensaron. En Barcelona esa cantidad no la encontraban por menos de ocho mil. Vale, dijeron. El hombre sacó una bolsa de la que cogió una tableta de hachís y se la dio. Ellos la olieron y la dieron por buena, la pagaron y se fueron.

En el control de aduana marroquí no les pusieron ningún impedimento. La placa de hachís la habían partido en dos y cado uno se la metió en los pantalones, delante de los huevos. Se pusieron eufóricos por la facilidad que habían pasado. En el ferry, a pesar de haber perdido treinta mil pesetas, no pararon de reír, eran unos inconscientes.

Llegaron a Algeciras y ahora tocaba pasar la aduana española. Había una gran cola que apenas avanzaba. Pronto descubrieron el motivo. La policía cacheaba a todos los españoles con pintas parecidas a las suyas ayudados por perros que olisqueaban el equipaje. Se acojonaron, y más cuando un perro se puso a ladrar compulsivamente al olisquear a uno de aquellos melenudos que llevaba una chupa tejana con la lengua de los Rolling Stones cosida detrás. La policía lo cogió y lo llevaron aparte. Ellos, rápidamente, se metieron las manos en los huevos, sacaron el chocolate y lo dejaron caer disimuladamente a sus pies, después le dieron una patadita para alejarlo de ellos.
Cuando les tocó el turno, un policía los cacheó y un perro olisqueó las mochilas. Estaban limpios. El policía se extrañó y casualmente era el mismo que el día anterior les había tocado al pasar hacia el otro lado. ¡Vaya, los viajeros!, les dijo, ha sido un viaje corto, ¿habéis visto mucho? Ellos se tragaron la ironía y pasaron el control. A partir de entonces lo más lejos que fueron a comprar costo fue a las Casas Baratas.

Las mujeres regresaron. ¡Vaya, por fin, ya era hora!, dijo El Jefe con muy poco tacto, sin pensar ni un momento que acababan de darse un paseo de cerca de hora y media. Ellas ni contestaron, estaban reventadas. Reyes se había cambiado y Marysun podía haber aprovechado también para cambiarse de ropa, pero ni se le ocurrió, volvió con toda una colonia de bichos voladores adheridos a sus piernas.

En esos noventas minutos, Martín hizo una foto buena según él y Albertojendrix le contó a Albert toda la historia de la música rock, empezando por los pioneros y acabando en The Killers y de paso había puesto a Teddy Bautista y toda la SGAE de mangantes vividores para arriba.
Albertojendrix era un torrente verbal, cuando cogía carrerilla no había quien lo parase, necesitaba expulsar todo lo que tenía dentro y siempre buscaba la víctima más propicia. Cuando en sus redes caía alguien que no lo conocía muy bien, le soltaba de golpe todo lo que su mente albergaba, que era mucho. Su record era de tres horas sin parar. En las reuniones, si empezaba una frase y nadie cruzaba los ojos con él, porque ya lo conocían, echaba un vistazo alrededor a ver quién lo miraba y pobre del que no desviase la vista. Eso sí, era muy elocuente y tenía las cosas muy clara. Sabía lo que decía y no le faltaba razón cuando hablaba de política, aunque podía saltar de un tema a otro con suma facilidad. Eso era debido a que su mente era un hervidero de ideas, sobre todo en lo que a fotografía se refería. Cuando no estaba hablando, parecía despistado, ausente. Eso era debido a que siempre estaba dándole vueltas a algo. Era un “genio loco”. Quizás en otra época y en otras circunstancias, hubiera aprovechado mejor su creatividad.

Jan había logrado, por fin, capturar una mariposa. Tono y Superjulio cada vez eran más colegas y juraban que lo serían para siempre y Jorge había aprovechado para darse unas friegas de salvia. El hinchazón había remitido considerablemente, pero todavía le dolía un poco.

Bueno qué, ¿seguimos?, preguntó El Pitufo. Era casi las dos de la tarde, ellas necesitaban descansar y propusieron comer allí mismo y luego subir a la ermita. Bueno, más que proponer, decidieron, de allí no se movían hasta que no hubieran descansado y comido. Ellos ya estaban cansados de aquel sitio, pero no les quedó otra que acatar la decisión, así que todos sacaron los bocadillos y comieron. Además, Superjulio tenía un hambre atroz, el canuto le había abierto el apetito. Paca le preguntó el porqué de la sonrisa que no se borraba de su cara. Él contestó que todo molaba mucho. Después de comer subirían a la ermita, harían unas cuantas fotos y volverían mucho antes de que empezara a oscurecer, por nada del mundo querían cruzar aquellos parajes de noche. Las nubes cada vez eran más oscuras.

Al cabo de una hora ya estaban de nuevo en camino. Siguieron el sendero y al cabo de media hora más llegaron a la Font del Ofegat. ¡Qué chulo!, exclamó Esther que se dejó llevar por su entusiasmo. El sitio estaba totalmente cubierto por las ramas de los árboles, era sombrío, el agua oscura y las rocas eran negras como el carbón. El riachuelo caía en un pequeño salto y formaba una poza de una profundidad indefinida. Morticia dijo que no tenía más de un metro de hondo, pero no podían ver el fondo ni estaban dispuestos a comprobarlo. ¡Como mola nen!, esta vez Albertojendrix estaba de acuerdo con Esther, aquello era rollo oscuro total. Enseguida se puso a hacer fotos como un poseso.

Pero los demás no compartían el entusiasmo, el cielo cada vez estaba más cubierto y preferían subir a la ermita y bajar lo antes posible. El Jefe, que ya estaba un poco harto de tanto monte, incluso propuso pasar de la ermita y volver ya a la masía. Sí hombre, con el paseo que nos hemos dado para ver la ermita y ahora que estamos a dos pasos nos vamos a volver. El Pitufo y su manía de llevarle la contraria. ¡Hostias! El que lanzó la exclamación fue Tano, que había avanzado hacia un claro que había un poco más adelante y miraba hacia arriba de la montaña. Los demás se acercaron a donde estaba y vieron en lo alto de la cima, recortada contra las negras nubes, la silueta de la ermita. La imagen les sobrecogió un poco pero no dejaba de ser realmente espectacular.

Desde allí abajo parecía más grande de lo que habían imaginado. El cuerpo principal tenía dos plantas. A un lado el campanario se alzaba majestuoso. En la planta de arriba había una fila de cuatro ventanas, aquello tenía que haber sido las estancias de los monjes que estaban a su cargo. Del campanario partía lo que parecía una pequeña pared medio derruida. Ahora fueron todos los que cogieron las cámaras y empezaron a hacer fotos. Joder, acojona pero es la leche, dijo Jorge. Ahora hasta El Jefe estuvo de acuerdo, aquello era la leche. Sobrecogedor, pero la leche.
Desde aquel claro es de donde partía el camino que subía a lo alto de la montaña. Estaba medio escondido entre los matorrales pero lo vieron enseguida. Qué, ¿subimos?, dijo Martín, imaginando las posibilidades que podía ofrecer aquel edificio. La mayoría no es que fueran muy preparados para andar por el monte, se habían imaginado un fin de semana de relax rodeados de árboles y tumbados en la hierba y subir por un estrecho camino de lo que parecía una escarpada montaña no entraba en sus planes, pero todos estuvieron de acuerdo, al fin y al cabo la montaña no parecía muy alta. Claro que una cosa era ver la ermita allí cerca y otra llegar a ella.
Se adentraron en el camino y empezaron a subir. Marysun con cada roce de un matorral daba un respingo y la pamela del lazo blanco se le enganchaba continuamente en las ramas. Pilar iba con unas zapatillas negras muy apropiadas para meditar pero poco recomendables para pisar guijarros. Llevaban la cámara colgando del cuello y las mochilas a la espalda. El camino cada vez se empinaba más, había trozos que tenían que subir con las manos apoyadas en el suelo. Martín, que era el más experimentado, iba el primero. Al principio todos se lo tomaron con mucho ímpetu, a los diez minutos estaban reventados. Algunos se habían quedado atrás y Tano propuso parar a echar un cigarro. ¡Eso, un cigarro!, dijo Superjulio remarcando la palabra cigarro. Así no llegaremos nunca, dijo Reyes. El Pitufo no dijo nada porque no podía hablar. Marysun y Albertojendrix tampoco porque todavía no habían llegado. El Jefe, rojo por el esfuerzo, pensaba dónde coño se había metido, con lo bien que estaría él por el Barrio Gótico, que vale, que lo tenía muy visto, pero al menos era llano y no había árboles. ¡Venga va!, que tenemos que llegar pronto antes de que se ponga a llover, les apremió Jorge. La simple idea de mojarse actuó como un resorte. Se pusieron en camino. Poco a poco, mejor o peor, todos fueron llegando a la cumbre. ¡La cumbre!, parecía que habían escalado el Aconcagua y había sido apenas trescientos metros de desnivel. Martín fresco como una rosa. Jorge, Paca, Pilar, Esther y Reyes algo menos pero enteros. El Pitufo y El Jefe congestionados. Superjulio supercontento. Albert El Artista sin habla. Jan como si nada. Albertojendrix, Marysun y Tano lo hicieron un par de minutos después. Marysun con las piernas arañadas y comidas a picotazos y la pamela destrozada.

Creo que me ha caído una gota, dijo Pilar. ¡Qué dices!, te lo habrá parecido, le replicó El Jefe. En eso que, sin previo aviso, el cielo se desplomó sobre ellos en forma de repentina tromba de agua.

3 comentarios:

  1. Muy buenas las escenas de la familia dominguera en el rio (están por todas partes) y el viaje de Tano y Jendrix al moro.

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  2. - De familias así en la montaña a montones, que pena.
    - Lo de Tano y Alberto, me ha recordado un largometraje llamado Bajarse al moro, pero este con más gracia, vamos como la vida misma, jajaja.
    - Siempre, es decir siempre creerse las predicciones de la gente del campo, saben más que "el Pico ó el Molina" Jajajajaja.

    Esto se pone cada vez más interesante ;-)

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  3. Uff que trabajito me ha costado, es que no me dejan un rato tranquilo en casa y este que es mi momento de relax, ni eso.

    Bueno esto sigue poniendose interesante, lo del moro... jejeje que bueno y lo de la familia en el monte... es que ya he tenido dos o tres apaños como ese y al final discutes para nada, hacen lo que quieren, una pena.

    Gracias Antolín

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