jueves, 12 de agosto de 2010

Relato de un verano aburrido (10ª Entrega)

KAMIKAZE

Los demás, con tantas impresiones recibidas, no cayeron en la cuenta, pero ahora empezaron a extrañarse del hecho de haberlos encontrado durmiendo en el salón. ¿Qué hacíais aquí?, preguntó Esther. El Jefe, que era el único que quedaba abajo, se extrañó de la pregunta. ¿Cómo que qué hacíamos?, ¿es que no oísteis los ruidos? ¿Qué ruidos?, le dijeron. El Jefe les explicó toda la odisea: los ruidos de la buhardilla, Morticia, la queimada. Los demás aseguraron que ellos no se habían enterado de nada. Bien porque estaban rendidos o porque con los efectos de la juerga se quedaron dormidos enseguida. Pues que suerte habéis tenido, les dijo El Jefe.

Superjulio quería darse una ducha, pero estaba Marysun dentro, se estaba duchando. Tuvo que esperar.

Mientras tanto, Morticia que venía del monte con una cesta llena de hierbas, se dirigió a la cocina para prepararles el desayuno. Esa mañana, como de costumbre, se había levantado muy temprano y al pasar por el salón vio que todavía estaban allí aquellos raros que se fueron a dormir allí cuando se acabaron la queimada. La mujer cada vez estaba más convencida de que aquella gente se llevaba de calle el premio a “Huéspedes Raros”. Y eso que había visto de todo. Como aquel grupo de jóvenes que se pasaron dos días escuchando música rara y que debían estar muy enfermos porque no paraban de tomar pastillas. Además, hablaban de una manera muy extraña. Tío, tío, que súper fuerte ¿qué no? Pues un profe de mi insti me ha cateao mates. Porfi, pásame la birra. Qué fashion, está cool ese buga. Que hijoputa, le parto el careto al cabrón ese. Y no paraban de escupir y decir tacos. O como aquella familia que fue con un perro que en su vida había visto el monte. El animal bajo ningún concepto quería salir de la casa. ¡Si hasta llevaba puesto una especie de jersey! Los dueños estaban preocupadísimos, decían algo de llevarlo a un psicólogo y le hablaban como si el perro fuera una persona. Morticia pensaba que los que tenían que ir al psicólogo eran ellos. Nunca comprendería a la gente de ciudad. Los animales son animales, con su instinto ancestral y su carácter. Había gente que encerraba a perros cazadores o pastores en un piso de setenta metros cuadrados, cuando a los animales lo que les pedía el cuerpo era cobrar presas y guardar el rebaño y como mucho salían a la calle media hora al día para cagar y hasta se había enterado por unos huéspedes que los dueños encima recogían la mierda con las manos. Lo que había que oír. Los animales de manada, como los perros, necesitan una jerarquía con un líder. A menudo la falta de capacidad de las personas la aprovechaban los animales para convertirse en ese líder y los dueños estaban a su disposición. En cambio, en el campo, los perros cazadores cazaban, los perros pastores guardaban y guiaban rebaños, los perros de guarda vigilaban las casas y masías. Eran felices haciendo aquello que les gustaba. Morticia tenía las cosas claras.

Pero aquel grupo les ganaba a todos. Se puso a preparar el café y las tostadas para que desayunasen. El día anterior le dijeron que se iban a ir todo el día al monte de excursión y que se pasarían por la ermita. Cuanto antes se fueran y la dejasen sola mejor.

Jorge quiso ir al lavabo a mear, pero estaba Marysun dentro, se estaba poniendo crema hidratante. Tuvo que esperar.

Los que ya estaban preparados y vestidos, tomaron el desayuno charlando animadamente. El principal tema de conversación aquella mañana, por supuesto, era la escena que encontraron al bajar al salón y las causas que habían motivado que estuvieran allí. Ahora, a la luz del día, la historia de las gemelas y la buhardilla la veían como algo lejano, por más que los cuatro que bajaron a dormir al salón les aseguraron a los demás que lo de los ruidos era cierto. Sería una rata o un gato, trató de razonar Jorge. Sí pero el conjuro de Morticia lo oímos y seguro que era para protegerse de los malos espíritus, les dijo Superjulio. ¿Estás seguro? No, no estaba seguro de nada.

Una vez descansados, lavados y desayunados, se sentían bien. Ya estaban más aclimatados, se habían acostumbrado al silencio que les rodeaba, al aire limpio que respiraban, al agua pura que bebían, hasta a Morticia y Mortimer. Por delante tenían un día de campo muy divertido y ameno. Además, el día parecía que iba a ser bueno, el sol empezaba a filtrase entre las nubes. Se las prometían muy felices.

El Pitufo y El Jefe también querían ir al baño a lavarse un poco, pero estaba Marysun dentro, se estaba secando el pelo. Tuvieron que esperar.

Fueron a coger las cosas para prepararse para el día de excursión. Le pidieron a Morticia que si les podía preparar bocadillos para comer. Ella ya lo había previsto y mandó temprano a Mortimer al pueblo a comprar pan. Les hizo bocadillos de embutido y además les ofreció varias piezas de fruta y botellas de agua.

Ellos cogieron las mochilas y las prepararon con todo. Algunos, como Jorge, llevaban una sólo para la cámara y accesorios, lo que en su caso eran muchos. Otros llevaban una bolsa o mochila donde metieron todo, cámaras, bocadillos, agua. Morticia les aconsejó que se llevasen alguna prenda para la lluvia porque parecía que iba a llover. Algunos la miraron con cara de pensar que les estaba tomando el pelo, nada hacía presagiar que podía llover, creían que era cosa de vieja loca.

Jorge no podía aguantar más, se estaba meando y Marysun seguía en el baño, ahora se estaba repasando el maquillaje. Alguien le dijo a Jorge, pues no será que no tienes campo. Y no se lo pensó, salió y buscó un lugar en la parte de atrás de la casa. Se sacó la picha y se puso a mear contra la pared del gallinero. Quizás tenía que haberse dado cuenta de que arriba, entre la pared de adobe y el tejado, una comunidad de abejas había decidido que aquel era un buen sitio para instalarse y consideraron aquello como una invasión de su territorio.

Jorge estaba tan a gusto meando que no se percató de que una abeja guardiana, de las encargadas de la seguridad de la colmena, se sintió responsable de alejar a aquel intruso y sacrificarse por el bien de la comunidad. Sabía que después del ataque moriría, pero no le importaba, todo fuera por defender a su reina. Jorge estaba distraído intentando acabar con un grupo de hormigas que trepaba por la pared a golpe de meada. La abeja kamikaze cogió altura sin perder de vista el objetivo, necesitaba impulso para que su ataque fuera más efectivo. Cuando creyó que la altura ya era suficiente, se lanzó en picado directa al intruso. Intentó atacar en un brazo pero falló y la misma inercia del vuelo le hizo ir directa al trozo de carne que sujetaba la víctima con la punta de dos dedos, rectificó un poco la trayectoria y… ¡¡zas!! Introdujo con toda sus fuerzas el aguijón en la picha de Jorge. ¡¡Ahhhhh, laputaqueteparió!! El alarido resonó en todo el valle.

En la casa todos oyeron el grito. Paca fue la primera en reaccionar y salió disparada. ¡Ay madre, ese es mi Jorge!, dijo. Los demás, por si acaso, cogieron las cámaras y fueron tras ella, más valía estar preparados. La única que no se enteró fue Marysun que ahora se había encerrado en la habitación y estaba eligiendo la ropa que se iba a poner. No le convencía los tres conjuntos que se había probado. Morticia sí lo oyó y dijo con un suspiro, ¿qué pasará ahora?

Cuando llegaron donde estaba Jorge, lo vieron dando saltos y gritando. Estaba de espaldas. ¿Qué pasa Jorge?, dijo Paca asustada. Jorge se volvió. ¡Jooorge!, fue lo único que dijo ella cuando le vio la picha. No se sabe si lo dijo por el aspecto que tenía o por el tamaño. Cuando llegaron los demás, no perdieron la oportunidad, clic, clic, clic, clic, clic. Lo primero era lo primero. Lo segundo que hicieron fue descojonarse. Otra vez la solidaridad de amigos. Jorge, muy dolorido y preocupado, les explicó lo que había pasado. Tano, que se había criado en el campo, le aconsejó que lo primero era sacar el aguijón y luego ponerse barro en la picadura. Aquí no hay barro quiyo, le dijo Paca. ¿Cómo que no?, ¿y ese de ahí?, le contestó Tano señalando el charco de meados. Jorge no se lo pensó, no se quitó el aguijón pero se restregó barro de su orina en la picha. Los demás no perdían detalle y estaban inmortalizando el momento. Jan no podía parar de reír al ver a un hombre hecho y derecho como Jorge restregándose barro en su cosita.

Vamos para dentro, dijo Paca. Entraron en la casa y Morticia salió de la cocina a ver qué había pasado ahora. Miró a Jorge y movió la cabeza de un lado a otro resignada. Le preguntó si había sido una abeja y al confirmárselo Jorge le dijo, venga aquí. Siéntese, le ordenó. Jorge, solícito, dolorido y humillado, se sentó aguantándose la picha como podía. La tenía hinchada y enrojecida, era tan ancha como larga. Morticia buscó en la alacena de la cocina y de un tarro sacó unas hojas. Le cogió el miembro a Jorge, que se quedó parado y sorprendido por la naturalidad de la vieja. Primero se la limpió con un trapo húmedo, luego sacó una navaja de uno de sus bolsillos. Jorge dio un gran respingo en la silla. Estese quieto, ordenó la mujer. Buscó el aguijón y se lo sacó con la punta de la navaja. Jorge lanzó un grito. Ahora hay que quitar el veneno, dijo. Jorge, que había visto muchas películas, lo primero que le vino a la mente fue a Morticia chupándole la picadura como se hacía para sacar el veneno de las serpientes. La simple imagen de ella agachándose y arrimando su boca a su picha tuvo dos consecuencias: se puso como un tomate y tuvo un conato de erección. Pero entre que el flujo sanguíneo se concentró básicamente en su rostro y que su aparato no estaba para muchas alegrías, la cosa no pasó a mayores. Morticia simplemente apretó un poco donde le había picado para sacarle el veneno y por último le frotó una de las hojas que había sacado de la alacena. Son hojas de salvia, le dijo, con esto se le pasará pronto. Jorge respiró aliviado: porque su mente se hubiera equivocado y porque el remedio le hizo efecto inmediato. No se le bajó la hinchazón, pero el dolor remitió considerablemente, tanto como el rubor de su rostro.

Los demás estaban en la puerta, no paraban de hacer fotos. Algunas chicas no hacían fotos, pero tampoco apartaban la vista de la picha. Paca, una vez pasado el susto inicial le dijo, quiyo, hace tiempo que no te la veo tan bien prepará. Jorge sonrió un poco, más porque era consciente de lo ridículo de la situación que porque le hiciera gracia la ocurrencia. Morticia le dio un puñado de hojas de salvia y le dijo que se restregase una de vez en cuando, que pronto se le pasaría definitivamente el dolor y la hinchazón. Aunque le aconsejó que durante un buen rato no la tocase y que procurase que le diera el aire.

Jorge subió a la habitación y se puso boca arriba en la cama con la picha fuera de los pantalones. A Paca le pasó por la cabeza un pensamiento un poco morboso, pero se le pasó enseguida, por suerte para Jorge. Bueno qué, ¿te ves con ganas de ir al monte?, le preguntó El Jefe. Lo mismo me va a molestar aquí que por ahí, le contestó Jorge. Pues mientras se te pasa un poco me voy a duchar. Pero Superjulio fue más rápido, ya estaba dentro del baño. El Jefe pensó que mejor se esperaba. Que las chicas se duchasen juntas, vale, pero él no estaba dispuesto a meterse en la ducha con un tío lleno de pelos por todo el cuerpo.

Marysun, por fin, se había decidido por una camiseta de tirantes verdes y un peto bermudas de color beige. Además, había cogido su pamela con un pañuelo blanco atado alrededor. Estaba muy mona. Para preservarse de los posibles efectos del sol se había puesto dos capas de crema protectora, no fuera que se le estropease la piel. Chica, que vamos de excursión a la montaña, no a dar una vuelta por el paseo marítimo. Reyes y su sinceridad.

Mientras hacían tiempo, Martín aprovechó para probar una de las cámaras que había traído. Entre otras cosas se dedicaba a hacer pruebas de nuevos equipos para webs especializadas. Su criterio era muy tenido en cuenta. Como los demás, él se consideraba un simple aficionado, pero todos sabía que era algo más que eso: lo consideraban el maestro del grupo. Les resolvía cualquier duda sobre técnica y ellos lo escuchaban casi con veneración. Le apasionaba y se le notaba, hacía fácil lo que para los demás era un misterio. Su registro fotográfico era muy amplio, dominaba todos los campos. Era de carácter tranquilo y afable, no se alteraba por nada. Era el Sr. Lobo, el que encontraba la solución para todo cuando los demás se ponían histéricos ante cualquier eventualidad.

Superjulio ya había salido de la ducha y El Jefe, que estaba haciendo guardia en la puerta para que nadie se colase, entró en el baño que estaba hecho una pena después de que hubiera pasado por él casi todos los miembros del grupo. En el suelo había un charco de agua que trató de evitar. Se desnudó y se metió en la ducha.

Estaban todos fuera esperado a que El Jefe se duchara y a Jorge se le pasara un poco la hinchazón. Por suerte el dolor se le había calmado bastante. Albertojendrix estaba explicándole a su víctima favorita, Albert, la poca vergüenza de los políticos que les había tocado sufrir, pandilla de chorizos. Jan fue con Reyes y Pilar a ver a las gallinas y al jefe del corral, que cuando los vio se puso gallito. Pero Jan no se amilanó, él no era como la mayoría de niños de ciudad. Sus padres tenían una casa en un pueblo de Lleida y estaba acostumbrado a los animales del campo. El gallo trató de defender su territorio para que nadie se atreviera a discutírselo y se acercó a la alambrada levantando las alas y erizando las plumas del cuello. Jan cogió un palo y lo introdujo entre el enrejado y trató de darle con él. No lo alcanzó por poco, pero el animal comprendió el mensaje: ten cuidado conmigo.

El día se estaba aclarando, aunque a esas horas la bruma todavía cubría el bosque. Algunos recordaron con un estremecimiento la aparición de Morticia el día anterior. No había pasado aún 24 horas, pero la intensidad de los acontecimientos les hacía verlo como algo lejano. Ahora, por fin, podrían disfrutar de un agradable día en la montaña.

De pronto escucharon otro gran alarido, pero este procedía de la parte de arriba de la casa y no era de Jorge. Todos cogieron las cámaras. Estaban empezando a acostumbrarse a los gritos repentinos y eso podía suponer una nueva oportunidad de fotografiar a alguien en una situación comprometida. Parecía mentira lo pronto que podían pasar de estar literalmente sobrecogidos por el entorno a escuchar un grito y automáticamente pensar en una situación cómica. Si el grito de Jorge y el de ahora lo hubieran escuchado el día anterior, seguro que se hubieran horrorizado. Subieron corriendo las escaleras y se asomaron a la habitación de Jorge que todavía estaba tumbado esperando que se le rebajase el hinchazón. De paso aprovecharon para hacerle unas cuantas fotos más. No he sido yo, viene del baño. Será El Jefe, les dijo. Se acercaron a la puerta del lavabo que estaba cerrada y preguntaron qué pasaba. Nada, que se ha acabado el agua caliente, me cago en la hostia, escucharon que decía. El termo era eléctrico de 80 l. de capacidad y si se combinaba con agua fría podía durar un tiempo pero, entre que se habían duchado muchos y alguno había abusado del agua caliente, ya no dio más de sí. ¡Bah! para eso hemos corrido, dijo defraudado El Pitufo, pues esperaba hincharse a hacer fotos. Los demás le dieron la razón.

5 comentarios:

  1. Genial esta entrega. He visualizado a Jorge,su picha, la abeja, Morticia....

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  2. Espectacular el relato de hoy, me he reido una barbaridad. Creo que al final Morticia le cogerá cariño al grupo, que la picha no se le toca a nadie así como así, o es que se está enamorando de Jorge. Yo también me imaginaba a la Sra. Morticia arrodillada extrayendo el veneno succionando ( vaya morbo si no tiene dientes )
    Creo que en 15 dias no voy a poder leerte, me las piro a Italia el domingo.
    Un abrazo a todos los seguidores.

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  3. JAJAJAJAJAJAJA, que buenooooooooooo, lo que me he reido.

    Pero vamos a ver esto no era una serie de miedo? jajajajajajajaja

    Que bueno Antolín, ya ves a mi hora de siempre :-)))

    magandito... que lo pases bien en Italia

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